CUENTOS
UN NOMBRE PARA TU ISLA KATYA ADAUI
(Páginas de espuma - Buenos Aires)
¿Qué se considera escribir bien en lengua castellana?
En principio, subordinarse a las normas de la Real Academia Española (RAE) y desde ese saber omnipresente colocar cada cosa en su lugar.
¿Será así, nomás? Sí, pero hasta cierto punto. Por caso, en los países llamados hispano parlantes pulsan los indispensables anticuerpos que ejerce cada territorio. Permisos, licencias, jergas, guiños, etcétera. Para muestra, un botón: en México sería imposible que las personas se comunicaran sin la influencia del milenario diccionario que donaron los aztecas. Chamaca, chava, chingón, chido, más los entusiastas güey y ¡órale! Y así.
Para decirlo de una vez: dominar el idioma es bastante más que aprobar con nota de 10 en el colegio secundario. Y ni hablar si hablamos de los complejos y maravillosos oficios de periodista y/o escritor. El español Juan José Millás advertía que no basta con manejar una cuantía de adjetivos y sustantivos. “Una oración bien construida es un cuerpo de huesecillos gramaticales”.
El argentino Jorge Luis Borges, acaso el más brillante paladín de los adjetivos (sitial que bien podría compartir con el cubano Guillermo Cabrera Infante), desconfiaba del uso automático de los sinónimos y nos dejaba una contundente fundamentación: rojo no es igual a colorado y colorado no es igual a bermellón.
Luego, ¿hay en el uso del castellano una herramienta con valor de as de espadas? Para el referido Millás son las preposiciones y los artículos (por añadidura, la sintaxis) y sin embargo, en cambio, Julio Cortázar vivía obsesionado por las comas, que “… son la puerta giratoria del pensamiento”.
En el libro que nos atañe, Un nombre para tu isla, de la peruana Katya Adaui (Lima, 1977), brilla bajo el sol abrasador y abrazador de páginas y páginas de diálogos que, con pasmosa simplicidad, describen a los personajes, las tensiones y las devociones que los unen y los elementos laterales que pugnan por hacerse oír. Sean otras personas. Sean la falsa mudez de las geografías.
Toca, Adaui, una sinfonía de exactitud y virtud, con una narración capaz de prescindir de forzamientos y alharacas. Salvadas las debidas distancias, hay en sus modos una cierta reminiscencia a los autores estadounidenses que de la austeridad labraron su celebridad. Jerome Salinger, John Cheever, Raymond Carver, Richard Ford, solo por ser nombrados en escalafón arbitrario.
En suma, siete son los cuentos que articulan Un nombre para tu isla. Una sucesión que para el humilde autor de estas líneas inspiraron la inconfundible sensación de un hallazgo que convida un plato sabroso. Bienvenidas, pues, las insularidades de Katya Adaui.
© LA GACETA
WALTER VARGAS