FRUSTRACIÓN. La igualdad 0-0 con Alvarado dejó al “Santo” lejos de la cima y encendió el malestar de la hinchada. Foto de Diego Araoz/LA GACETA.
“La camiseta del ‘Santo’ se tiene que transpirar”. Esa frase, que tantas veces retumbó como bandera de identidad en La Ciudadela, volvió a tomar fuerza, aunque no con el fervor del aliento, sino con la crudeza del reproche. Cuando Bryan Ferreyra dio el silbatazo final del empate sin goles contra Alvarado, una ola de insultos, silbidos y abucheos se desató desde las tribunas hacia el campo de juego. Los jugadores de San Martín, cabizbajos, se abrazaban entre sí y se agarraban la cabeza, conscientes de la oportunidad desperdiciada de sumar tres puntos que hubieran significado un gran paso hacia los puestos de arriba.
No obstante, la tarde en La Ciudadela ya venía cargada de tensión desde mucho antes de que la pelota comenzara a rodar. En la previa se percibía un clima hostil, casi sofocante, que evidenciaba la impaciencia del hincha. El traspié contra Deportivo Madryn había dejado heridas abiertas, sobre todo por la magnitud de lo que estaba en juego: era un duelo clave para acercarse a la cima. Ese golpe se trasladó directamente al duelo contra el “Torito”, y las banderas de la barra brava, colgadas al revés como símbolo de protesta, fueron el recordatorio más gráfico de la disconformidad. El equipo de Mariano Campodónico saltó a una cancha que semejaba ser una olla a presión.
Con cada pase errado, con cada jugada inconexa, los murmullos crecían y se transformaban en insultos. El descontento no tenía pausa. Sin embargo, entre las recriminaciones, también surgió algún destello de apoyo individual. “Dale ‘Wachi’, para adelante, vos podés”, gritó un plateísta que aplaudía el esfuerzo de Franco García, acaso el único que mostró algo distinto en una tarde sin brillo. El pedido era unánime: ir al frente, dejar atrás la parsimonia y atacar con decisión.
Los fanáticos clamaron durante toda la jornada por cambios que sacudieran la modorra futbolística. Desde las tribunas exigían a viva voz que el entrenador encontrara la fórmula para despertar al equipo y volver a ponerlo en carrera. Pero nada de eso llegó. El cero se mantuvo inamovible en el marcador y, al cierre, el castigo fue generalizado. Ni siquiera Darío Sand, que había recibido aplausos durante la entrada en calor, se salvó del abucheo colectivo. El final encontró al plantel entre insultos, caras de decepción y reproches que apuntaron tanto al cuerpo técnico como a la dirigencia.
La presentación de Campodónico en La Ciudadela fue todo menos ideal. El entrenador debutó en el banco local bajo un manto de exigencia que no tuvo contemplaciones. Algunos hinchas, furiosos, no dudaron en gritar lo que sentían. “Campodónico andate, esto ya no da para más”, tronó un simpatizante con voz quebrada por la bronca. Otros iban más allá y se preguntaban si valía la pena seguir acompañando en las tribunas si el nivel no mejoraba de inmediato. La paciencia, claramente, comenzó a agotarse.
El miércoles habrá reencuentro en casa, cuando San Martín dispute el pendiente contra Deportivo Maipú. Otra cita en la que la previa volverá a estar marcada por el malestar y el fastidio de un público que siente que el equipo quedó en deuda.
La tabla refleja una realidad incómoda: el “Santo” marcha séptimo, a un paso de quedarse afuera del Reducido. El margen de error es mínimo, y el choque contra los mendocinos puede ser determinante para mantener viva la ilusión de pelear hasta el final.
El presente invita a la preocupación. San Martín no gana desde el 12 de julio, cuando derrotó a Los Andes en La Ciudadela. Desde entonces, los empates y las caídas dibujaron una curva descendente que hizo tambalear la confianza de los hinchas. Esa racha negativa no solo lo alejó de la cima, sino que lo llevó a cambiar de técnico -con la salida de Ariel Martos- y dejó pendiendo de un hilo en la zona de clasificación. Los días pasan, los puntos se escapan y la ansiedad se multiplica.
En el estadio, la bronca fue también un grito desesperado por reacción. Muchos recuerdan que el torneo es largo, que las oportunidades existen, pero el margen cada vez se achica más. El empate con Alvarado no fue un simple traspié: fue la confirmación de que algo no funciona en lo futbolístico. Sin juego, sin ideas claras y sin una identidad reconocible, el equipo se enredó en sus propias limitaciones y pagó un precio alto frente a un rival que pelea por no descender.
La Ciudadela, que suele ser un fortín, se convirtió en un termómetro del descontento. Allí se mezclaron las ganas de alentar con la furia del reproche. Lo que quedó en evidencia es que la exigencia no dará tregua. Los hinchas quieren ver otra cara, una actitud distinta, un equipo que transpire la camiseta de verdad y que esté a la altura del escudo que representa.
El "Santo" y otra prueba de local
El miércoles será otra historia, pero también otro examen. San Martín jugará no solo contra el “Botellero”, sino contra sus propios fantasmas, contra las dudas que lo persiguen y contra la desconfianza de su gente.
El empate con Alvarado fue un golpe al orgullo, y la pregunta que todos se hacen es si habrá reacción a tiempo.







