Formoso, Francisco, y el juicio de la Historia

¿Fue el Papa argentino propenso a actitudes demagógicas? ¿Cruzó límites diplomáticos en la relación con las dictaduras latinoamericanas? ¿Por qué dio un trato distinto a Macri y Cristina? ¿Por qué no volvió a la Argentina?

Formoso, Francisco, y el juicio de la Historia
25 Mayo 2025

En enero del año 897, el Papa Formoso fue arrancado de su tumba, vestido con sus ornamentos papales, sentado en el que había sido su trono, y juzgado, entre otros cargos, por perjurio (falso juramento). Hacía apenas nueve meses que había muerto, así que su cuerpo no estaba del todo corrupto, aunque su alma, según sus jueces, sí. La escena del juicio, o Sínodo del Cadáver como se le llamó a este hecho, fue espeluznante, y se desarrolló en la Basílica de San Juan de Letrán, a apenas 15 cuadras de donde acaban de ser sepultados los restos mortales del Papa Francisco, en la Basílica Santa María la Mayor. Formoso (o su cuerpo putrefacto, más bien) fue encontrado culpable, así que le cortaron ahí mismo los tres dedos de su mano derecha, con los que había bendecido a los fieles, lo despojaron de sus ricos atavíos (capa, mitra, guantes de seda), lo vistieron con sucios harapos y lo arrojaron al Tíber como una alimaña. Meses después, un terremoto hundió la fachada de San Juan de Letrán, lo que fue tomado como represalia divina contra el Papa Esteban VI, el responsable del Synodus Horrenda, que acabó encarcelado y murió por estrangulación.

Hoy, un acto de semejante salvajismo es inconcebible. Pero esto no significa que la Historia no sea una jueza implacable. Una persona pública, siempre acaba siendo juzgada por la posteridad, no sólo para exaltar sus logros, sino, también, señalar sus yerros y miserias.

Aristóteles, que fue un genio, tal vez se equivocó al definir al ser humano como animal político y racional (animal rationale). Más bien, lo que predomina en el hombre es la emoción (homo affectus), o la pasión (homo pasionalis), sobre todo en los tiempos de este nuevo ejemplar que somos y que ha sido llamado homo videns (el hombre que mira... pantallas), fuertemente condicionado por el mundo de la imagen y el espectáculo Y en estos últimos días, a raíz de la muerte del Papa Francisco, esto quedó en evidencia con creces. Y no porque el Papa no mereciera honores y tributos en tanto que Vicario de Cristo, y por sus aciertos y bondades, sino porque de pronto el mundo olvidó casi por completo sus sombras, y se dejó fascinar por la parafernalia de ritos, procesiones, y loas al Santo Padre, repetidos hasta el infinito por las mass media de toda la Tierra.

¿Cultor del buenismo?

La muerte todo lo embellece. Y es de buen gusto y de buena ética, honrar a los muertos y exaltar sus virtudes antes que sus faltas. Pero cuando el que ha muerto ha sido un rey, o un Papa (rey de reyes), el análisis de sus acciones es tan importante como ineludible. Y entonces, en relación a Francisco, surgen las primeras preguntas.

El Papa, que tenía una clara afición por el peronismo, ¿fue propenso a actitudes demagógicas, y esta es una de las razones principales de su popularidad? Sin negar por esto, su atractivo estilo natural y su preferencia por los más pobres y otros marginados. El periodista y poeta argentino Esteban Peicovich tituló la entrevista que le realizó a Perón en España, cuando el ex presidente estaba exiliado en ese país: “El hombre que seducía demasiado”, cifrando, en pocas palabras, una cualidad propia no sólo de Perón, sino de sus simpatizantes, y de los gobernantes populistas en general. Esta seducción compulsiva de muchos líderes carismáticos, ejerce sobre las masas un poder hipnótico. ¿Fue el Papa Francisco un típico demagogo peronista, cultor del “buenismo”, que es mostrarse alguien más bueno y tolerante de lo que en verdad es? No puede saberse. Pero sí se sabe que se comportó amable y risueño con aquellas personas que profesaban una ideología de corte izquierdista, y, en cambio, a veces, frío y severo con quienes eran más de derecha, liberales, o conservadores.. Mientras que, por ejemplo, con Cristina de Kirchner, y con el presidente socialista (comunista) español Pedro Sánchez, y los dictadores Maduro, Evo Morales y Fidel Castro, fue carialegre y condescendiente, en cambio, la primeva vez que se reunió con el presidente argentino Mauricio Macri, fue alevosamente apático, y el encuentro duró solo 22 minutos. Luego, supo corregir esa actitud en su segundo encuentro con ese mandatario, y logró esbozar una sonrisa algo forzada. Sin embargo, la acritud del trato de Francisco en aquel primer encuentro, dejó en evidencia sus preferencias políticas e ideológicas, o, al menos, esa fue la percepción de todos los que observaron esa reunión. Los gestos dicen más que mil palabras.

