Cada 13 de agosto se honra a la diosa Hécate: Nemoralia, el Festival de las Antorchas

Hécate es la dueña de los límites, la guardiana de todo lo que está en tránsito: los muertos, los sueños, los presagios. Por qué su culto crece en todo el mundo.

imagen de la Diosa Hécate imagen de la Diosa Hécate
13 Agosto 2025

Cada 13 de agosto, cuando el calendario marca los Idus, el fuego de las antorchas revive una tradición milenaria: la Nemoralia, también llamada Festival de las Antorchas o Idus hecateanos. Nacida en la antigua Roma en honor a Diana, esta celebración se expandió más allá de sus orígenes para abarcar el triple rostro de la diosa: celeste, terrenal y subterráneo. En ese último aspecto, su figura se funde con la de Hécate, guardiana de los caminos, señora de la Luna Oscura y de los umbrales entre mundos.

El corazón de la fiesta latía en el Santuario de Diana junto al lago Nemi, cerca de Ariccia. Allí, desde probablemente el siglo VI a.C., los fieles caminaban en procesión iluminando la noche con antorchas, coronas de flores y guirnaldas. Llevaban como ofrenda pequeñas esculturas de arcilla, frutas y panes, en un gesto de gratitud y protección. Era un tiempo sagrado: mujeres, esclavos y animales de caza quedaban bajo el amparo de la diosa; nadie podía alzar contra ellos la mano.

El poeta Estacio describió el festival como un puente entre mundos: Sirio ardiendo en el cielo, la espesura de los bosques aricianos y el eco de Hécate, habitante de las encrucijadas y del inframundo. Los perros de caza, adornados con flores, participaban de la fiesta como invitados de honor, no como herramientas de cacería. Alrededor del lago Nemi —espejo de agua y de mitos— se trazaban círculos de luz, se ofrecía ajo a Hécate y se repetían ritos de purificación, buscando refugio en lo sagrado. Algunos estudiosos creen que esta celebración pudo inspirar, siglos después, la Fiesta de la Asunción en la tradición católica.

Aunque Hécate pertenece al panteón griego y las fechas antiguas seguían un calendario lunar, muchos devotos contemporáneos coinciden en señalar el 13 de agosto como su día de honor, en paralelo a las festividades romanas de Diana. Hoy, la Nemoralia recuerda la naturaleza triple de la diosa: protectora en la noche, guía de los extraviados y guardiana de los umbrales invisibles.

Estatuas en honor a Hécate Estatuas en honor a Hécate

Quién es Hécate

En la noche de los tiempos, donde la historia se confunde con el miedo, hay una diosa que camina en la penumbra. Hécate. La de las encrucijadas. La que lleva una antorcha en la mano y mira con tres rostros al mundo: pasado, presente y futuro. No es una diosa dócil, ni un adorno de los altares. Es temida y adorada con la misma devoción con la que se encienden velas en la oscuridad. Hécate es la dueña de los límites, la guardiana de todo lo que está en tránsito: los muertos, los sueños, los presagios.

Hija de Perses y Asteria, nieta de titanes. O hija de Leto. O de Zeus y Deméter. Depende de quién lo cuente. Lo cierto es que Hécate es un punto de fuga en la mitología griega, una sombra en los márgenes del Olimpo. No encaja en el centro del panteón, sino en sus bordes, allí donde lo conocido se deshace y empieza la incertidumbre. Hesíodo la nombra en su Teogonía y le otorga dones que cruzan la tierra, el mar y el cielo. Dice que es poderosa, que concede favores a quienes la invocan. Pero también dice que es cambiante, ambivalente, que se mueve entre la luz y la sombra con una facilidad inquietante.

A partir del siglo V a.C., su imagen se oscurece. Hécate se convierte en la diosa de lo que no se nombra sin miedo: la brujería, la magia, los fantasmas. Es la compañera de las Furias, madre de las Empusas. Su rastro se halla en tablillas de maldiciones, en ritos nocturnos, en invocaciones de hechiceras que buscan su favor. En su honor, se dejan ofrendas en las encrucijadas: pan, queso, ajo. Los perros, que aúllan a la luna y guardan los secretos de la muerte, son suyos. Y ella, como Anubis o como Cerbero, es la que abre y cierra las puertas del inframundo.

Se le levantan templos en Mileto, en Lagina, en Frigia. Se la representa con una antorcha, con una llave, con un cuchillo. A veces con tres cuerpos, a veces con tres cabezas. Robert Graves dice que esas cabezas podían ser un perro, un león y un caballo, símbolos de las constelaciones del año. Otras veces, simplemente, tres rostros humanos que vigilan el mundo desde su altar. En Atenas, una estatua de Hécate guarda la entrada de la Acrópolis. En Pérgamo, lucha contra un gigante de cuerpo de serpiente, su perro a su lado, su destino entrelazado con los dioses y los hombres.

Quienes temen lo desconocido la alejan de sus hogares. Quienes buscan protección la tallan en las puertas de la ciudad, en las entradas de los templos, en los dinteles de las casas. Porque Hécate no es solo la diosa de los umbrales. Es la diosa del límite. De lo que puede ser y lo que puede no ser. De lo que está por suceder. Del terror y del consuelo. Es la diosa de lo que nunca se dice del todo, de lo que apenas se susurra, de lo que camina entre la vigilia y el sueño. Porque Hécate, en el fondo, es la diosa de la incertidumbre.

Un culto vivo, más allá del tiempo y la geografía

El culto a Hécate no quedó atrapado en los mármoles de los templos antiguos. Sus devotos están dispersos por todo el mundo y continúan buscando su guía. Desde el norte argentino, una fiel cuenta:

“Conocí a Hécate en un curso de wicca que finalmente no llegué a terminar. Nos pidieron que armáramos un altar y eligiéramos una deidad pagana regente. Entre las divinidades de distintas tradiciones, sentí el llamado de Hécate. Mi maestra me dijo que debía invocarla, porque la diosa de todas las brujas elige a sus hijos y no siempre acepta a quien la llama. En mi casa había actividad paranormal —años antes, una mujer había decidido quitarse la vida allí prendiéndose fuego—, así que le pedí a Hécate que no se me apareciera, sino que hiciera saber su presencia de otro modo.

Al día siguiente de encenderle una vela, pasé la jornada fuera y, al volver, un olor intenso comenzó a seguirme por todos los ambientes de la casa. Mis familiares no lo percibían. Era ruda y romero. Más tarde, buscando en Internet, descubrí que esas son precisamente las esencias con las que se preparan los velones de Hécate.”

En la tradición que ella siguió, después de una invocación la diosa puede mostrarse brevemente o llegar en sueños en el plazo de tres días. Si no ocurre, se interpreta como un silencio divino, una negativa. Ese misterio, esa espera, sigue tejiendo vínculos entre la Hécate antigua y sus hijos modernos. Porque más allá de distancias y siglos, el eco de las antorchas sigue ardiendo.

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