“No te olvides de ser feliz”: el legado de Alejandra "Locomotora" Oliveras en el boxeo femenino

Alejandra Oliveras sembró una semilla que sigue creciendo en cada mujer que se calza los guantes para pelear sus propias batallas

ENTRENAMIENTO. Manzur es campeona sudamericana. Empezó a los 15 y hoy sueña con el mundo. En su esquina tiene presente: “No te olvides de ser feliz”.  la gaceta / foto de diego aráoz ENTRENAMIENTO. Manzur es campeona sudamericana. Empezó a los 15 y hoy sueña con el mundo. En su esquina tiene presente: “No te olvides de ser feliz”. la gaceta / foto de diego aráoz

Durante dos semanas, Alejandra “Locomotora” Oliveras peleó la última batalla de su vida. La más dura. Una batalla en la que ya no tenía guantes, ni árbitro. Una embolia pulmonar masiva, derivada de un ACV, la dejó internada en terapia intensiva. Murió el pasado lunes, a los 47 años, en el hospital José María Cullen de Santa Fe. Pero su historia, aquella que empezó muchísimo antes del boxeo y mucho más allá del ring, sigue golpeando. Vive, todavía, en cada mujer que alguna vez soñó con calzarse unos guantes.

Su verdadero legado no se mide en cinturones, aunque tuvo seis mundiales en su haber, ni en récords (ganó 33 combates, perdió tres y empató dos). El legado de “Locomotora” se mide en coraje. En empuje. En cada historia de una mujer que alguna vez fue mirada de reojo por hacer “cosas de hombres”. Y aun así, no frenó.

En 2008, Oliveras y Marcela “Tigresa” Acuña llenaron el Luna Park con una sola pelea. En esa noche unificaron títulos y abrieron un camino. “Logramos que no demonizaran al boxeo femenino. Las chicas que hoy arrancan no sufren lo que nosotras vivimos. Borramos esa discriminación a fuerza de perseverancia”, recordó Acuña en una entrevista reciente. Y lo que más la conmovió fue haber sido, más que su rival, su compañera de causa.

Y en Tucumán, esa causa tuvo eco.

Hijas del legado

Lucrecia Manzur tenía apenas 15 años cuando su papá la invitó a probar con el boxeo. “Entrené seis meses y debuté. Gané mi primera pelea”, cuenta, y sabe que su historia todavía se está escribiendo porque hoy, una década después, es campeona argentina, sudamericana y latina OMB. Está primera en el ranking mundial. Y sueña con ser campeona del mundo.

Aunque confiesa que no vio pelear en vivo a la “Locomotora” (“siempre fue la “Tigresa” Acuña para mí”, dice), reconoce el peso de lo que construyó. “Dejó al país en lo más alto. Hizo historia”.
Pero donde más la sintió fue fuera del ring: en sus mensajes, en sus videos y, por encima de todo, en su frase favorita: “No te olvides de ser feliz”.

Lucrecia la repite, como si estuviera escuchando ahora. “A veces nos preocupamos por cosas tan innecesarias que nos olvidamos de vivir. Cada mensaje de ella siempre me llegó. En la vida vamos a tener altas y bajas, pero jamás tenemos que rendirnos”, afirma.

Natalia Alderete, por su parte, encontró el boxeo un poco más tarde. Primero fue el kick boxing; después, casi al mismo tiempo, empezó a entrenar con guantes. “No hice muchas peleas amateur porque ya estaba grande”, dice. Pero no se frenó: debutó como profesional a los 33 años.
Y cuando su esposo le dio la noticia de la muerte de Oliveras, algo se le quebró adentro. “Se me erizó la piel. Sentí mucha tristeza”, confiesa.

Natalia la seguía desde siempre. “Tenía una luz propia. Que pocos seres humanos tienen. Era una guía nata. Una inspiración de fuerza y fortaleza. Siempre nos mostró que las mujeres podemos hacer todo lo que nos propongamos. Nos enseñó que somos fuertes, que somos independientes”, cuenta.

Hoy, su voz tiembla un poco cuando habla de ella. Pero eso no quita que se sienta llena de gratitud. “Será siempre recordada con amor y respeto, tanto por los que saben de boxeo como por los que no. Alejandra Oliveras era deporte”, finaliza.

Para siempre

Después de colgar los guantes en 2017, “Locomotora” volvió a nacer. Fue influencer, motivadora, bailarina, figura mediática. Participó del “Bailando por un Sueño” en 2007 y se ganó un lugar también en la pantalla. No necesitaba pelear para transmitir fuerza. Ya era fuerza.

En sus redes, compartía rutinas, historias, reflexiones. Hablaba de vida. De dolor y de superación. De estar abajo y volver a levantarse. “Nunca fui víctima. Siempre fui luchadora”, solía decir. Y eso es lo que dejó: una semilla que crece en cada mujer que se atreve a ocupar un espacio.

Cuando Natalia dice que Oliveras tenía “esa luz propia”, no se refiere solamente a su carisma. Se refiere a lo que irradió. A lo que sigue brillando en otras. A lo que se ve en cada esquina de un gimnasio, donde una mujer ajusta el vendaje mientras se imagina su primera pelea. A lo que se escucha en la frase que Lucrecia repite como un mantra: “No te olvides de ser feliz”.

Alejandra Oliveras fue puño y fue corazón. Fue pelea, pero también ternura. Fue furia arriba del ring y dulzura frente a cámara. Fue cuerpo, alma y mensaje. Y aunque su historia tuvo un final repentino, su legado no se retira.

Sigue, en cada mujer que se anima. En cada paso que ya no hace falta justificar. En cada golpe que hoy puede darse sin pedir permiso. En cada voz que dice, con orgullo, que el boxeo también es cosa de mujeres.

Y en cada una que, como “Locomotora”, decide no rendirse jamás.

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