Sobre la autoridad de la primera persona, o la audacia de la modestia*

22 Junio 2025

Por Tamara Tenenbaum

Tengo tantas capas de notas sobre Un cuarto propio que mis recuerdos están todos desordenados; se me mezclan las impresiones que tuve en una época y las que tuve en otras, las que tuve traduciendo y las que tuve leyendo, las mías y las de otros, las que tuve cuando pensé que no había nada nuevo que decir sobre este libro y cuando sentí que era imperioso intentar decir algo nuevo. Se mezclan, también, las contradicciones de Virginia con las mías propias, las cosas que no entendí con las cosas que realmente no se le entienden. Todo esto para decir que quería empezar este capítulo hablando de cómo le envidié a Virginia Woolf la confianza en su primera persona, sobre todo el año en que sentí que me daba vergüenza ser yo y seguir escribiendo. Es una autoconfianza en la capacidad de descubrir y pensar el mundo con la que solo un narcisista delirante podía escribir para cuando nací yo, en 1989; cualquier persona medianamente cuerda, con cierto acceso a la educación y cierto acceso internet, sabe hoy que ha llegado tarde a todo. Se ha escrito muchísimo (y muy bueno, si una busca bien) sobre cualquier tema que a una se le ocurra, y pretender decir algo sensato es enredarse en infinitas citas para descubrir que, quizás, no hacía falta que se tomara la pluma. Es difícil no envidiar, como persona que escribe, la intrepidez con que se podía afirmar cualquier cosa antes de la academización de todo; era la época de los exploradores de los territorios, pero también de los temas, cuan do el solo hecho de haber ido a alguna parte o de haberse dedicado un par de meses a estudiar algo te volvía una fuente valiosa, porque no había nadie que le hubiera dedicado veinte años a ese tema ni maneras de leer desde tu casa sobre lo que pasaba en cualquier parte del mundo. La voz de Virginia tiene la limpieza de esa valentía: la elegancia de quien no tiene que atajarse nada ni necesita llenar todo de notas al pie porque no ha habido tantas otras antes que ella. Todo eso quería escribir yo, pero se ve que a pesar de que leí su libro ciento cincuenta veces no me alcanzó para recordar que Virginia empieza Un cuarto propio con un golpe de modestia.

*Fragmento de Un millón de cuartos propios (Paidós).

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