EL SÍNODO DEL CADÁVER. Así se pintó la escena del juicio a Formoso. EL SÍNODO DEL CADÁVER. Así se pintó la escena del juicio a Formoso.

¿Estaba Francisco en favor de las dictaduras de Maduro, los hermanos Castro, Evo Morales y Daniel Ortega? Es de suponer que no, pero darles apretones de mano, o bendecirlos con grandes sonrisas, entregarles regalos y prodigarles un trato fraterno, es casi como bendecir sus horrendos crímenes y otros delitos, aun cuando esta no fuera su intención. ¿No hay límites para la diplomacia, sobre todo si quien la ejerce es un líder religioso, por más jefe de Estado que éste sea? Y si acaso sus intenciones fueron meramente políticas, con vistas a ablandar la dureza de sus regímenes, entonces, ¿el Papa fue hipócrita con ellos? Seguramente no. Pero aún cabe preguntarse cómo vio el pueblo oprimido por esos dictadores esas muestras de afecto de Francisco, el máximo representante de Cristo en la Tierra. ¿Acaso Jesús no fue implacable con los corruptos, llegando a llamar “zorra” al poderoso Herodes Antipas, y “raza de víboras” y “sepulcros blanqueados” a la casta de los fariseos? Y a Judas, el traidor, ¿no le dijo que más le valdría no haber nacido?... Y un dictador, ¿no es un traidor del pueblo trabajador y honesto? Asimismo, ¿cómo es que Francisco excomulgó a su opositor, el cardenal Viganó, y en cambio le hizo la señal de la cruz en la frente a Maduro, que provocó el exilio de millones de venezolanos, encarceló a sus opositores en condiciones infrahumanas, y asesinó a decenas de personas inocentes? Otro tanto vale decir con respecto a Fidel Castro, Ortega y Morales.

Confusión

Confusión. Esta es una de las palabras que, quizás, marcaron su pontificado. ¿Por qué? No tanto por sus principios, que de puertas adentro siempre estuvieron en línea con la doctrina y la tradición eclesiástica, sino por algunas declaraciones espontáneas a los medios, y ciertos actos cargados de ambigüedad. Tal fue el caso, por ejemplo, de sus declaraciones al ser consultado por el atentado a la revista satírica francesa Charlie Hebdo: “Es verdad –dijo- que no se puede reaccionar violentamente, pero si Gasbarri (un colaborador suyo), gran amigo, dice una mala palabra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo. ¡Es normal! No se puede insultar la fe de los demás”. Habían sido asesinadas doce personas de la manera más cruel. También dijo en cierta ocasión, que el General Roca, líder de la Campaña del Desierto: “Les cortó las cabezas a los pueblos originarios”, cuando lo que Roca hizo fue terminar con los malones de indios que asolaban la Pampa argentina, impidiendo que los trabajadores inmigrantes pacíficos la trabajaran. Además, Roca llevó consigo hombres de ciencia, periodistas, y hasta un grupo de médicos y enfermeros para que asistieran a aquellos indios (sobre todo niños y mujeres) que estuvieran enfermos o heridos (el diario de Monseñor Antonio Espinosa, que formó parte de la Campaña, da cuenta de esto).

Cristina y Macri

Por otra parte, ¿era necesario, que Francisco recibiera con una sonrisa de oreja a oreja a La Cámpora, una agrupación juvenil argentina de izquierda vinculada al kirchnerismo y al peronismo, y que se sacara una foto sosteniendo una remera de esa organización corrupta, con la misma satisfacción risueña con que recibió la “cruz comunista” de Evo Morales? ¿Es que, entonces, todo vale? Pero… ¿No era que no quería venir a la Argentina para que su visita no fuera utilizada políticamente? ¿Cuál es la diferencia de que se utilice políticamente su figura en Buenos Aires o en Roma?

Sin embargo, así como fue amistoso con La Cámpora, y con Cristina, condenada a seis años por corrupción, y con Grabois (su protegido), imputado por un fraude millonario, fue, en cambio, severo con el presidente Milei a propósito de su puesta en marcha del Protocolo Antipiquetes: “El gobierno se puso firme –dijo el Papa-, y en vez de pagar la justicia social, pagó el gas pimienta”. Dijo esto, pero, en cambio, no condenó el uso de armas de fuego contra la población civil por parte de Nicolás Maduro, lo cual es mucho más grave, ni tampoco el “memorándum con Irán” de Cristina de Kirchner, que encubrió el atentado a la Amia, en donde murieron 85 personas y hubo más de 300 heridos. ¿Se trata todo esto de acciones y declaraciones inocentes, o denotan inclinaciones ideológicas impropias de un Sumo Pontífice?

