
Luis Caputo

Con el trasfondo ya indisimulable de las elecciones a la vuelta de la esquina, todo hace ruido. La Salud y sobre todo la Economía, se han metido en estos días en “camisa de once varas”, tal como se suele decir desde que esa medida de longitud era de uso cotidiano sobre el hecho de complicarse innecesariamente la vida o de meterse en un lío a partir de algún asunto que no se sabe cómo manejar. Más allá de los matices y de que casi 100 muertos por fentanilo no son para teorizar, al gobierno nacional le cabe en los dos casos la responsabilidad de tener que reparar sus propios errores. Y en estos días, cuando ha salido a pisar fuerte, quizás algo tarde y recién cuando comprobó que se le podían venir en contra, metió algunas patas más.
El caso económico es más universal porque involucra no solamente aspectos financieros, sino derivaciones que hacen a la vida de todos los días, como son los precios, la necesidad postergada que tiene el país de mejorar el nivel de actividad para motorizar las inversiones y, con ello, el empleo y el salario. Según Javier Milei, “el mejor ministro de Economía de la historia”, por Luis Caputo, ha tenido en estos días demasiados zigzags muchos de ellos buscando reparar dificultades que se generaron en sud decisiones o en las del Banco Central.
Y en este tema se dio un clásico, porque si bien en todos lados los políticos se las arreglan siempre para patear la pelota afuera echándole las culpas de sus propias decisiones a los demás, esta cuestión ha tenido una vuelta que casi se puede calificar de “blooper” político. El fondo de la cuestión es que siempre se subestima a los ciudadanos y aunque algunos son más pulcros y para cubrirse plantean planes B para eludir su competencia, hay otros más desfachatados a quienes es imposible creerles o bien por sus antecedentes o por lo burdo de los argumentos que despliegan. Un tercer tipo, como Caputo, son quienes para marcar el “yo no fui” se enredan en sus propias palabras y que hasta pueden decir algo tan ambiguo que en circunstancias graves se les puede volver en contra.
Lo cierto es que el ministro preferido ha cometido un traspié de esta última clase cuando dijo el jueves por la noche, apenas cerrada la semana financiera y cambiaria, que el mercado “pricea (en la jerga de la City, el nivel de un precio) un riesgo político, el fantasma de que vuelva el mal y el caos” tras los comicios de octubre y por eso, justificó, el revoloteo sobre el dólar. En términos técnicos, la afirmación implica que los actores del mercado financiero y cambiario (inversores, bancos, empresas) están ajustando sus decisiones a partir del nivel del tipo de cambio, pero también en el precio de los bonos, las tasas de interés, etc., en función de lo que creen que puede pasar políticamente.
O sea que el Caputo no sólo marcó que el zafarrancho con la no absorción de fondos y el nivel de tasas no es responsabilidad del equipo económico (o del BCRA o de todos juntos), sino que se lo endosa básicamente a la oposición. Más allá de que reconoce que hay una realidad que no puede controlar del todo y que intenta una explicación al respecto, el juego que le abrió los ojos a más de uno es que él dice que si el mercado reacciona, no es por las medidas actuales, sino por lo que podría venir. Es decir que al día de hoy, el ministro preferido de Milei le asigna al kirchnerismo bastantes chances de ganar las elecciones. “Oh, my God!”, se hacían cruces con razón en la City porteña. Y si bien la situación se va desentrañar con los valores el lunes, muchos sintieron que el traspié del ministro fue una gran desprolijidad.
Con cordura política, el funcionario también se preguntó: “¿cuál es la tasa de equilibrio de un Congreso que te pone 12 leyes para romper el equilibrio fiscal en dos semanas? El mercado lo dirá. El dólar se moverá de acuerdo a esa tasa”, añadió para justificar políticamente las malas decisiones sin hacer ninguna autocrítica a lo que viene sucediendo desde hace tres semanas, tropiezo tras tropiezo. A fin de julio se intentó que la deuda del BCRA pasara 100% al Tesoro y no se logró, con fondos que quedaron boyando y estimularon el precio del dólar. El susto provocó apretones monetarios fuertes para que la tasa de interés se haga cargo (el viejo truco) y esta semana pasó lo mismo con una licitación que sólo consiguió renovar 61% de los vencimientos.
