Javier Milei.
Ya de vuelta de la zozobra de la guerra global, los vientos de la polarización parecen estar definitivamente instalados en la Argentina y parece claro que la situación obedece al gusto y paladar de Javier Milei y de Cristina Kirchner. En las elecciones legislativas será nomás la izquierda de los lobos con piel de cordero versus la derecha de los corderos con corazón de lobos. No parece haber espacio por ahora para un centro que equilibre el espectro y es más que probable que ése sea el espacio que más sufra las consecuencias del cara o ceca. Igualmente, Mauricio Macri parece que se decidirá por quedarse plantado allí, aunque después el PRO acompañe al oficialismo en el Congreso.
Hay una cuestión que debería preocupar a todos los sectores, como es el comportamiento de la sociedad, con sus broncas, sus miedos y sus recompensas. Pero no tanto desde el costado electoral (aunque ello puede ser consecuencia), sino desde el de la esperanza en esos políticos que nunca parecen sintonizar del todo con las necesidades cotidianas. En general, la gente cree que la izquierda roba para ellos mismos y que la derecha roba para terceros y en esa resignación pendula, pero los sentimientos de frustación prevalecen.
El Observatorio de la Deuda Social de la UCA dio a conocer en estos días un documento que aborda el “estrés económico” que sufren las personas cuando en sus hogares no llegan “a cubrir los consumos básicos habituales y a sostener los patrones de consumo, declarando así también la imposibilidad de ahorrar”. Es decir, la presión o la angustia que se vive cuando le gente siente que los recursos financieros no le alcanzan, más la inestabilidad, la incertidumbre o la falta de control sobre el futuro que es lo que parece generar esta compleja situación que abordó la investigación.
Si bien el trabajo no lo explicita, es obvio que una situación así le puede bajar el pulgar a cualquier gobierno que deje que esto le ocurra a la sociedad durante demasiado tiempo, ya que a nivel social o político, el fenómeno también puede alimentar sentimientos de frustración o de malestar colectivo, debilitando la confianza en las instituciones y en los ejecutores de políticas. Aunque en los antecedentes no se verifican tantas correlaciones, cuando Macri perdió las elecciones de 2019 el nivel era de 55,3% de la población estresada económicamente, mientras que hoy es de 50% y en ascenso.
Con las legislativas a la vuelta de la esquina y habida cuenta de cómo termino la experiencia amarilla del gradualismo, se podría interpretar entonces (no comprender) un poco mejor la violenta irrupción del presidente Javier Milei hace dos días en La Plata, cuando le obsequió al gobernador Axel Kicillof una docena de gruesos epítetos en el lanzamiento de la campaña de La Libertad Avanza. Quizás podría entenderse el deseo presidencial de personificar el Milei auténtico que tanto éxito le dio en el pasado, como una inyección de mística destinada a la ciudadanía, pero lo cierto es que el Presidente quedó al borde de lo injustificable, ya que su irrupción terminó siendo francamente ofensiva no sólo hacia terceros, sino hacia los mismísimos atributos que sostienen su jerarquía.
La “garra”, esa mezcla de tenacidad, coraje y voluntad de cruzar espadas es una cualidad que históricamente ha sido valorada en el imaginario político argentino, especialmente en contextos de crisis o de transformación. En el caso del Presidente, muchos de sus seguidores sí parecen reconocérselo como una virtud central, ya que su estilo firme y confrontativo, su retórica encendida y su disposición a desafiar a la casta han sido interpretados por una parte del electorado como señales de autenticidad y valentía.
Pero también, ese supuesto punto a favor de la ruptura con el statu quo a partir de una comunicación directa tan disruptiva es lo que genera mucho rechazo en otros sectores, que lo ven como una forma de agresividad o desinstitucionalización. Así que más que un atributo universalmente reconocido, dicha garra pasa a ser un rasgo francamente polarizante que para algunos es prueba de liderazgo decidido y para otros, de imprudencia o de falta de normatividad. Para quienes sufren las consecuencias del ajuste económico, ese factor bien podría ser percibido como insensibilidad.
