
En un partido que se jugó casi como si fuera una batalla de ajedrez en una pista de hielo, Argentina y Colombia repartieron puntos, méritos y espinas. Fue un empate con gusto amargo para la Scaloneta, que tuvo la pelota pero no el veneno, y un resultado valioso para un equipo “cafetero” que esperó agazapado su oportunidad, golpeó primero y resistió con inteligencia. Hubo más fricción que fluidez, más dientes apretados que poesía, más músculo que melodía y mucho más empuje que elegancia en el Más Monumental.
Lionel Scaloni volvió al 4-3-3 (luego de haber presentado un 4-2-3-1 contra Chile), ese sistema que le dio identidad y gloria, pero esta vez se mostró como un traje algo ajustado, demasiado entallado.
Argentina arrancó con ritmo de orquesta sinfónica, moviendo la pelota como un péndulo, tocando corto, asociando, abriendo la cancha y buscando lastimar por los costados. Pero le faltó lo que el fútbol exige cuando las luces del medio se prenden: profundidad, esa daga vertical que abre defensas como cáscaras de fruta. Lo tuvo todo menos lo indispensable.
Colombia, con su 4-3-1-2 de dientes apretados, apostó al error ajeno. Y lo encontró como quien encuentra un diamante en el barro: un mal pase en la salida argentina, y Luis Díaz (el diablo con alas colombiano) armó un golazo que hizo temblar a la defensa y a los fanáticos “albicelestes”. Kevin Castaño fue motor y muralla; James Rodríguez el cirujano del pase punzante. Pero todo giró alrededor del extremo de Liverpool, que dejó en claro que el talento no se negocia.
El segundo tiempo fue otro cuento. Scaloni leyó bien el vacío por los costados e hizo ingresar a Nicolás González y a Giuliano Simeone. Y ahí la Selección fue más cuchillo que tenedor. Ganó amplitud, vértigo, segunda pelota. “Nico” entró como si le debiera algo al destino: tuvo el empate tras un regalo insólito del arquero Kevin Mier, pero el poste le negó la redención.
Con un golazo, Tiago Almada le dio el empate a Argentina
El reloj fue el peor enemigo. La pelota no encontraba caminos y, para colmo, Enzo Fernández vio la roja por un planchazo que mostró más impotencia que mala intención. Lionel Messi, entre luces y sombras, fue reemplazado. La cinta, el alma, todo lo dejó en la banda. Y entonces, cuando la noche parecía cerrarse como una jaula, apareció Tiago Almada, el joven sin cadenas, y clavó el empate con un remate desde lejos. Punzante, inesperado, salvador.
Argentina no brilló, pero tampoco se entregó. Fue más coraje que idea, más intento que obra. Colombia, aguijón y trinchera. Y el partido, un empate de esos que no resuelven nada, pero lo dicen todo.