Lo que el titular de Economía no calibró (o no lo quiso decir) es que si vuelve el esquema K será en alguna medida por sus propios tropiezos. No se trató de su parte de una afirmación objetiva del riesgo, sino que buscó hacer una interpretación colectiva, de buscar una especie de termómetro emocional-racional del sistema financiero que lo deje afuera de toda responsabilidad y eso fue lo que se percibió con mucha claridad. Muchas veces, para acomodar un argumento sobre la mesa que justifique alguna movida se tortura la realidad de tal forma que, debido a los absurdos utilizados o a los juegos de palabras, quienes buscan explicar no hacen otra cosa que ponerse solos una lápida encima.
Desde la lógica institucional, tomar medidas preventivas bien puede ser visto como un síntoma de prudencia: reconocer que hay incertidumbre y actuar para amortiguarla. Son, en todo caso, precauciones racionales para reducir la volatilidad, aunque si se hace una lectura más simbólica o política, esas mismas medidas pueden reforzar la idea de que el riesgo es real. Es como abrir el paraguas “por si llueve”: el hecho preventivo puede proteger ante la eventualidad, pero también sugiere que se espera una tormenta.
Ha sucedido más de una vez que cada intento de estabilizar el sistema termina confirmando su fragilidad. Los pactos, los blindajes, los silencios estratégicos o las declaraciones vacías, todo lo que se hace para evitar el colapso termina alimentando la sospecha de que se trata de algo inevitable. En 2001, el gobierno de Fernando de la Rúa, con Domingo Cavallo como ministro, restringió el retiro de depósitos (corralito) para evitar una corrida bancaria y la medida terminó generando pánico y confirmando el miedo de que los bancos no tenían liquidez, por lo cual se aceleró la corrida. Así, la precaución se convirtió en detonante del colapso.
El caso del fentanilo y sus casi 100 muertes comprobadas hasta ahora abrió otro flanco de suspicacias porque también ha dejado expuesto las dobles varas con que se manejan las cosas, más cierto temor de las líneas inferiores de contradecir una supuesta línea directriz de la Casa Rosada. “El fentanilo es un potente fármaco opiáceo sintético aprobado por la Administración de Alimentos y Medicamentos (ANMAT) para uso como analgésico (alivio del dolor) y anestésico. Es aproximadamente 100 veces más potente que la morfina y 50 veces más potente que la heroína como analgésico”, detalla la IA.
Identifican un nuevo lote contaminado de fentanilo de HLB Pharma
El caso se inició en abril con la detección en La Plata de casos positivos de contaminación y un mes después ya se sabía que había una larga sucesión de casos de fallecimientos. La investigación concluyó en que todos habían recibido la droga de un lote específico de HLB Pharma, ampollas producidas por Laboratorios Ramallo, hallándose en el medicamento las bacterias que provocaron los decesos. La situación se judicializó y el caso recayó en el juzgado federal de Ernesto Kreplak, hermano del ministro de Salud bonaerense.
En paralelo, se empezaron a conocer los contactos del dueño del laboratorio con la política y si bien la ANMAT se constituyó en querellante, tuvieron que pasar más de tres meses para que el gobierno nacional se manifestara, un claro error que algunos achacan a ciertos intereses creados y otros a la necesidad de investigar puertas adentro que no había dedos propios pegados. Recién cuando se pudo corroborar que los lazos políticos principales de Ariel García Furfaro eran con el kirchnerismo y que los actuales funcionarios podían zafar, empezó la ofensiva oficial más dirigida a lo electoral que a la necesidad de esclarecer la situación.
En el medio, el Gobierno siguió con la restructuración de organismos, pero sintomáticamente sin tocar a la ANMAT, un lugar donde las sospechas de connivencia entre los grandes laboratorios y empresas farmacéuticas con los funcionarios que deben autorizar (ya sea para acelerar o demorar) o evitar sanciones, viene de años. Es una de las grandes cajas de la política, que nadie se anima a tocar. Tal como ocurre en muchos organismos reguladores en el mundo, siempre hubo denuncias públicas y sospechas históricas de corrupción allí y las grandes preguntas puntuales en este caso apuntan a saber si hubo fallas de control o incluso negligencia en la supervisión de los laboratorios o si las cosas se arreglaron por izquierda y cuándo.
Para no solamente parecerlo, sino para serlo, en este punto, el gobierno nacional debería involucrarse del todo no como víctima, sino como investigador serio y hasta ahora todo fue resultaba demasiado tibio, hasta que las elecciones lo sacaron del letargo. Pegarle al gobernador Axel Kicillof es una gran tentación, pero no sea cosa que después del 7 de setiembre se barra nuevamente toda la porquería debajo de la mesa.







