Por amor al deporte, pero sobre todo por amor a su familia. Ese es el combustible de la vida para Marcelo Albrecht, un trabajador que desde hace 15 años forma parte del engranaje invisible pero fundamental de Atlético Tucumán. A los 35 años, Marcelo es el utilero del “Decano”, pero también, desde hace unos meses, del equipo de rugby del club Lawn Tennis. Un doble esfuerzo que asume con orgullo, entrega y, sobre todo, responsabilidad.
Padre de tres hijos -Santino, Lola y Amparo- y esposo de Silvina, su compañera de vida, Marcelo representa a ese trabajador argentino que se multiplica en funciones para sostener a los suyos sin perder la sonrisa ni la vocación. El apellido está muy ligado a Atlético: su tío abuelo fue nada más y nada menos que Rafael Albrecht, y su padre, “El Alemán”, fue uno de los hinchas más reconocidos del “Decano”. “No me da vergüenza decirlo, fue barrabrava o como lo quieras nombrar. Yo nací en el pasaje que ahora se llama pasaje Atlético, a metros del estadio. Para mí el club es mi vida”, comienza la charla el utilero.
Los primeros pasos de Marcelo en Atlético fueron como encargado de trasladar toda la utilería. “Yo manejaba la Dodge 100 de mi papá, modelo 66. Mientras estudiaba en el secundario, ya trabajaba. Así empecé a meterme en el mundo del fútbol. Siempre soñé con ser utilero”, recuerda. Fue Ricardo Zielinski quien, en una charla post entrenamiento, le anticipó ese destino: “Mañana vas a ser utilero”, le dijo durante 2017. Marcelo no lo podía creer. “Volví a mi casa y estaba muy emocionado”, rememora.
Con el tiempo, ese sueño se fue llenando de historias, viajes y desafíos. En sus inicios como chofer, Albrecht tenía 16 años; cuando se dio la charla con el “Ruso”, hacía cinco que era uno de los cancheros del complejo. Desde cortar el pasto hasta armar la utilería en una habitación de hotel durante un viaje internacional, Marcelo lo hizo todo. Siempre con una frase de Zielinski que le quedó grabada: “El Ruso me dijo: ‘No me fallés, quiero que sigas siendo el mismo Marcelo de siempre, no hagas diferencia con los juveniles, que sigas siendo como sos’. Es algo que siempre me acuerdo”.
Del fútbol al rugby
Hace cuatro meses, su vida dio un nuevo giro. Le ofrecieron sumarse como utilero al equipo de rugby de Lawn Tennis, luego de que el anterior se fuera a la franquicia de Tarucas. A pesar de no conocer del todo ese deporte, aceptó sin dudarlo. “Yo necesitaba trabajar”, dice con naturalidad. “Los entrenamientos son por la noche, así que me acomodé con los tiempos de Atlético”, explica.
Allí se encontró con un nuevo universo. “En el rugby los chicos son muy respetuosos, muy unidos, no quieren sobrecargarme. Me cuesta lograr que me dejen sus botines el viernes para tener todo listo el sábado. Pero de a poco vamos construyendo una relación de confianza”, analiza sobre las diferencias entre el mundo del fútbol y el del rugby, que van más allá del amateurismo de los de la ovalada.
Marcelo no solo organiza camisetas y pelotas. También prepara bebidas frías, repara calzados, etiqueta todo como corresponde, y hasta ha impulsado mejoras como crear diferentes modalidades de trabajo dentro del vestuario. Lawn Tennis es uno de los pocos clubes que cuenta con utilero propio, algo que en otros lados hacen padres o voluntarios.
La magnitud de su tarea es impresionante: en el rugby atiende a más de 90 personas, y en Atlético, a unos 35 entre plantel profesional y cuerpo técnico. “Yo no daba abasto, llegué a sentirme incapaz”, confiesa. Incluso pensó en renunciar. Pero desde el club le pidieron que no lo hiciera y, en cambio, le ofrecieron sumar un ayudante. Así incorporó a Tomás, su sobrino de 18 años, quien ahora aprende al lado de Marcelo. “Me gusta que la familia siga con este oficio”, dice con esperanza.
Marcelo tuvo la oportunidad de recorrer Sudamérica con Atlético: Colombia, Paraguay, Uruguay, Brasil, Bolivia. Aunque no siempre tuvo tiempo de hacer turismo, conserva momentos especiales, como cuando visitó el Pueblo Paisa en Medellín. “Lo llevé engañado a Daniel Mancinelli (su compañero en utilería). A él no le gusta salir ni cuando tenemos la tarde libre. Fue muy lindo conocer ese lugar que quizás solo veía por fotos”, cuenta entre risas. También guarda un objeto con valor simbólico: una máquina de cortar césped que le regaló el "Ruso" Zielinski. “Me la robaron una vez, y él me dio una. Después la recuperé y la sigo teniendo. Me recuerda de dónde vengo. Cada vez que lo cruzo al ‘Ruso’, me pregunta si la conservo”, dice.
Entre las anécdotas más curiosas, destaca el día que, durante la pandemia, Atlético tuvo que enfrentar a River. Marcelo, casi sin quererlo, terminó siendo parte de la historia: “Había cámaras por todos lados, parecía que hablaba el presidente. ¡Nunca tuve tanta atención mediática!”, recuerda. Es que la utilería llegó al Monumental y el estadio estaba cerrado, con toda la prensa esperando por la delegación tucumana.
Otra historia divertida ocurrió en Brasil, mientras concentraban antes del partido con Gremio, por los cuartos de final de la Copa Libertadores. “Estaban en mi habitación Favio Álvarez y David Barbona, y me doy cuenta de que no tenía jabón. Entonces llamo a la recepción y yo no sabía nada de portugués, así que le pedí ‘jaboncinho’”, cuenta entre carcajadas. “Los chicos estaban en el piso llorando de risa, y al final sí me entendieron”, relata.
Más que un trabajo
“Trabajar en Atlético me dio muchas cosas. Me abrió puertas. Incluso te reconocen en la calle. Me ayudó a crecer como persona”, cuenta Albrecht. Entre sus colegas destaca a Waldo, de Central Córdoba, y a los utileros de Unión y Estudiantes, con quienes comparte secretos del oficio y que lo ayudaron cuando él recién comenzaba.
Marcelo no busca fama. Solo quiere seguir haciendo lo que ama: servir, ayudar, estar en los detalles. “Si Dios me da vida, yo quiero seguir acá. Porque el fútbol, y ahora también el rugby, me dio todo. Y yo quiero seguir devolviéndolo con trabajo. Pienso que me voy a jubilar dentro del vestuario”, concluye.