“El sistema del arte es muy ombliguista, tal vez por cierta desconexión con aspectos de la realidad”

El jueves inaugurará la muestra “El fuego que encendimos vino con nosotros”, una buena oportunidad para abrir la charla sobre diversos temas.

“El sistema del arte es muy ombliguista, tal vez por cierta desconexión con aspectos de la realidad”

El Vázquez no despliega sus dibujos y sus cuadernos al azar. Los va ordenando en el mesón como si fueran las cartas de un solitario. Hay un método ahí, un diseño para el avistaje -más bien efímero- de la obra que colgará desde mañana en la Casa Museo de la Ciudad. Mientras desfilan retratos, páginas, Evitas, aborígenes, colores, El Vázquez relojea la reacción ajena y esconde la propia. A todo esto, el solcito de la siesta le aporta calidez al estudio del artista, una amplia habitación -a la calle- de una casona de barrio Sur.

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- ¿En qué instancia de tu vida llega “El fuego que encendimos vino con nosotros?”

- Es un momento complejo, un momento bisagra. Tengo 52 años y no lo termino de asumir por una cuestión de energía y de cantidad de proyectos que llevo adelante. Por ahí también tiene que ver con cómo se viven los 50 ahora, pero sí siento que hay un cambio de época en el país y en mí. Siento que estoy empezando a prepararme para otra cosa, distinta a la que he venido transitando; no desde lo físico, sino desde lo mental. Entonces la muestra viene a dar cuenta de algo que ya está empezando a dejar de pasar.

- ¿Y con la obra en sí?

- Artísticamente siento que estoy en un buen momento, como en ese manifiesto que dice: a los tantos años pintaba como debía; a los tantos años pintaba como me decían que pinte o como podía; y ahora pinto como quiero. Me estoy acercando a esa idea de estar realmente fuera del marco del sistema, en términos de lo que un gran porcentaje del sistema del arte le pide a un artista contemporáneo. Yo estoy en la mía.

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El sistema del arte entendido como un conjunto de reglas, mecanismos y funcionalidades es un tópico que El Vázquez introduce de movida en la charla. Algo le hace ruido ahí, una ambivalencia de la que no deja de ser parte. De hecho, para la muestra que inaugurará el jueves eligió un espacio tan mainstream como estatal. Es una de las piezas de la entrevista que se torna sustanciosa.

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- ¿Qué te pasa con el sistema del arte?

- Ni lo rechazo ni lo convoco. Entiendo que existe. Me conecto con el sistema bastante a menudo y hay otros momentos en los que no tengo ningún tipo de vínculo. Cuando digo sistema hablo de sus componentes, ¿no? Y mirá que tengo cinco o seis años de carrera como estudiante y después trabajando en el ámbito de las artes. En algún momento me sentía un outsider, pero era también una posición medio anacrónica. Ser un outsider implica una serie de actitudes que creo que no tengo.

- Pero hiciste cosas propias del sistema...

- Sitios Tangentes fue un proyecto que diseñamos hace varios años y me conectó con el mundo del arte contemporáneo, que es como un subsistema de las artes visuales en general, ¿no? Ahí no solamente hice muchos amigos, también acerqué posiciones y entendí un montón de cosas. Fue un proyecto de gestión que duró cuatro ediciones; después el (festival) Pulsudo relanzó parte de lo que habíamos hecho. Lo mismo el laburo con el Fondo Nacional de las Artes; durante esos años estuve muy consustanciado, muy implicado en el sistema.

- ¿Y ahora?

- Nada, voy y vengo. Con mi obra en particular he estado como orbitando, pero no formo parte de ninguna galería, tal vez porque no mantengo una producción de manera estable, lo que no quiere decir que no lo haga. Eso me aleja un poco de una parte del sistema que te exige producir todo el tiempo. Tampoco participo del mundo de las clínicas ni de los salones. Nunca me interesó; hay una cuestión ideológica que tengo al respecto. Entiendo que es un componente clave para la carrera de un artista participar en salones y ganarlos, pero siempre me sentí incómodo con esa idea de la competencia. Por eso Sitios Tangentes no premiaba, sino que seleccionaba 10 trabajos; no había primero, segundo ni tercero. Quiero decir que no he participado de muchos mecanismos del sistema.

- ¿Qué le criticás?

- Me parece que el sistema del arte es muy ombliguista, muy autorreferencial, tal vez como consecuencia de cierta desconexión con algunos aspectos de la realidad. No estoy diciendo que los artistas con su obra estén desconectados de la realidad. Hablo del sistema en general.

