
No es un secreto que la guerra económica entre EEUU y China no se limita al mercado de bienes sino que hoy la disputa por el mercado de datos y algoritmos ocupa un lugar crucial. La aparición de Deep Seek y el inmediato descalabro económico que generó destaparon la olla en la que se cocina la hegemonía digital.
De hecho, cuando China hace años advirtió el crecimiento de EEUU en ese campo, becó y subsidió a cientos de jóvenes para que estudiaran en las mejores universidades estadounidenses y se perfeccionaran en Silicon Valey. Y luego importó la potencia cognitiva y cognoscitiva de los egresados expertos para el desarrollo de su propia tecnología. Copió todo lo que pudo y sobre esas bases se edificaron los gigantes tecnológicos propios.
Los recursos de esta guerra son al presente los chips y los códigos y el campo de batalla extiende sus horizontes sobre nuestro futuro. Estados Unidos y China han decidido jugar una versión tecnológica del viejo duelo geopolítico, sin armas nucleares pero con algoritmos capaces de cambiar el rumbo de nuestras vidas. Esta guerra fría no es fría ni caliente; es silenciosa y profunda, se cuece a fuego lento debidamente tapada y su territorio bélico son nuestras pantallas, nuestros trabajos y, sin darnos cuenta, hasta nuestros sueños.
Estados Unidos, con la audacia de quien aún recuerda las misiones a la Luna, ha propuesto revivir un espíritu similar al mítico Programa Apolo (https://elpais.com/opinion/2024-05-13/ee-uu-necesita-un-programa-apolo-para-liderar-la-era-de-la-ia.html). Especialistas del MIT sugieren que se intenta llevar la capacidad computacional actual a niveles astronómicos y convertir a la IA en un gigantesco telescopio apuntando hacia horizontes desconocidos. A la vez, y no menos dramáticamente, Donald Trump ha lanzado una orden ejecutiva (https://www.whitehouse.gov/presidential-actions/) para sumergir desde la infancia a todos los ciudadanos en la educación tecnológica, preparando astronautas digitales listos para despegar en un viaje sin retorno hacia la era de la inteligencia artificial. En esto, la copia fue a la inversa. Desde hace años,la potencia asiática educa digitalmente en el dominio de la IA desde la temprana infancia
China, entretanto, hace su propia receta de cocina tecnológica. Xi Jinping insiste en que la mejor manera de no ser víctima de un bloqueo tecnológico es construirlo todo en casa. Según Reuters (https://www.reuters.com/world/china/chinas-xi-calls-self-reliance-ai-development-amid-us-rivalry-2025-04-26/), China busca desarrollar sus propios ingredientes, desde chips hasta software, creando así una dieta tecnológica 100% nacional. ¿El riesgo? Que el gigante asiático termine aislado, atrapado en un menú demasiado cerrado,aún cuando ha demostrado su eficacia para simplificar procesos mediante el aprendizaje por refuerzo.
Pero mientras las potencias disputan esta carrera tecnológica, América Latina aporta silenciosamente los ingredientes más valiosos de este festín digital: sus datos. La investigadora argentina Luciana Benotti denuncia esta nueva forma de “colonización digital” por la que nuestras interacciones e identidades cotidianas se extraen como petróleo crudo y se refinan en Silicon Valley, enriqueciendo a empresas que devuelven poco o nada a la región (https://elpais.com/planeta-futur2024-01-23/luciana-benotti-especialista-en-linguistica-computacional-la-extraccion-de-datos-para-la-ia-es-una-nueva-colonizacion.html). Así, aunque la inteligencia artificial hable en español, sigue soñando en inglés o en chino, imponiendo una visión del mundo ajena a nuestra realidad cultural y bajo una regulación equiparable al relato popular del zorro y las gallinas
Los efectos de esta trama son complejos y multidimensionales. Éric Sadin levanta una bandera de advertencia en su ensayo “Inteligencia Artificial: la gran ilusión de la regulación” (https://www.abc.es/cultura/eric-sadin-inteligencia-artificial-gran-ilusion-regulacion-20240406092910-nt.html). Según Sadin, creer en la regulación como solución mágica es tan ingenuo como pedirle al zorro que cuide a las gallinas. Las regulaciones actuales - señala- ignoran lo más peligroso: la automatización masiva, la pérdida de habilidades esenciales y la capacidad de manipular y confundir a través de herramientas como los “deepfakes”.
En este contexto, Sadin anima a profesionales –periodistas, diseñadores, abogados, médicos y educadores- a tomar precauciones sobre este espacio mundial cada vez más vulnerable y emprender una movilización activa. No basta con regulaciones superficiales: es necesario defender principios fundamentales como la dignidad, la libertad y la creatividad, antes de que sea demasiado tarde.
Al final del día, la verdadera batalla no es solo entre Estados Unidos y China, sino entre un futuro impuesto por algoritmos invisibles y la capacidad humana de tomar decisiones conscientes. En esta nueva guerra fría tecnológica, somos protagonistas obligados y las potenciales víctimas. De nosotros depende si permitimos que nuestros datos sean explotados silenciosamente, si aceptamos una regulación ilusoria, o si despertamos a tiempo para reclamar el control sobre esta revolución digital. Porque confiar nuestra libertad al zorro podría convertirnos, tarde o temprano, en simples gallinas digitales.
Alejandro Urueña
Ética e Inteligencia Artificial (IA) - Founder & CEO Clever Hans Diseño de Arquitectura y Soluciones en Inteligencia Artificial. Magister en Inteligencia Artificial.
María S. Taboada
Lingüista y Mg. en Psicología Social. Prof. de Lingüística General I y Política y Planificación Lingüísticas de la Fac. de Filosofía y Letras de la UNT.