En la previa del torneo fue el centro de las miradas. Como si fuera una orquesta sinfónica que de golpe suma a sus filas músicos virtuosos, San Miguel armó un plantel repleto de nombres rutilantes para la categoría. Muchos lo señalaron como “el equipo de las estrellas”, el que mejor se había reforzado y el que parecía sacar chapa de candidato. Sin embargo, el brillo de los nombres no siempre se traduce en funcionamiento. Y ese fue su mayor desafío: despegar.
El “Trueno Verde” buscó construir algo grande. Incorporaciones como la de Daniel Sappa (en el arco), Gino Peruzzi y Ezequiel Parnisari (defensa), Claudio Mosca y Brahian Alemán (mediocampo), Emanuel Dening, Bruno Nasta y Agustín Lavezzi (en ataque), fueron celebradas como si se tratara de movimientos de un equipo de Primera.
Frente a las especulaciones que surgieron tras ese ambicioso mercado de pases, el presidente Federico Almada salió a defender el proyecto, en un contexto en el que muchos rumores apuntaban a que San Miguel funcionaba como una Sociedad Anónima Deportiva (SAD). “Pongámoslo así: vos trabajás y tenés un sueldo, por ahí vivís y te queda un margen para ir al cine, comprarte una remera, un auto, una bicicleta, lo que sea. Vos decidís qué hacés con esa plata que te sobra. Le ganaste en buena ley y estás en tu derecho en gastarla en lo que vos quieras. Bueno, a mí me gusta mucho invertirla en el club”, dijo.
Pero el fútbol, siempre caprichoso, no se rige por papeles ni currículums. Y aunque se llenó de jerarquía individual, nunca terminó de encontrar una identidad colectiva sólida. Hubo pasajes de buen fútbol, partidos en los que esa mezcla de experiencia y juventud parecía empezar a entenderse; pero la irregularidad empezó a colarse en el vestuario.
Durante la temporada pasada, San Miguel completó una campaña aceptable en su regreso a la Primera Nacional. Recolectó 53 puntos en 38 fechas. Pero este año, con un mercado de pases rutilante, la ilusión inicial fue dando paso a la inquietud. ¿Por qué este equipo, con tantos recursos, no logró despegar? ¿Qué le falta?
En parte, el problema estuvo en el banco. Sebastián Battaglia comenzó el proceso. Bajo su conducción, el equipo disputó 11 partidos y sólo ganó tres. Sumó una buena cantidad de empates y sufrió derrotas inesperadas. Los números fueron fríos: tres triunfos, cinco empates y tres caídas. Un 38% de efectividad que no alcanzó para sostener su lugar.
La salida de Battaglia fue casi inevitable. Y entonces, la dirigencia apostó por volver a una fórmula conocida: Gustavo Coleoni. “Sapito”, que había llevado al equipo al ascenso en 2023, retornó con la misión de devolverle al grupo su identidad y su orden. Bajo su mando, el equipo recuperó cierta estructura. Se notó una idea más clara: orden defensivo, presión en el medio y salida rápida por las bandas. Aunque los resultados todavía no fueron brillantes, comenzó a asomar una versión más competitiva.
Retomó el 4-4-2 clásico con un bloque defensivo y transiciones veloces, aunque adaptó un 5-3-2 en duelos de alta posesión para blindar la última línea. Ese cambio táctico se evidenció en el empate contra Güemes de Santiago del Estero 1-1, donde la presión rival obligó a una estructura más compacta.
En cuanto a las fortalezas, este equipo tiene nombres que pueden marcar diferencias en momentos clave. Jugadores con experiencia, capaces de resolver partidos cerrados con una sola acción. Además, tiene una defensa sólida cuando juega con concentración, y un mediocampo que, cuando se conecta, puede manejar los tiempos del partido.
Pero las debilidades son evidentes: le cuesta sostener el ritmo durante los 90 minutos, pierde intensidad en los segundos tiempos, y muchas veces, pese a tener la posesión, no logra traducirla en situaciones claras de gol. El gol, justamente, fue uno de sus principales problemas: tiene buenos atacantes, pero carece de un goleador confiable, de esos que aparecen cuando el equipo más lo necesita. También se nota cierta falta de frescura en el recambio: cuando los titulares no funcionan, no hay respuestas inmediatas desde el banco.
San Miguel llega como ese actor que tuvo el mejor guion entre manos, los mejores trajes y los mejores focos sobre su escenario, pero que todavía no encontró la interpretación que lo haga brillar. Tiene la oportunidad, tiene las herramientas. Solo necesita, de una vez por todas, hacer que todo encaje. Porque el “equipo de las estrellas” todavía puede convertirse en protagonista. Pero el tiempo empieza a apretar. Y el margen, cada vez, es más estrecho.








