Las confesiones de San Agustín y el misterio del vino

Las confesiones de San Agustín y el misterio del vino
Santiago Garmendia
Por Santiago Garmendia 18 Mayo 2025

Pasaron las primeras rondas irreflexivas del asado y nos encontramos en ese momento filosófico a la espera de los cortes que no se pueden “ni deben” apurar, como bien dijo alguno que tenía el plato con cuesquitos para jugar a la payana. El ingeniero Mariano se paró “Che, ya que el Papa León XIV es agustiniano, les tengo que contar mi profunda familiaridad con el santo de Hipona”.

Todos agradecimos la idea. “Fue en Mendoza el año… dos mil uno. Yo era el delegado de los tucumanos de ese año del curso de riego de Chambouleyron. Un mes y medio estuvimos estudiando y cuando llega el cierre los cuyanos nos agasajan con un cabrito a la cruz en la Facultad, riquísimo. Se hace la medianoche en la capital mundial del Malbec. Pura felicidad  y de repente… ¡se acaba el vino! Repito: en Men-do-za.

Nos alojábamos en la propia facultad así que nos saludamos y ahí aparece un maula fingiendo lástima por nosotros. Nos comenta al despedirse de cierto barril experimental de Merlot Franc que ya estaría estando y que dormía en el laboratorio de Enología, segundo piso, al lado de la autoclave. Nos apersonamos a dicho laboratorio y procedimos. El vino era horrible: áspero, amargo, una lija. Pero ejecutamos el desagravio y dejamos a la mitad al tonelito.

Al alba me despiertan, el decano me espera en su despacho. El secretario hablaba en serio pero cada rato se le iluminaba la cara de picardía  Yo tenía una resaca tremenda. El decano un viejo bueno, ex seminarista, amigo de Arturo Roig, exageraba gravedad en el rostro.

-Ingeniero ¿es consciente de la situación de que, sin causa aparente , un barril de vino fresco del laboratorio “amaneció“ diezmado? -entonó.

-¡De ninguna manera, ingeniero, me ofende! -negué rotundamente, aunque la voz me vibraba de culpa.

-Era un vino jovencísimo, taninos bravos. Faltan tres litros, Mariano. Un misterio. Un milagro, incluso. Quizás nos hace falta algún tipo de revelación -me dijo con una mueca divertida.

Yo asentí, por si esa era su conclusión. Pero no lo era. Tenía un libro en su mano.

-¿Conoce las Confesiones de San Agustín? No es solo un libro de recuerdos. Es una bellísima aventura moral interior. Agustín reconstruye su alma como quien vuelve a una escena… pero el crimen es de uno mismo. Por eso el texto es tan revelador: muestra que todos los santos tienen un pasado… y que confesar no es admitir culpa, sino empezar a entender cada uno la condición humana finita, falible, débil y frágil.

El decano sonrió con leve ironía y retomó: -Una vez, robó  peras.

-¿peras?

-¡No importa! No son las peras. Es la conciencia. Agustín y unos muchachos se cuelan de noche en un huerto ajeno. Las peras -verdosas, duras, ni siquiera las mejores- terminan en un saco improvisado. No las comen. Las tiran a los cerdos. Y se ríen. ¿Ve, Mariano? No era hambre. No era provecho. Era el puro placer de hacer lo prohibido. No las peras. La alegría injusta de violar la cerca.

Después dijo, casi murmurando: “Las Confesiones narran lo que pasa cuando alguien decide decir la verdad sobre sí mismo. No por castigo. Por comprensión. Agustín -siguió-, después de dudar, de hacer el mal, de dilatar el bien, finalmente aceptó su verdad.”

Les juro, nos dijo Mariano, que el viejo tenía un don, ni Argentino Luna con El Malevo emocionaba tanto. Me recitó de memoria , y de corazón porque te estrujaba. Entonces Mariano se paró y recreó la escena.

«¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo…»

“Las defensas se me derritieron y caí de rodillas. -¡Fuimos nosotros ! ¡Perdón a toda la comunidad universitaria, a todos los que nos hospedaron, enseñaron y que defraudamos!  

El decano sonrió divertidísimo: -¡No pasa nada, hombre! De todos modos no hacía falta: esas bocas violetas los delataban. Los taninos de los vinos jóvenes, Mariano. Están pintados como las puertas bíblicas”.

La mesa aplaudió y brindó por el nuevo Papa, por San Agustín y por el misterio del vino.

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