Falta un segundo y seis décimas para que suene la chicharra en el tercer partido de cuartos de final entre Ferro y Boca, por la Liga Nacional. El que gane sacará una ventaja clave. La última pelota está en manos de Facundo Piñero. El alero de Boca intenta un pase al centro de la zona pintada, pero Emiliano Lezcano, el taficeño, lo intercepta. No mira el reloj. No busca a un compañero. No es egoísmo, es instinto. Ese mismo instinto que, a los 17, lo obligó a dejar sus raíces y mudarse a Córdoba para empezar su camino en el básquet.
El base agarra la “naranja” y lanza, desde su propio aro, un disparo seco. Al principio parece un delirio. Pero la pelota empieza a trazar una parábola perfecta. Lezcano abre los ojos. Y anota.
Estalla el estadio “Héctor Etchart”. Es una canasta imposible, un acto de fe, una jugada nacida de ese básquet “salvaje” que rompe las lógicas tácticas. Una maniobra inverosímil que ya forma parte del archivo emocional del básquet argentino. Un triple que vale mucho más que una ajustada victoria (el partido terminó 76 a 73 a favor de Ferro).
Lezcano vive una noche inolvidable. Una actuación consagratoria. Un momento que lo acompañará toda la vida y que jamás habría imaginado en aquellos primeros piques en las canchas de Talleres de Tafí Viejo o de Estudiantes. Tal vez Ferro no termine siendo campeón, pero Lezcano ya es un héroe. Su jugada entró en los libros y, por su perfección, no tardó en volverse un fenómeno viral. Nadie quiso quedarse sin ver la patriada del tucumano que le dio el triunfo al “Verdolaga”.
-¿Qué significa este triple para vos?
- Este triple significa mucho en mi carrera. Creo que, por el momento, no caigo en lo que está pasando, en que el video está saliendo por todos lados. Me imagino que, más adelante, voy a decir: “¡Qué locura lo que hice!”.
- ¿De dónde nació el impulso de tirarla de esa manera?
- Sinceramente, no sé. Me salió del alma. Usé toda mi fuerza, y la pelota iba muy linda cuando la solté.
- ¿Cómo tomaste el hecho de que grandes estrellas reaccionen al triple, como Emanuel Ginóbili?
- Que lo haya visto “Manu”, para mí, es un orgullo. Capaz ni me registra, pero ojalá sepa que hubo esta acción y que por ahí diga: “Ese pibe de Tucumán fue el que lo hizo”. Eso, sinceramente, es hermoso.
- ¿Cuál es tu sueño dentro del básquet?
– Mi sueño es conocer el mundo siendo deportista, sea donde sea, siempre siendo realista. Me imagino conociendo Europa, jugando en grandes clubes… Pero tranquilo, sabiendo que si las cosas pasan, pasarán. Y si no, también, calmado, porque sé que, aunque sea, lo voy a intentar.
– ¿Qué te dijeron desde Tucumán sobre esta conversión?
– Mis amigos y mi familia me dicen que es una locura, que están hablando de mí, que el video sale en todos lados. Alguien se sube a un colectivo y hay gente viendo la jugada. No puedo creer que en Tafí Viejo estén hablando de mí…
– ¿Por qué cuesta tanto que los jugadores tucumanos lleguen a la Liga Nacional?
– No es fácil. Yo me cansé de entrenar. La gente que me conoce lo sabe muy bien, y mi familia también. Cuando me cambié de Talleres de Tafí Viejo a Estudiantes de Tucumán, me iba solo en colectivo, con 40 grados de calor, a tirar al aro. Estaba todo el día en el club. Hay mucho esfuerzo detrás. Si me preguntás por qué no llegan más chicos, la verdad es que no sabría decirte. Pero si les tuviera que decir algo, es que se esfuercen, que disfruten sobre todo. Que lo intenten. Y si no se da, que al menos se queden tranquilos, sin esa espina de decir: “Mirá si lo hubiese intentado…”.
– ¿Cuál es la mejor virtud que tienen los clubes de Tucumán? ¿Y qué es lo que se debería mejorar para llegar a la Liga Nacional?
– Creo que una de las virtudes que tienen los clubes es la pasión, sobre todo en las formativas. Todos los chicos aman estar ahí, están todo el día en el club. Ojalá se mejore un poco eso de que los clubes estén siempre abiertos para los chicos, que no venga alguien más grande y les quite el aro. Que estén todo el día, que jueguen. Cuanto más se divierten cuando son chicos, mejor. Eso me parece importante. En mi infancia, en Talleres, íbamos, jugábamos, nos quedábamos todo el día hasta que nuestros padres nos iban a buscar, retándonos porque no volvíamos a casa. Pero lo disfrutábamos mucho: estar con amigos, jugar, competir. A veces se picaba un poco, porque todos querían ganar, pero después de todo eso nos íbamos a la vuelta del club a tomar una gaseosa con los chicos. Eso es lo que creo que se debería mejorar en los clubes, y estaría bueno que lo hagan. Y ya cuando uno es un poco más grande, si realmente se quiere dedicar, hay que esforzarse muchísimo. No es fácil. Hay que dejar muchas cosas de lado: familia, amigos, juntadas, salidas de noche… Al fin y al cabo, me sirvió. Estoy donde estoy por algo. Nadie me regaló nada. Le agradezco a mi familia, que siempre estuvo para apoyarme en este proceso.








