Desde la vida placentera - amigos y familia- a la catástrofe. Escuchan, mientras juegan al truco, desde la radio, la crisis mundial de la época (explosión atómica en el Pacífico, ensayos de Estados Unidos con polvo radiactivo donde una nube se desplaza al sud oeste). El relato, a diferencia de la película, pertenece a un militante. Su preocupación y desesperación, ante la nevada fosforescente y la catástrofe que lo rodea, oscila entre la situación inmediata de su familia y los interrogantes sobre si las autoridades, en su mayoría, habrían perecido. Una conducta: ninguna ilusión en socorros que no llegaría jamás. No perder la cabeza, metáfora de la unidad nacional. Una guerra, a la vez, civil y nacional. Entre propios argentinos e invasores extraterrestres. En esa guerra sale a escena el Ejército en representación de la denominada burguesía nacional (semioprimida por el invasor imperialista). Están presentes dos sectores importantes: el imperialismo (invasores) y los trabajadores argentinos (toman la iniciativa de luchar y resistir). Entre ambas, el ejército y el cuartel de bomberos (en la película), con su rol zigzagueante y poco claro. Va a oscilar entre la resistencia al imperialismo, apoyándose en los que resisten, y el pánico a sus circunstanciales aliados (todos están armados) y la observancia de una hipotética colaboración con los primeros. “La acción de los protagonistas -todos civiles- corre por vía separada a la de los cuerpos armados. La trama girará alrededor de las peripecias personales de los protagonistas en su búsqueda desesperada de sobrevivencia. Juan Salvo (el Eternauta), su familia y compañeros, refugiados en su seguro y muy bien provisto chalet, se aprestan a escapar de una ciudad absolutamente destrozada y amenazante. Allí, donde existía la confianza en una comunidad largamente enriquecida por la solidaridad y la amistad, en un instante, se instala la ley de la selva” (de un lector de LA GACETA). “La ciudad es una jungla donde gente como nosotros no puede vivir (…) en la jungla se mata sin avisar”, dicen, después de que uno de los amigos es acuchillado para robarle el traje aislante, y han sufrido ya un ataque por la riqueza logística del chalet. “Porque los sobrevivientes serán enemigos, competidores a muerte (…) es un enemigo en potencia, la única ley, después del desastre, es matar o morir”, reflexionará Salvo, muy asustado” (ídem). Oesterheld, como militante, expresa su visión política: un ejército que es la representación del proceso político de 1945-1955 representado en la figura bonapartista (árbitro social) del General Juan Domingo Perón. “Entonces, como si fuera un milagro, la situación da un vuelco copernicano, porque “¡Todo empieza a ordenarse! ¡No estamos tan solos como creíamos!”, es la exclamación jubilosa de Salvo encarando a sus compañeros. Es el Ejército -y ninguna otra cosa- el que “restablece” el orden, no el fin del conflicto, según lo que HGO le hace decir a Juan. Restablecer el diluido orden social, pone cada cosa en su lugar, convocar a los argentinos sobrevivientes, los llama a unirse para combatir al enemigo y les asegura que los dotará de organización, medios y objetivos” (ídem) Ese proceso contiene la revolución que irremediablemente se incubaba en esa masa desesperada que buscaba un nuevo horizonte social, es decir revolucionario.
Pedro Pablo Verasaluse
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