Francisco fue el Papa que más habló en favor de los pobres, pero no el que más hizo por ellos. Sus antecesores hicieron tanto como él, solo que no lo pregonaron. Más aún, al expresar su deseo de gobernar una “iglesia pobre para los pobres”, formuló una suerte de “teología del pueblo”, que es una variante argentina de la “teología de la liberación” (un movimiento que interpreta que el Evangelio está dirigido, principalmente, a los pobres). Pero, quizás, esto es falsear el mensaje universal de Cristo, que sí predicó la humildad y la austeridad, y advirtió contra el peligro de las riquezas, pero predicó por igual a todo el mundo, sin distinción entre ricos y pobres. Más aún, el mismo Jesús de Nazaret, que era de la realeza davídica, no era pobre, y por eso en su crucifixión los soldados se repartieron sus ropas y echaron a la suerte quién se quedaba con su túnica, que era de lino fino y “sin costuras”. Asimismo, Pedro, el primer Papa, tenía una buena posición social, ya que era “dueño de redes y de barcas”, y fue el rico José de Arimatea, seguidor de Cristo, quien donó la tumba para que fuera sepultado el Salvador, y ni su madre ni sus discípulos se opusieron a ello.

Otra cuestión espinosa es que, aunque Francisco viajó a más de 60 países en sus más de diez años de pontificado, no vino a la Argentina. Su país natal. La nación que le dio a él y a sus padres, como a tantos inmigrantes de todo el mundo, trabajo y cobijo. La nación que le permitió llegar a ser Arzobispo de Buenos Aires. Más aún, en Roma le confesó a un periodista que no extrañaba Argentina, mientras que a él los argentinos (y lo sabía muy bien) sí lo extrañaban, anhelosamente. Las razones políticas no alcanzan para entender estos desaires, ya que antes que político y jefe de Estado, Francisco era el líder espiritual de todos los cristianos; y antes que Francisco, era Jorge Bergoglio, el mismo que había enojado a los Kirchner en el famoso Te Deum del 2006, pero que, cuando fue elegido Papa, la recibió a Cristina de mil amores, como si la alegría de ser elegido Sumo Pontífice le hubiese devuelto la fe en Dios (se volvió más risueño que cuando vivía en Buenos Aires) y lo hubiera reconciliado más intensamente con sus antiguas ideas de corte social-populista. ¿O esto no es así, y en realidad Francisco no volvió a su país porque, simple y llanamente, no tenía la menor gana? Esto es lo que, de hecho, deslizó en una entrevista con un periodista argentino, al reconocer que, en buena parte, todo el asunto en cuestión dependía de su voluntad de venir o no, más que de cuestiones políticas.

Un personaje histórico

De acuerdo, pero, al margen de estas y otras cuestiones polémicas, discutidas, y hasta reprobables, nadie puede negarle al Papa Francisco su vida abnegada, que dedicó amorosamente a los más necesitados; y que luchó valientemente contra la corrupción del Banco Vaticano, los abusos sexuales de los clérigos, y los lujos y privilegios de los “príncipes” de la Iglesia; promovió la inclusión de los marginados de la Tierra, siguiendo el ejemplo de Cristo, al que acusaron de frecuentar prostitutas y bebedores; viajó a lugares “olvidados” del planeta; les otorgó a las mujeres funciones importantes en la Santa Sede; recordó a los laicos que no son menos importantes que un sacerdote o un obispo en la vida de la Iglesia; impuso en el clero austeridad; abrió el diálogo y promovió el acercamiento con otros credos; habilitó la comunión a los divorciados; amplió el Colegio de Cardenales a pastores de países remotos; denunció el uso irresponsable de los recursos naturales; amplió el Sínodo de los obispos a laicos y mujeres; y cultivó –en consonancia con el mismo Cristo, del que fue Vicario-, una suerte de moderado anti-clericalismo, al punto de mudarse a vivir a un pequeño departamento del Palacio Santa Marta, y de elegir ser enterrado en un lugar distinto que el de sus antecesores pontífices. Pero también fue, sobre todo, les guste o no a muchos, un argentino de pura cepa, en lo bueno y en lo malo, haciéndonos a sus compatriotas de espejo en lo que no reconocemos de nosotros mismos, ya que fue algo caótico como nosotros, y contradictorio, impredecible, antojadizo, inclasificable, egocéntrico, irreverente y algo desfachatado, desobediente a las reglas y los protocolos, orgulloso y duro (y hasta vengativo) con sus enemigos; y, en lo bueno: solidario, campechano, pícaro, bromista, y buen amigo de sus amigos, aficionado al mate y al café, al fútbol, el tango, y a las camaraderías políticas (más pasionales que racionales); y, en cuanto a su personalidad y carácter: cambiante, inquieto, bonachón y colérico, tolerante e intransigente, directo pero ambiguo, sencillo pero indescifrable.

Ante tan singular personaje histórico como fue nuestro Papa argentino, imaginamos que, en el futuro, esa implacable jueza que es la Historia, confundida quizás, a la vez que conquistada por un hombre que sedujo demasiado pero supo ser el pastor de los más humildes y el detractor de los más soberbios, exclamará en un suspiro, con un alzamiento de hombros: “¿Quién soy yo para juzgar al Papa Francisco?”.

Por Sebastián Dozo Moreno - PARA LA GACETA

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