- ¿Por ejemplo?

- Veamos un dato clave: el Timoteo Navarro, ¿cuántos años lleva cerrado? ¿Ocho años? ¿Seis años? Es realmente inaudito y no pasa nada, no hay una presión. Ahí te das cuenta de que hay una desconexión, ¿no? El mayor centro referente de exposición de las artes visuales de Tucumán, la nave insignia, está cerrada y no pasa nada, no estamos conmovidos por esa película.

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Javier El Vázquez (Ledesma, Jujuy, 1972) es licenciado en Artes, diseñador gráfico, gestor cultural, músico, integrante del staff de la Casa Histórica... Una suma de varias partes, nutridas por un indisimulado peronismo y por años de diván psicoanalítico. Habla con nostalgia de su paso por El Periódico y por El Tribuno, extintos proyectos periodísticos tucumanos, y con preocupación del (mal) sueño de la casa propia. Pero el tema central, claro, es la muestra inminente, curada por la artista santafesina Fernanda Areque,

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- ¿Cuál es el punto de partida?

- Fernanda me propuso que no haya un texto curatorial ni un marco demasiado solemne. En cambio, que la gente se encuentre con la obra expuesta y que a partir de esa experiencia invitemos a algunas personas a que escriban textos para sumarlos a la muestra. Me parece una idea hermosa, muy cálida, que permite establecer diálogos con personas de distintos ámbitos, más allá de los que pueden llegar a asistir a una muestra de arte visual.

- ¿Cómo fue el proceso?

- El laburo que venimos haciendo con Fernanda es de mucha charla. Soy bastante gregario, tendiente a tener muchos amigos, a generar vínculos con la gente. En los últimos tiempos, sobre todo en estos de crisis, me he encontrado propiciando más la conversación como un hecho político. Soy muy de ir a bares con amigos. El América es como una cabecera de playa de esas situaciones. Cada reunión con Fernanda son tres o cuatro horas online, tejiendo instancias de acercamiento y de alejamiento con algo que está ahí, que es la obra que hasta ahora ella vio sólo por fotografías. Esta muestra está entrecruzada por eso: la conversación, la palabra, el ida y vuelta. Eso forma parte del ejercicio curatorial.

- ¿Desde cuándo viene en marcha el proyecto?

- Al principio la muestra iba a montarse el año pasado en CiTá, pero se pinchó por cuestiones presupuestarias y por problemas de agenda. Es que me cambió todo el panorama: se murió mi viejo, me mudé de casa... El año pasado fue tremendo. Y este es un año de asiento. Cuando retomé la idea de la muestra me di con que tenía un cuerpo de obra distinto, muy dispar, y ahí necesitaba ya una mirada que me acompañara desde la charla, como me lo propuso Fernanda, para a partir de ahí organizar la muestra nueva viendo los espacios que había disponibles.

- ¿Por qué la Casa Museo de la Ciudad?

- No quería hacerla en un espacio no institucionalizado porque entiendo que una muestra es un esfuerzo muy grande. Me lo tomo muy en serio. Como soy diseñador y también museógrafo, si hago un esfuerzo para montar algo, quiero que lo vea la mayor cantidad de gente posible, lo quiero disfrutar. Entonces buscamos un lugar institucionalizado donde se pueda sostener la muestra durante al menos tres semanas, que tenga horarios, que haya trabajo con público. Me pareció que la Casa Sucar se ajustaba al formato.

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“El fuego que encendimos vino con nosotros” está articulada en bloques visuales que abordan temas como el hábitat; la piel como morada e identidad; los personajes de la cultura popular (serie a la que llama Big Data). Se agrega un apéndice de lo más punzante. El Vázquez cuenta las historia de esos pasos.

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“Hábitat se vincula a mi pulsión por tener una casa propia, y en la obra sale atravesada por el fuego. Un fuego que no es ni un incendio ni el calor del hogar. O en todo caso son las dos cosas. Es la habitabilidad de un espacio como idea del resguardo, ¿no?; un tema que a los argentinos nos está costando muchísimo. Desde mi generación en adelante es casi un imposible la casa propia, salvo que la heredés. Para mí se volvió un monotema, un elefante blanco que obstruye un montón de quehaceres. La casa en la que estoy es linda, estoy a gusto, ya me acomodé, pero tengo la plena certeza de que no es mía y no hay nada que me provoque más angustia que eso en este momento”.

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- ¿Por dónde va el apéndice?

