“Potencia no: país próspero, aunque dependiente”: el rol de Tucumán a partir de la agroindustria azucarera

El historiador Daniel Campi analizó la Argentina de finales del siglo XIX y comienzos del XX.

“Potencia no: país próspero, aunque dependiente”: el rol de Tucumán a partir de la agroindustria azucarera
Carlos Werner
Por Carlos Werner 20 Julio 2025

“En el tablero de la economía mundial de 1910, Argentina era un simple peón”, afirma el historiador tucumano Daniel Campi, licenciado en Historia por la UNT y doctor en Economía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid. El investigador del Conicet sostiene que el país tenía una economía pujante, pero limitada por su rol agroexportador y su profunda dependencia del capital británico.

Aunque reconoce que hubo prosperidad, advierte que estaba concentrada: “En Francia se decía ‘más rico que un argentino’, pero no hablaban de todos los argentinos, sino de unos pocos”. Y, entre otras cosas, Campi destaca que Tucumán y Mendoza lograron cierto desarrollo industrial gracias al proteccionismo, no al libre comercio.

Durante décadas, el país aprovechó una coyuntura externa favorable, pero sin políticas firmes para industrializarse. “Nunca fuimos una potencia”, sentencia. A pesar de todo, rescata la movilidad social de esa época: “Es la Argentina donde nace la clase media”.

-¿Está de acuerdo con quienes afirman que a principios del siglo XX nuestro país era una potencia económica?

-De ninguna manera. Si la economía mundial fuese un tablero de ajedrez, la Argentina habría sido en esa época un simple peón. La reina indiscutible en ese tablero era Gran Bretaña, por su poderío industrial, financiero y comercial. A eso habría que sumar su poderío militar y su gran imperio de colonias y semicolonias, que ocupaba en 1910 un cuarto de superficie terrestre y también un cuarto, aproximadamente, de la población mundial. En ese imaginario tablero, los alfiles y torres eran Estados Unidos, Alemania, Francia y hasta Japón.

-¿No le parece un poco exagerado ubicar a la Argentina en ese “imaginario tablero” como un “simple peón”?

-No. Porque ello no implica desconocer que, hacia 1910, año del centenario del primer gobierno patrio, teníamos una pujante economía, pero con los límites que imponía el modelo agroexportador. Nuestro país era un país próspero, con muchos rasgos de civilización y cultura europeas, con clases capitalistas muy ricas, con una movilidad social ascendente, pero con un desarrollo industrial muy incipiente y crónicamente endeudado. Para no mencionar los grandes desequilibrios regionales y las diferencias sociales que el modelo promovía.

-Es decir, usted no cuestiona que ese “modelo” tenía cosas positivas…

-No sé si llamarles “positivas”. Era un país rico en comparación con la gran mayoría de los países dependientes de las economías capitalistas más avanzadas. Y como esos países dependientes, incapaz de incidir en el tablero de la economía mundial de manera decisiva. Aprovechaba una coyuntura muy favorable para colocar en el mercado europeo con buenos precios sus cereales, carnes y lanas y otras materias primas, pero -como alertaba Alejandro Bunge- pendía sobre esa prosperidad exportadora la espada de Damocles de cambios profundos en ese escenario internacional. A todas luces no éramos “una potencia”.

-Quiero insistir sobre el modelo económico que rigió en la Argentina entre 1880 y 1930 hasta el crack y la crisis mundial de 1930, eso de que era un país agroexportador…

-Es que era un país que crecía, que sin duda prosperaba, que producía mucha riqueza sobre la base de sus exportaciones agropecuarias.

-¿Y con qué países nos podíamos comparar?

-Argentina crecía a niveles de Estados Unidos, de Canadá, de Australia. Eran los cuatro países que en esos 50 años tuvieron la tasa de crecimiento más importante a nivel mundial. Sin embargo, mientras estadounidenses y canadienses aprovechaban esa prosperidad para industrializarse, la Argentina no modificaba su matriz productiva, que era esencialmente productora de alimentos y materias primas, lo que la mantenía en una fuerte dependencia hacia Inglaterra.

-¿Cómo era esa dependencia?

-El país, en los hechos, formaba parte del imperio económico británico. Éramos políticamente soberanos, pero teníamos una profunda dependencia económica. En alguna literatura se la ha definido como una semicolonia.

-¿Y eso por qué se daba? ¿Porque convenía, porque había una cuestión de ideología, porque había una pretensión social?