Justamente, el trabajo de la UCA sugiere una desconexión entre los indicadores económicos y la experiencia cotidiana y ese aspecto puede debilitar la narrativa oficialista y alimentar discursos opositores que capitalicen el malestar, especialmente en franjas sociales que antes no se consideraban vulnerables. Justamente, la mayor parte de esos sectores hoy son los más críticos al Gobierno y sería casi imposible captarlos, pero seguramente lo que el Presidente intentó fue fidelizar a los propios.
Se puede recordar el caso de los Estados Unidos en 2008, cuando la crisis financiera global generó un estrés económico masivo con ejecuciones hipotecarias, desempleo y caída del consumo. Esto erosionó la confianza en el gobierno republicano saliente y fue clave en la victoria de Barack Obama, quien supo canalizar el malestar con un mensaje de esperanza y cambio. El “yes we can” (el “sí, se puede” macrista) fue más que un eslogan, sino una respuesta emocional positiva al estrés colectivo.
La vuelta a aquellos tiempos, que ellos estiman que fueron de coraje, es lo que hoy parece marcar el sentimiento que alberga en la mesa chica de Macri, mayormente compuesta por los nueve diputados del PRO que en la votación previsional de principios de mes se abstuvieron (María Eugenia Vidal, Silvia Lospennato y Luciano Laspina, entre otros) a contramano del bloque que integran y que capitanea Cristian Ritondo. El diputado es quien junto a Diego Santilli y a Guillermo Montenegro, respaldados por el expresidente, negocian con el Gobierno la integración conjunta de listas para la provincia de Buenos Aires.
Desde la Casa Rosada les han impuesto a los amarillos todas las formas de humillación posible, como ir bajo el paraguas violeta de La Libertad Avanza u olvidarse de encabezar las listas y, sin embargo, ellos siguen adelante. Algunas de esas malas lenguas que buscan incidir en Macri dicen que los mensajeros están buscando además favores personales para pegar el salto. Pues bien, esos nueve son quienes más le insisten al expresidente para que se desmarque lo más que pueda de Milei, salga pato o gallareta en las elecciones.
Y en medio de la política que sube y que baja los decibeles (y que ya sea por adhesión o por hartazgo se los va reacomodando al electorado) está el trasfondo no menor de lo económico que finalmente define lo que la UCA describe: hoy, la economía está en la cabecera de la pista dispuesta para acelerar y salir, aunque los pilotos están haciendo un “checklist” que se demora porque aún hay enormes dificultades a superar antes del carreteo.
Por ejemplo, los funcionarios de Economía y del Banco Central han pasado media semana tratando de explicar el saldo negativo de la cuenta corriente, mientras trataban de sortear la coincidente revisión del Fondo Monetario, cuyo talón de Aquiles es el insuficiente cumplimiento de la meta de Reservas. Los argumentos oficiales sobre las complicaciones del ajuste y sobre todo sobre los efectos diferentes que tiene el superávit fiscal sobre las cuentas públicas son muy atendibles, pero a muchos le suenan como más peces de colores. Se necesitaría –y el Gobierno no tiene quién- alguien que comunique esas cosas de modo más llano, sin tecnicismos y de forma creíble, ya que el ministro Luis Caputo y los funcionarios son demasiado técnicos y el Presidente hace todo a su estilo: rompe, pero no clarifica.
Es casi seguro que antes de las elecciones ese chequeo que plantean los pilotos no se va a terminar del todo, porque además habrá que ver cómo quedan conformadas las cámaras desde diciembre para abordar legislativamente los cambios de fondo que se necesitan en varias materias (tributaria, previsional, laboral, etc.) para darle mayor certidumbre a la inversión que debería llevar al círculo virtuoso de crecimiento, mayor empleo, menos pobreza, etc. etapa que, así como se están las cosas, si aparece en volumen adecuado, no sucederá hasta entrado el año próximo.
Lo que sí puede ocurrir a medida que pase el tiempo y si se siguen intentando parches solamente es que la dialéctica de todas las partes irá subiendo de tono, por lo que el despegue se va a seguir demorando, mientras que la paciencia social podría romperse. Habrá que ver si los pasajeros podrán seguir conteniendo el aliento o si, saturados por el estrés de tanta espera, harán sentir en las urnas alguna esperable rechifla -sobre todo vía deserción- para intentar bajarse del avión.






