La revolución televisada
07 Julio 2025

Pedro Pablo Verasaluse

pedropabloverasaluse@gmail.com

A fines de 1978, las pantallas de televisión de todo el mundo mostraron un  espectáculo sorprendente e inesperado. Las calles de las principales ciudades de Irán se llenaron de manifestantes que, vitoreando al Imam Jomeini, exigieron el fin del gobierno, una monarquía encabezada por el sha Mohammed Reza Pahlevi.

La acción represiva del Ejército y de la Policía, leales al régimen, no pudo frenar la determinación de los manifestantes. Estos fueron masacrados por cientos, para volverse más numerosos al día siguiente. El pueblo iraní literalmente ofreció su pecho a las balas del poderoso Ejército imperial. Pocas veces se vio tal determinación en un movimiento popular, en cualquier país o período histórico. Sin embargo, el carácter “islámico” de las manifestaciones fue menos sorprendente que el hecho de que, por primera vez, una revolución fuera retransmitida en directo por televisión.

Y, paradójicamente, si el mundo pudo, de una manera casi sin precedentes, seguir la evolución y las vicisitudes de un proceso revolucionario “en tiempo real”, esta revolución, incluida la comunicación, no pareció inspirarse en las ideas contemporáneas, sino en las enseñanzas de un personaje religioso del siglo VII, el profeta Mahoma.

Cuando calificamos de “iraní“ una revolución que el mundo se acostumbró ideológicamente a llamar “islámica” (presentándola así como un acontecimiento básicamente reaccionario), subrayo sus múltiples raíces históricas y políticas, que el oscurantismo “racionalista” pretende ocultar mediante una simplificación absoluta. Hasta entonces, Irán rara vez aparecía en las noticias internacionales.

En la década de 1960, se había prestado poca atención a la creación de un cártel de países productores de petróleo: la OPEP, en la que Irán, el segundo mayor exportador de petróleo del mundo, desempeñaba un rol central. En 1973, durante la primera “crisis del petróleo”, la OPEP e Irán sacudieron la economía mundial. Pero en la crisis del “oro negro”, Irán formó parte de un grupo más amplio de países.

En 1979, el mundo supo lo que no muchos habían informado antes: que el glamoroso régimen del Sha, lleno de hermosos uniformes y condecoraciones, estaba apoyado por una represión salvaje, en la que la Policía política se distinguía por la brutalidad de sus torturas (la Savak).

Oasis de modernidad

Antes de eso, los principales medios de comunicación presentaban al régimen de Pahlevi como un oasis de modernidad, en medio de un archipiélago de regímenes árabes belicosos (los liderados por un nacionalismo árabe secular) o retrógrados (los liderados por monarquías feudales). En décadas anteriores, el régimen iraní frecuentaba las columnas sociales y los titulares de las revistas mundanas con motivo de las desventuras matrimoniales y sentimentales del Sha con la emperatriz Soraya, repudiada por su incapacidad para proporcionar herederos al monarca. La (mala) suerte de la emperatriz conmovió al mundo: Soraya se mudó a Europa occidental, donde se convirtió en actriz para directores de culto del cine italiano.

El Sha se casó por segunda vez con Farah Diba, quien le dio herederos, en un escenario faraónico (o persa) de agua azucarada, que quería trasmitir la imagen de que el único problema iraní era el de las aventuras y/o desventuras de sus parejas reales.

A fines de los 70, el “mundo” descubrió que el escenario Cinecittà de la corte de los señores petroleros era un escenario de cartón, montado sobre una dictadura reaccionaria y represiva. Cuando los expertos de la CIA escribieron un informe en septiembre de 1978 sobre la salud política del régimen monárquico prooccidental en Irán, concluyeron que, a pesar de su gobierno autocrático, el Shah presidió una dinastía estable que duraría al menos otra década.

Apenas cuatro meses después, se vio obligado a huir de una revolución popular que lo derrotó. Aunque creada oficialmente como grupo de contrainteligencia, con 65.000 agentes, las principales tácticas de la Savak fueron la tortura y la intimidación, haciendo que los opositores al régimen se sintieran prisioneros en su propio país (con la connivencia de EEUU e Israel). La Savak había penetrado en todas las capas de la sociedad, tomando prestadas y “refinando” las medidas perversas de la Gestapo. Incluso el dictador chileno Pinochet envió a sus torturadores a entrenarse en Teherán.

Y el mundo también estaba descubriendo que el Islam, considerado una cosa religiosa obsoleta incluso en Medio Oriente, estaba resurgiendo como una fuerza política, sacudiendo no sólo a los regímenes alineados con la “modernidad” capitalista, sino también al “socialismo real”. La URSS, preocupada por la “revolución islámica”, invadió el vecino Afganistán, creando lo que se convertiría en el “Vietnam soviético”.

También en 1979, en la lejana América central, otra antigua dictadura alineada con EEUU fue también derrocada por una “revolución sandinista”, que trajo de vuelta a la historia inmediata a otro personaje histórico (el de Augusto César Sandino), nada religioso, pero que Parecía tan antiguo y anticuado como el del profeta Mahoma. EEUU bloqueó a Nicaragua, apoyó una contrarrevolución interna (que, paradójicamente, fue financiada más tarde con fondos de la venta clandestina de armas al nuevo régimen iraní, en el “escándalo Irán-contra”), y estableció bases militares en los países vecinos (Honduras), para evitar el “contagio sandinista”.

El mundo cambió. Estaban surgiendo nuevos volcanes revolucionarios. En Brasil, las huelgas en el Gran ABC marcaron el comienzo del fin de la dictadura militar. Surgieron el PT y el CUT. Las alas “radicales” (revolucionarias) del movimiento sindical y político brasileño fueron llamadas “chiítas”, lo que demuestra el alcance del ejemplo que venía del lejano Oriente Medio. En EEUU y Europa, los regímenes de Ronald Reagan y Margaret Thacher, elegidos poco después, intentaron imponer una inversión de la tendencia política mundial. Pero si la revolución iraní no terminó con la caída de la monarquía, desde entonces desplegará todas sus contradicciones, heredadas del proceso histórico del país.

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