-Se ha discutido muchísimo sobre el tema. Quizás tenga que ver con la existencia de lo que se ha llamado la renta diferencial de la tierra. Algunos autores han puesto énfasis en la existencia del latifundio. Ello habría impedido que, a diferencia de Estados Unidos, no se haya generado una clase de farmers, de campesinos que demandaban máquinas y otros productos industriales. Aquí no se promovió ni se desarrolló la siderurgia, ni una fuerte industria metalúrgica ni siquiera una textil.

-Y en ese escaso desarrollo industrial asoma Tucumán…

-Tal cual. Había cierto desarrollo industrial, obviamente, y también agroindustrial. En el interior extrapampeano surgieron dos provincias que pudieron acoplarse y beneficiarse al auge agroexportador: Tucumán y Mendoza. Pero lo pudieron hacer porque se aplicaron políticas proteccionistas. No hubo libre cambio para el azúcar, ni para el vino. Se ha atribuido que ese proteccionismo al azúcar se debió a dos presidentes tucumanos, Nicolás Avellaneda y Julio Argentino Roca. Yo pienso que ese proteccionismo fue producto de la una circunstancia especial que fue la de 1880, cuando se pone fin a las guerras civiles. Entonces una coalición de gobernadores dirigido por Avellaneda, de la cual Roca era uno de sus jefes militares, derrota a Buenos Aires e impone una solución: la protección de esas dos agroindustrias regionales a cambio de gobernabilidad.

-Más allá de eso, ¿la Argentina podría haber elegido otro destino que el de ser un país agroexportador?

-No creo. No podía desaprovechar esa coyuntura para sus exportaciones agropecuarias. Algunas provincias se beneficiaron especialmente en ese modelo, las pampeanas, Córdoba, Entre Ríos, Santa Fe y, claro, Buenos Aires. Pero, como ya dije, la solución del ’80, tan festejada por Juan Bautista Alberdi, que fue en gran medida su ideólogo, permitió el desarrollo de estas dos importantes agroindustrias, la azucarera y la vitivinícula, en el Norte y Cuyo, respectivamente. Pero no hubo políticas decididas para favorecer un fuerte desarrollo industrial. De ningún modo podíamos ser una potencia económica en el escenario mundial.

-Cuando se habla de “prosperidad argentina”, ¿qué está definiendo? ¿“Prosperidad” era riqueza para pocos o había oportunidades para todos?

-Sin duda hubo sectores sociales que prosperaron mucho. En Francia había un dicho para definir a una persona con mucho dinero, se decía “más rico que un argentino”. Pero no se hacía referencia al conjunto de los argentinos, sino a aquellas familias, sobre todo de Buenos Aires, que podían darse la gran vida en Europa durante varios meses. ¡Pero ojo! También había algunas familias tucumanas, propietarios de ingenios especialmente, que lo hacían. Eso contrastaba naturalmente con las clases populares. Esa riqueza coexistía con los conventillos en la ciudad de Buenos Aires, con la condición lamentable de los hacheros del nordeste y de los zafreros tucumanos. Al mismo tiempo era una Argentina que, a diferencia de otros países de América Latina había abierto una vía para el ascenso social, un país donde surge una pujante clase media de comerciantes, profesionales y funcionarios del Estado, en gran medida de origen inmigratorio. Por ejemplo, en Tucumán muchas familias árabes, españolas e italianas aprovecharon el auge de la industria azucarera para prosperar económicamente.

Azúcar y sociedad
Entre el auge azucarero, la modernización y las tensiones sociales

• Crecimiento económico en Tucumán a fines del siglo XIX: “Desde 1895, Tucumán obtuvo el usufructo monopólico del mercado interno de azúcar, además de subsidios y primas para la exportación cuando había excedentes. En 1894 hubo en el Congreso nacional un intenso debate entre proteccionistas y librecambistas, que concluyó con el triunfo de los proteccionistas, bajo lo que se llamó “proteccionismo racional”; implicaba hacer compatible la defensa de las agroindustria del azúcar con los intereses de los consumidores del litoral”.

• Azúcar importado y local: “En la segunda mitad del siglo XIX hay una gran expansión mundial de la producción azucarera, los mercados se saturan y el precio cae a pique. Gran parte era europeao, de remolacha, y salía al mercado subsidiado, por lo que llegaba a Buenos Aires a menor precio que el tucumano. Por eso fue necesaria la protección aduanera, que permitió el desarrollo de la industria azucarera local. Así, Tucumán se convirtió en la capital económica y cultural del norte argentino, atrajo capitales y grandes contingentes de trabajadores de las provincias vecinas. Eso permitió que estuviera más avanzada en tecnología, a comienzos del siglo XX, que las de San Pablo y Río de Janeiro, Brasil”.

