El estudiante que preferiría no serlo

El estudiante que preferiría no serlo

Magistral historia de un escritor genial.

01 Junio 2025

NOVELA

UN HOMBRE QUE DUERME

GEORGES PEREC

(Impedimenta – Barcelona)

De atroces pesadillas infantiles, del permanente exilio, de sucesivos confinamientos en su versión más perfecta, refinada y rapaz: la soledad del que huye o es privado de libertad, es que Georges Perec, de nacimiento Peretz y origen judío polaco, exhumó a este joven universitario que el día en el que debe rendir un examen crucial se recluye en su buhardilla, se aparta con voluntaria pertinacia del mundo, se evapora, como se designa hoy —a casi medio siglo de la muerte de este autor insoslayable— a quienes eluden y buscan ser eludidos del mundo que frecuentaron hasta ayer. Sin embargo, la versión francesa Peretz con que sus padres, abuelos, tíos trataron de apartarse del origen más romántico del verdadero nombre que remite a quien fue ordenado por Jesucristo a fundar su iglesia (“hijo de Pedro”), salvo de las cámaras de gas de Auschwitz no lo eximiría de otros tormentos de cuya cita me relevo. La primera prueba escrita con la que el personaje perseguía —amonesta el narrador en segunda persona—el Certificado de Estudios Superiores de Sociología General, se la deja a un doble fantasmagórico y meticuloso como literalmente define a ese doble imaginario que se inventa y hará por él todo aquello que él ya no hará. A partir de esta idea general, lábil, Perec crea un sistema narrativo, línea a línea, párrafo tras párrafo, con un pulso sin fisuras ¿Cómo ignorar al autor que señala a su personaje?: …No puedes permanecer neutro frente a un perro, no más que frente a un hombre. Pero no dialogarás nunca con un árbol…Puedes ser el Dios de los perros, el Dios de los gatos, el Dios de los pobres, te basta con una correa, con algunas sobras, algo de riqueza, pero nunca serás dueño del árbol. Lo único que podrás será querer ser tú mismo árbol. La maestría de Perec no está sólo en el talento, en la majestad de la forma, en la mirada sagaz por detalles que sólo antes Nabokov supo ver, o en la particular dicción que fluye como una suave marea, ya que esta novela se convierte a la vez en invectiva y dictum. Luego el epígrafe que, sabiamente, el autor copia de otro escritor judío, quizá más genial: No es necesario que salgas de casa. Quédate a tu mesa y escucha. Ni siquiera escuches, espera solamente. Ni siquiera esperes, quédate completamente solo y en silencio. El mundo llegará para hacerse desenmascarar, no puede dejar de hacerlo, se prosternará extático a tus pies. Insuperable Kafka, callado precursor de esta novela que hubiera alabado con su media sonrisa derrotada.

Gabriel Bellomo

© LA GACETA

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