
A Darío Sandrone lo atrapa la vinculación entre filosofía y tecnología, un cruce proyectado hoy al centro de la escena a partir de la vertiginosa irrupción de la inteligencia artificial (IA) en nuestra vida. Invitado por el Instituto de Estudios Antropológicos (Facultad de Filosofía y Letras-UNT), Sandrone llegó a Tucumán con su cordobesidad -acento mediante- a cuestas y muchas ganas de charlar sobre este tema que lo apasiona. La de la humanidad y las máquinas es una historia conjunta que lleva milenios, pero ¿cuál es la diferencia sustancial en estos tiempos?
- Planteás en tus trabajos las aristas de la relación hombre-máquina. ¿Desde dónde partís?
- Es un tema viejo porque las máquinas son viejas. Hay máquinas desde la antigüedad hasta nuestros días y el vínculo entre el ser humano y la máquina ha tenido varias instancias. Uno podría rastrearlas: desde las máquinas movidas por el músculo hasta las de vapor del área industrial, siguiendo por las electrónicas y las contemporáneas informáticas. Todas marcan épocas diferentes de la humanidad y nuestra relación con ellas nos modifican como seres individuales, como seres colectivos y como sociedades.
- ¿En qué sentido?
- Un tema interesante para pensar es de qué manera se combinan las operaciones de la máquina con las operaciones de nuestro organismo y de nuestra mente, cómo se entrelazan a nivel individual y colectivo.
- ¿Cómo funciona esto?
- Descartes imaginaba el cuerpo como una máquina, entonces la analogía tiene sus siglos. En la era industrial aparece el concepto del vínculo amo-esclavo con la máquina: o ellas nos dominan o nosotros las dominamos. Se debió al gran nivel de autonomía de esas máquinas que empezaron a salirse de la escala humana por las herramientas que pueden manejar, por la velocidad que pueden adquirir y por la energía que pueden disponer. En ese sentido parecen más que nosotros, y cuando algo es más que nosotros nos resulta amenazante.
- ¿Este es el campo de la filosofía de la tecnología?
- La tecnología era vista como una especie de derivación de la filosofía de la ciencia, pero en los últimos 60 a 80 años este campo ha ido ganando cierta autonomía. Aparecieron revistas, carreras, congresos de filosofía de la tecnología. La reflexión sobre la tecnología implica una transdisciplinariedad casi ineludible a la hora de pensar que es y qué nos pasa frente a ella.
- Hay una idea de “cambio definitivo”, como si la IA fuera distinto a todo lo previo. ¿Lo ves así?
- Hay una cita famosa de Engels cuando está hablando de los rifles a pólvora que se habían implementado. Dijo: “bueno, esto es lo máximo a lo que podemos llegar en términos de armas”. Como si se tratara del fin de la historia, ¿no? Pero es cierto que la IA es una tecnología disruptiva, en el sentido de que es muy diferente a cómo se operaban las máquinas anteriores.
- ¿Dónde radican esas diferencias?
- Lo que llamamos IA tiene una historia. Arranca con el matemático Alan Turing y su propuesta del juego de las imitaciones. Él se preguntaba si una máquina puede interactuar con un humano, de manera que ese humano no note que es una máquina. Ese es el juego de las imitaciones. En ese momento las máquinas eran grandes armatostes que ocupaban toda una habitación, con válvulas y cables, y sin embargo Turing lo planteó por la forma en que operan estas máquinas, con la capacidad de ser digitales y de reducir cualquier comportamiento a un código muy simple.
- ¿Por ejemplo?
- Turing habló de una máquina que puede imitar lo que hace cualquier otra máquina: la máquina universal. Es un poco el principio de funcionamiento que tenemos hoy: una computadora que es máquina de escribir, videocasetera, radiograbador, almanaque, etc. Es una máquina que digitaliza e incorpora todos los procesos que se van produciendo a su alrededor. Lo más llamativo es que en los últimos cinco años se han perfeccionado al nivel de que también pueden capturar e imitar comportamientos que nosotros llamaremos inteligentes.
- Ahí ya surgen ruidos...
- Inteligencia nos remite a lo humano, mientras que la máquina es algo que está compitiendo con nosotros. Entonces cuando decimos IA ya nos produce reparo y aparecen los fantasmas. Lo que hay son máquinas que capturan un proceso y lo imitan; después nosotros interactuamos con esas máquinas. Por eso digo que ChatGPT no es un gran avance tecnológico, lo que más bien logra es una eficacia conversacional.
- ¿Cómo nos afecta esto?
- Una de las prácticas sociales que se está difundiendo severamente es que las personas se sientan y conversan con una computadora. No es que le piden un dato, como a Wikipedia. Por ejemplo, hay quienes se sienten angustiados porque les pasa algo y conversan con la IA, que lo que hace es calcular cuál sería estadísticamente la respuesta más probable que daría un ser humano. No es que la IA piensa, razona y responde. Es como una especie de editor del celular muy complejo.
- ¿Cuál es tu análisis de este escenario?
- Me parece muy interesante la cuestión de las interfaces, que es lo que media entre la IA y la persona. El ChatGPT que está en mi pantalla podría poner una respuesta directamente, sin embargo lo va haciendo letra a letra, para dar la sensación de que hay alguien escribiendo. Y ahora tenemos la interfaz con una voz de la IA, lo que genera la ilusión de que estamos hablando con alguien. Me gusta mucho la figura del robot, que nace en una obra de teatro de 1920, del dramaturgo checo KarelČCapek. Él le pone la palabra robotta a las evoluciones artificiales que hacen el trabajo en una fábrica. Pues bien, los chatbots y los voicebots son los robots que conversan.
- ¿Qué te impacta de esto?
- El año pasado el gobierno ucraniano presentó en sociedad la primera vocera digital de la historia: un avatar con forma humana hecho con IA, recogiendo fotos y videos de una cantante popular. Es como si acá hiciéramos uno parecido usando a Natalia Oreiro. Esa figura que generaba una percepción confiable y agradable estaba en los celulares y transmitía los textos y los documentos del gobierno. En ese caso, ese avatar es la interfaz entre el texto y el ciudadano; o sea que es la humanización de la gran maquinaria que hay detrás.
- ¿Qué tan detrás?
- En realidad nunca estamos en contacto con la IA, sino con una especie de película humanizada que tiene sus características y sus prejuicios, dependiendo de si es hombre o mujer, si es blanco o negro, si tiene determinado aspecto. En las interfaces aparece toda la capacidad de las grandes empresas de estudiar lo humano y generarnos la ilusión de estar hablando con otro humano. A veces esto nos deja más tranquilos, a veces nos incomoda.