En todas las calles del mundo se puede ver a Betún

La compañía teatral europea Strappato llega a La Sodería con “4 sueños y 5 realidades”, sobre la vida de los niños en situación de calle. Una puesta con máscaras y sin palabras.

POTENCIA EXPRESIVA. Las máscaras revelan el alma del personaje. POTENCIA EXPRESIVA. Las máscaras revelan el alma del personaje.

Betún es un niño de la calle, sin nada ni nadie, que con sus pequeños pies descalzos recorre cualquier ciudad en un viaje por un sendero marcado por miles de diminutos pasos y con un canto mudo a la conciencia de los hombres.

Ese personaje -que se repite por todo el mundo- protagoniza “4 sueños y 5 realidades de una vida de calle”, la creación del Teatro Strappato (con sedes en España, Alemania e Italia y orientado aun un lenguaje teatral poético, físico y universal), que hoy se verá desde las 21 en La Sodería (Juan Posse 1.141), con las actuaciones de Cecilia Scrittore y Vene Vieitez. El grupo se define como “una compañía nómada de actores-artesanos que cuenta las historias de aquellos cuyas historias nadie cuenta”.

En esta puesta se usan máscaras y no hay palabras. “Trabajar con máscaras no es ocultar el rostro, sino revelar el alma del personaje. Tiene una fuerza única: es un símbolo que transforma lo concreto en universal y lo universal en algo íntimo y palpable. No es un objeto escénico, sino una herramienta profundamente expresiva, profanamente mágica, que permite al actor dar vida a algo que trasciende su propio cuerpo. Cuando esa magia ocurre en escena, el personaje enmascarado no solo se presenta ante el público, sino que se siembra como una semilla en su imaginación, quedando allí más allá del espectáculo. Un rostro de cuero puede contar profundas verdades y ser reconocida por todos”, puntualiza Vieitez, quien además dirige la propuesta.

En el mismo sentido, resalta que “la ausencia de la palabra potencia el relato, porque no es necesario hablar, ya que todo lo que sucede se vuelve evidente ante los ojos del público: las emociones, los conflictos, las intenciones, que no se comunican con palabras en el mundo que habitan -duro, violento, marginal- que no es de discursos, sino de acciones, miradas y silencios”. “Al sumergirse en este lenguaje, es el espectador quien construye la poesía desde su propia sensibilidad. Así, el silencio se vuelve fértil y profundamente expresivo”, añade.

“Todos conocemos a un Betún, aunque a veces no lo reconozcamos. En esta obra, es más que un personaje: es un símbolo que representa a millones de personas que viven en situación de calle, a quienes muchas veces preferimos no mirar. Son invisibilizados porque nos resulta más fácil no verlos. Están en cada esquina, en cada ciudad, y somos nosotros quienes decidimos si queremos verlo realmente, mirarlo a los ojos o seguir de largo. Invitamos a conocerlo íntimamente, a escuchar su historia, a sentir su humanidad, porque cuando lo hacemos dejamos de hablar de ‘un Betún’ y comenzamos a hablar de personas reales, presentes, que merecen ser vistas y reconocidas”, resalta.

“Estar marginado es un término que cambia constantemente de significado y que nos obliga a mirar con atención el mundo que habitamos y la forma en que decidimos vivir en él. ¿A quién dejamos fuera? ¿A quién no queremos ver?”, insiste Vene.

Fragmentos del dolor

A partir del nombre de la creación, precisa que “los sueños y las realidades que atravesamos en escena son los fragmentos de una historia marcada por el dolor; cada capítulo es un descenso al infierno contado desde las voces que lo han habitado, con sus historias, recuerdos, anécdotas, pesadillas y sueños que fueron compartidos con nosotros durante el trabajo de relevamiento que realizamos”.

“Es a través de sus vivencias que la obra toma forma y mezcla la crudeza de la realidad con la potencia onírica de lo que aún se desea, se teme o se recuerda. La calle los endurece y, muchas veces, se les percibe como una amenaza, como personas peligrosas. Sobreviven en los márgenes, muchas veces a través de medios ilícitos, lo que refuerza aún más su exclusión. Pero también hay una razón profunda: vivimos en burbujas. Segmentamos la realidad, nos rodeamos de comodidad y evitamos enfrentar lo que nos incomoda. Sus vidas quedan relegadas a la periferia tanto de la ciudad como de nuestra conciencia”, agrega.

La obra es el resultado de una investigación en el terreno realizada en Cochabamba, Bolivia: “buscábamos un país en América Latina donde pudiéramos estar en contacto con la realidad que queríamos abordar y nos contactamos con un hogar para chicos en situación de calle; la relación derivó en un lazo que trasciende esta propuesta artística”. “En Europa, cada país tiene su propia historia, contexto y desafíos. En Rumania, por ejemplo, la situación de la infancia en la calle es profundamente preocupante, muy similar a la de América Latina, y en Francia, España o Italia hemos encontrado familias enteras con historias igual de desgarradoras. No creemos que haya excepciones: la exclusión está presente en distintas formas, en todas partes”, resalta.

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