COMPILACIÓN
CUENTOS COMPLETOS
DIEGO ANGELINO
(Eterna Cadencia – Buenos Aires)
Diego Angelino es un autor de culto. De culto, claro está, entendido como un autor que dispone de una amplia cantidad de mentores de sus eventuales maravillas, sin que esa cuantía pase siquiera cerca de eso que a grandes trazos llamamos notoriedad, fama o celebridad.
En el fútbol, por caso, hubo un jugador que se llamaba Tomás Carlovich, que brilló en Central Córdoba de Rosario en general y en una noche en particular –cuando jugaron un partido amistoso la Selección Nacional y un combinado de equipos de la llamada “Chicago Argentina”- y que conforme pasaron los años resultó premiado con la analogía mayúscula de que “Carlovich era mejor que Maradona y Messi, lo que pasa es que como él mismo explicó prefería tomar al fútbol como un pasatiempo y por las noches jugar al truco con sus amigos de Rosario”.
Las cosas como son: según dan cuenta los escasos videos de que se disponen, Carlovich era un futbolista, de calidad, sí, certero en los pases, cerebral, elegante, pero en rigor trasladarlo a la dimensión de Maradona y Messi opera menos como intangible poético que como aproximación a la realidad.
Con Angelino, en cambio, tenemos la suerte de que la obra que labró y atesoró durante años y años acaba de ser rubricada en letras de molde por Eterna Cadencia Editora. Pues bien: los amantes de la literatura desconocíamos la existencia de este señor nacido en Entre Ríos en 1964 y hoy residente en la Patagonia, recibimos con singular regocijo un puñado de cuentos cortos que devoramos con fruición y que, las cosas como son, cuando hubo de llegar el párrafo de cierre, el de “Evelyn Thomas”, nos hizo sentir embargados por la inconfundible sensación de lo agridulce. De lo contradictorio. De lo que nos atrapa con hechiceros brazos que ora acarician, ora castigan. “Pero, ¿cómo? ¿Ya está? ¿No hay nada más para disfrutar?”
De esa saciedad no del todo saciada tejen y destejen esas historias pueblerinas que Angelino nos cuenta con singular finura, delicadeza y, para que sea dicho de una vez, con irrefutable maestría. Leerlas porta el embriagador ensueño de imaginar al autor en pleno abracadabra de una ronda de mates, o de ginebra, o de lo que fuere, rodeado por un auditorio boquiabierto al que los curiosos se acercan si cesar como las moscas a la miel.
Estas humildes palabras redoblan la apuesta y se toman la potestad de ser leídas puestos en la piel del consejero: si usted no leyó los cuentos completos de Angelino, vaya, anímese, lea a Angelino y después termine de honrarlo en el lugar de sus anaqueles que más cuadre.
Bellísima la obra de Angelino, bellísimo el prólogo de Martín Kohan, y bellísimas las palabras que en la contratapa dispensan Victoria Ocampo (en una carta que envió en octubre de 1973), de Jorge Consiglio, Alejandra Kamiya y, no por casualidad, Selva Almada, también entrerriana contadora de sucesos de tierra adentro con cautivadora sutileza.
Walter Vargas
© LA GACETA