Foto de Matías Vieito/LA GACETA.
La pasión por San Martín no tiene límites ni frenos. En la previa del esperado cruce ante River por los 16avos de final de la Copa Argentina, cientos de hinchas "santos" convirtieron el Picódromo de Santiago del Estero en una sede improvisada de aliento y locura rojiblanca. El lugar, usualmente utilizado para carreras y picadas, fue el punto de encuentro de una multitud que no entiende de distancias cuando se trata de seguir al equipo de Mariano Campodónico.
Desde temprano, la caravana de hinchas comenzó a llegar con equipos de música, banderas, sombrillas y parrillas. Los bombos retumbaban entre los árboles, que estaban cubiertos con trapos con frases de aliento. Algunas banderas colgaban de los autos, y otras ondeaban al ritmo del cuarteto que salía de los parlantes. “Esto es San Martín. No venimos a ver un partido, venimos a alentar al club de nuestras vidas”, dijo Lautaro Mansilla, mientras acomodaba las brasas del asado con una tapa de olla.
La organización fue completamente autogestionada. Hinchas de diferentes puntos de la provincia y del país coordinaron todo por WhatsApp: quién traía las heladeras, quién el carbón, quién la música. “Lo armamos entre varios grupos de Tucumán y hasta de Buenos Aires. El punto de encuentro fue este, y no falló nadie. Está todo impecable”, contó con orgullo Fernando Suárez, que viajó desde Yerba Buena con cuatro amigos.
Foto de Matías Vieito/LA GACETA.
Además del color y el folklore, muchos se mostraron conformes con el sistema de reserva anticipada para conseguir entradas. “Pude sacar sin problema por internet y eso te da más ganas de venir. San Martín merece jugar con su gente, esté donde esté”, expresó Claudia Gómez, que llevó a su hijo por primera vez a ver al equipo fuera de la provincia.
"El resultado pasa a segundo plano: esto es amor puro"
A medida que caía el sol y se acercaba la hora del partido, la previa fue tomando temperatura. Las picadas de autos seguían, pero ahora con banderas flameando desde las ventanillas. Los bombos no paraban de sonar, y los hinchas ya coreaban canciones con los ojos puestos en la cancha, aunque todavía estaban lejos. “Podemos ganar, perder o empatar... pero esto que hacemos no lo hace cualquiera. Es pasión, es familia, es locura”, dijo entre lágrimas Lucas Ramírez, abrazado a su papá y su abuelo.
Claro; el Picódromo ya era una sucursal de La Ciudadela. Entre asado, bocinas y promesas de volver a alentar donde sea, los hinchas reafirmaron que San Martín es mucho más que 90 minutos: es un modo de vida.







