“La esperanza no defrauda”. Así nos decía el querido y fallecido papa Francisco en este año del Jubileo. Qué augurio que entusiasma y alienta. El jubileo que nos llama a una conversión personal y nos indica claramente las condiciones y los caminos para evangelizar el mundo pluralista y dividido, que transita en guerras, en lo tecnológico y en la inteligencia artificial (IA). Por aquí, peregrinamos para volver a poner a Jesucristo en el centro de nuestra vida. Porque él es nuestra esperanza.
Además, y llenos de esperanza desbordante hace 150 años, los primeros salesianos enviados por Don Bosco al otro lado del mundo participaron de la primera expedición misionera salesiana a nuestra querida Argentina. Vinieron con una esperanza desbordante los primeros hermanos; salen y van, confían en la esperanza, un gran motivo para celebrar el don de Dios que nos permite recordar y, desde la memoria agradecida, sacar fuerzas para “seguir andando”.
Y hace 100 años, el Padre Lorenzo Massa, con otro puñado de salesianos, vinieron a este lugar y han hecho la siembra que Dios permitió germinar, en forma asombrosa y llamativa, la pequeña simiente depositada hace un siglo en el seno de la sociedad de Tucumán, al amparo de la madre y maestra María Auxiliadora.
¿Quién podrá calcular la fuerza y el bien del carisma salesiano que ha podido hacer en el Jardín de la República?
¡Cuántos jóvenes han pasado y vivido el ambiente salesiano del sistema preventivo! ¡Cuántos salesianos apasionados por la misión salesiana dejaron su vida y lo dieron todo para la formación de la juventud tucumana! ¡Cuántos laicos comprometidos y el gran movimiento de la familia salesiana en corresponsabilidad han hecho posible la realización de la obra benéfica llevada a cabo por los salesianos de Don Bosco en esta ciudad!
Agradecidos por la historia vivida, porque el trabajo y la entrega de tantas personas que han vivido el carisma salesiano al servicio de los jóvenes, especialmente de los más necesitados, es signo que en Tucumán se profesa a Don Bosco y al carisma salesiano una profunda estima.
Y este camino de compromiso actual de los salesianos y de la comunidad educativa, con una presencia alegre, cercana y transformadora en medio de los jóvenes, con la celebración centenaria, vemos que es una oportunidad para renovar el compromiso de seguir evangelizando y educando con estilo salesiano de cara a los nuevos desafíos del presente. Ese carisma salesiano que nos motiva a ser evangelizadores de los jóvenes, “misioneros de los jóvenes”, capaces de llegar a los que están lejos física, psicológica o culturalmente.
Aquí nos ha llamado Dios, bajo la protección del patrono de la ciudad, San Miguel Arcángel y el auxilio de María Auxiliadora, para que, con nuestro carisma salesiano que nos inspira Don Bosco, profundamente hombre y abierto a Dios, que “no dio un paso, ni pronunció palabra, ni acometió empresa que no tuviera por objeto la salvación de la juventud” (Const. 21).
Somos hijos de un campesino y esto nos confirma que el carisma salesiano tiene en sí una virtud muy particular que sostiene la misión juvenil que nos caracteriza: la virtud de la esperanza.
Es la virtud de la esperanza que el Padre Lorenzo Massa y los diez salesianos animados por la certeza del futuro que ve ya en flor, aunque los inicios fueron sudor, fatiga, sacrificio, deudas, sin pretender ver los frutos inmediatos, sembraron con cercanía, la alegría, la santidad, necesarios para mirar para adelante y saber cultivar en el corazón la certeza de que lo que se está haciendo dará mucho frutos, de santidad, de buenos cristianos y honrados ciudadanos y, seguramente, con la esperanza de que los jóvenes se animen al llamado de Dios y a preguntarse ¿cómo puedo hacer para ser salesiano?
Como salesianos, familia salesiana y tantos laicos que estuvieron y están viviendo la corresponsabilidad en la misión, y con la convicción que caracteriza a nuestro fundador cuando intuye que sus proyectos vienen de Dios; con los ojos y la mente fijos en el presente como lugar de la esperanza, porque éste es el tiempo de los jóvenes, esta tierra que está trabajando está ya fecundada por la santidad: necesita ser cultivada del modo debido por los que estamos y por los que vienen con el auxilio de María, nuestra madre.