Por Matías Auad y Álvaro Medina 14 Mayo 2025
El celular ya no es solo una herramienta. “Es un órgano más, una especie de tablita de socialización”, lo define el antropólogo Pablo Wright. En este nuevo ecosistema, el proceso de enseñar se volvió más complejo. Frente a la intensificación del consumo de pantallas, especialistas consultados por LA GACETA coinciden en que una de las respuestas podría ser incorporar la educación digital como contenido formal en las aulas. Plantean que no alcanza con las restricciones o las prohibiciones al uso del dispositivo, sino que es necesario enseñar a convivir con él de una forma sana.
“En las currículas, creo que se debería incluir una materia que podría llamarse ‘bienestar digital’. Así como en su momento tuvimos educación cívica para aprender a vivir en democracia y república, hoy el bienestar digital tiene que formar ciudadanos responsables en la era digital. No se puede pasar por alto”, plantea el politólogo Augusto Salvatto, autor del libro La era del malestar: algoritmos y redes antisociales.
Para Salvatto, esa formación debería abordar desde bullying y grooming hasta el funcionamiento de los algoritmos y el impacto de los filtros en la autoestima. “Es como lo que pasó con el cigarrillo. Una generación fue tomando conciencia, y eso cambió la cultura. ¿Por qué con esta tecnología tendría que ser diferente?”
Sin embargo, esa conciencia todavía no parece verse reflejada con la importancia necesaria en los diseños curriculares. “Hay solamente dos materias referidas a lo digital, que son Educación Tecnológica en segundo y tercer año del ciclo básico. Después, en el ciclo orientado, tal vez en Comunicación, o en Construcción de Ciudadanía, se pueden abordar temas como ciudadanía digital. Pero depende mucho de lo que el docente decida incluir”, explica María de la Paz Yabraian, pedagoga especializada en innovación educativa. “Los diseños curriculares son viejos, de 2011 o 2014. No incluyen lo que está pasando hoy”, dice.
En muchas instituciones, el trabajo vinculado a las redes y sus efectos se da desde las tutorías o el acompañamiento de las trayectorias escolares, más que desde un espacio académico formal. “Se trabaja con los emergentes que traen los chicos al aula, desde lo vincular, más que desde una materia específica”, sostiene Yabraian.
El problema, de fondo, no es solo pedagógico: es atencional y emocional. “El aprendizaje es un proceso, pero los chicos naturalizan una lógica de instantaneidad que no es la que sigue la escuela”, dice Yabraian. La diferencia de velocidades entre el aula y las redes genera un punto de fricción constante.
Victoria Jiménez, licenciada en Comunicación Social y docente en escuelas y universidades, coincide: “Es difícil para un docente competir con el celular. Hay una fuga de atención muy importante. Y no porque la pantalla sea algo demoníaco, pero sí es esta competencia por la atención de los alumnos”.
También remarca el efecto en la salud mental. “Tenés chicos que no quieren ir a la escuela, que están en psiquiatras, que han estado internados, que se lastiman. Lo más fuerte que se ve es depresión y trastornos de ansiedad acompañados con el cóctel del ataque de pánico. El vínculo entre eso y las pantallas es la comparación constante: el pensar que el otro tiene una vida perfecta y vos una frustración constante de no ser eso que ves.”
Marcio Córdoba observa el mismo fenómeno. En su rol como tutor en el Instituto Santo Cristo de Banda del Río Salí, impulsó junto a sus alumnos la publicación del libro Revelaciones de un cristal, que recoge relatos anónimos de adolescentes sobre ansiedad, depresión y sufrimientos profundizados por el aislamiento y las redes. “Creo que eso es lo que los chicos están pidiendo hoy: más participación. Que se los escuche, que su palabra tenga valor. La primera cosa que tenemos que hacer nosotros como institución es darle voz a ellos e incentivarlos en la participación, en construir un pensamiento crítico”.
Nuevas demandas
Córdoba plantea que el problema no es sólo individual, sino estructural. “No hay políticas educativas que acompañen las nuevas demandas que tiene el colectivo estudiantil. Siento que el Ministerio de Educación tiene que dar un giro en cuanto a adaptarse a las nuevas demandas que tienen los chicos”, crítica.
El asunto es complejo. La escuela está en tensión con el mundo digital, pero también es uno de los pocos espacios capaces de generar un cambio. Para Salvatto, no se trata de prohibir ni de idealizar la tecnología, sino de formar conciencia sobre cómo usarla. Y para eso, dicen los especialistas, el bienestar digital debe dejar de ser un tema aislado para convertirse en contenido estructural.
En ese contexto, Tucumán dio un paso institucional. En diciembre pasado, la Legislatura aprobó la Ley N° 9.852, que establece límites para el uso del celular en las escuelas. “Queremos acompañar a nuestros jóvenes para que aprendan a usar las nuevas tecnologías y que no se encuentren absorbidos por ellas”, dijo la ministra Susana Montaldo en diálogo con LG Play. La medida, promulgada por el gobernador Osvaldo Jaldo, busca garantizar que el uso de dispositivos en el aula sea exclusivamente pedagógico. Para los especialistas, el desafío ahora es complementar con herramientas educativas que promuevan una ciudadanía digital crítica y activa.
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