• Impacto en el tejido social: “De muchas maneras. Por ejemplo, familias de la élite azucarera enviaban a sus hijos a Buenos Aires a estudiar abogacía o ingeniería. Un ejemplo destacado de esos jóvenes que se educaron en la Universidad de Buenos Aires y que luego jugaron un papel muy destacado en la política y la cultura tucumana fue Juan B. Terán. Pero no sólo familias de la élite fueron actores clave de la cultura y la educación provincial. Del Colegio Nacional y la Escuela Normal surgieron hijos de familias de modestos recursos que promovieron un bullicioso ambiente cultural, del que fueron grandes promotores la Sociedad Sarmiento y, luego, la Biblioteca Alberdi. Se fundaron otras bibliotecas, revistas literarias y científicas, preparando un terreno fértil para creación de la Universidad de Tucumán, que se concreta en 1914. Por otra parte, mientras la élite social era progresista en lo cultural, era muy conservadora en lo social. Por ello las subsistían condiciones laborales muy duras. Hasta 1896 estuvo vigente el sistema del conchabo forzoso. Recién ese año es abolida la ignominiosa  “Ley de Conchabos”, que había sido aprobada en 1886. Y ello en gran medida a la resistencia obrera que ya expresaba en huelgas y motines, en formas que la historiografía llamó de “resistencia pasiva”, como las masivas fugas de los lugares de trabajo”.

• Condiciones laborales: “Hay mejorar por esa resistencia obrera, como una importante huelga de 1884. Más conocida es la huelga de 1904. Desde entonces estuvo prohibido pagar los salarios con vales o “fichas” que sólo podían canjearse por mercaderías en las “proveedurías”. En 1923 otra importante huelga logró implementar la jornada laboral de ocho horas cuando los industriales se negaban a acatar una ley provincial promovida por el gobernador Octaviano Vera, junto con otra que fijaba un salario mínimo para los trabajadores del azúcar”.

Definiciones

Argentina en el siglo XX: Adaptación, Estado y nuevas formas de potencia

• Reacción de la Argentina ante sucesos internacionales en los albores del siglo XX: “Después de 1914, la Argentina enfrentó las consecuencias de la Gran Guerra, que afectó por sobre todo el flujo inmigratorio y el comercio internacional. Tras el conflicto emergieron como potencias industriales EE.UU. y Alemania, mientras la industria inglesa perdió competitividad. Esto dejó a Argentina en una posición complicada, pues comenzó a depender de un país con el que no teníamos economías complementarias, sino competitivas. La crisis y depresión de los años ’30 significó un cambio radical en el contexto mundial, lo que demostró que el modelo agroexportador, como había funcionado hasta entonces, era inviable”.

• Cómo influyeron las políticas internas en esta crisis: “La crisis llevó a la adopción de políticas proteccionistas, al control de cambios, etcétera, lo que promovió la “industrialización por sustitución de importaciones”.

• Qué rol tuvo el Estado en este proceso: “Fue fundamental. Intervino activamente interviniendo en el mercado creando, por ejemplo, “juntas reguladoras” para proteger determinadas producciones. Fue una readaptación a un contexto cambiante y a las nuevas reglas dictadas por las potencias del momento”.

• La frase acerca del no crecimiento desde hace más de un siglo: “Es una afirmación tan absurda que no vale la pena responderla. En la misma década de 1930 surgen industrias, que son las bases del posterior desarrollo industrial de las décadas de 1940, 1950 y 1960. Otra cosa es si observamos el sector agroganadero. En cuanto a la agroindustria del azúcar, pese a sus crisis, su modernización y crecimiento en este último siglo es innegable. El Estado jugó un papel importante en ese crecimiento, pese a las bruscas variaciones de las políticas económicas, que en algunos momentos pusieron más énfasis en la valorización financiera que en el desarrollo productivo”.

• Acerca de si el poder de un país se mide únicamente por su economía: “No, el poder y la potencia también se expresan en la cultura y en el conocimiento científico. Yo me pregunto si hubiera sido posible tener un gran líder espiritual a escala mundial como el papa Francisco si la educación pública argentina no hubiera permitido a ese hijo de modestos inmigrantes italianos adquirir una sólida formación básica que le permitió a un graduado de una escuela técnica (ENET N°27 de la ciudad de Buenos Aires) llegar a Sumo Pontífice”.

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