- Es una serie de dibujos muy chiquititos basados en “El entenado”, la novela de Juan José Saer. Cuando la leí me impactó muchísimo; estábamos en Mar Azul con mi novia y me acuerdo de que me quedé encerrado en la casa con el libro. Un día hice una serie de dibujos, los guardé y ahora que Fernanda los vio me dijo que debían estar, porque tienen un vínculo con mi formación escolástica y con la literatura.

- ¿Qué te pasó con la novela?

- Quedé muy impactado con los personajes, con el lenguaje, con el canibalismo. Son dibujos de ruta; además escribí una serie de cuestiones respecto de lo monstruoso, de la falta del lenguaje o de no estar en el código con el otro. El reflejo en los dibujos fueron estos personajes que están como en trance después de comer carne humana. Está la figura de los cuidadores y de su ansiedad, eran los que cocinaban la carne; después la euforia en el comer y lo que pasaba, esa cosa más salvaje de sexo, lo orgiástico. Y al final quedaban todos como en un limbo.

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Comenta El Vázquez que Big Data nació de su obsesión -la palabra que eligió- por personajes de la cultura popular que le resultan atractivos, partiendo de la idea del peronismo como una gran montaña de sentido. Personajes cruzados por una tucumanidad que El Vázquez prefiere amplificar.


- Soy nacido en Jujuy, pero vivo hace muchos años en Tucumán. Mi papá es porteño y mi mamá es salteña, así que me defino como norteño, entendiendo al norte como una sola entidad dividida de manera forzosa por el centralismo histórico de este país.

- Hablemos de los retratos que conforman esta serie

- Me encuentro mirando primero a un personaje que adoro como Mercedes Sosa y luego a Palito Ortega, que me parece fascinante también en nuestra historia de la cultura popular. Ambos comparten caracterizaciones por sus orígenes humildes, sus ascensos muy trabajosos dentro de la práctica artística y por carriles ideológicos distintos, aunque Palito se asume peronista, incluso tenía un vínculo con Perón. Es más: escribe “La felicidad” por la vuelta de Perón. “Yo tengo fe que todo pasará” está hablando de la vuelta del peronismo.

- Encontraste un enganche fuerte ahí, ¿no?

- Me parece que Palito es un absoluto negador de la muerte, un tipo con mucha pulsión de vida, al igual que Mercedes, que era una persona sufriente. Al tipo se le ocurrió traer a Sinatra porque para él Sinatra era el mejor cantante del universo, y no solamente se fundió; casi pierde a su familia. Después le dio la mano a Charly García y lo rescata desde su lado más humano y artístico. En el medio de estos personajes aparecen Maradona, Gladys, los pueblos originarios; pero el personaje central de la serie va a llamar más la atención porque el montaje va a ser determinante en ese sentido.

- ¿De quién se trata?

- Facundo Ferreyra, el pibito que mató la policía. Sobre Facundo casi no hay información reunida, entonces no hay Big Data que permita organizar algo. A la imagen la encontré en una pared, le saqué la foto y después la trabajé en la pintura. Siempre me quedó picando la idea de que en algún momento el pibe iba a desaparecer de nuestra vida. A diferencia de Maradona, de Perón, de Evita, la sensación es que Facundo es un pibe al que vamos a olvidar. Más desde que murió la abuela, que era la que sostenía el reclamo de justicia. Por todo eso me pareció que Facundo tenía que estar. O sea, hay un relato basado en la cultura popular, en la política, en los orígenes. Palito llegó, Mercedes llegó, Evita llegó; el que no llegó fue este pibe.

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La muestra incluirá un corpus de cuadernos, reunidos desde 2018, en los que El Vázquez dibuja, diseña y comunica. Hay textos, trazos, colores cambiantes. Ahí está la génesis de lo que se verá desde el jueves.

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- Lo que me pasa con el dibujo, al menos con el de esta línea, es que no necesita interlocutores. Es una obra que funciona sola y creo que hay algo ahí que recuperar. Yo amo la obra de los artistas jóvenes de acá; hay gente a la que admiro un montón, pero siento que a esa obra le llega muy poca gente y a veces pasa la inversa, que esa obra llega a muy poca gente.

- ¿Entonces?

- Hay que abrir, vincular, romper. Quiero que vaya mucha gente a esta muestra, para eso es el esfuerzo. No me interesa colgar una sola obra en un contexto muy cuidado, con buena luz. Sí, eso puede tener una potencia en algún momento, pero no ahora. Este es el momento donde yo tengo esto para mostrar y esto para decir.

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