

Desde tiempos antiguos, las velas han sido más que simples fuentes de luz. Su llama no solo alumbra el espacio, también enciende intenciones. En rituales religiosos, ceremonias esotéricas o prácticas cotidianas de meditación, el color de una vela puede condensar un deseo, canalizar una energía o invocar una emoción. Pero ¿qué significa cada tonalidad? ¿Y por qué tanta gente aún recurre a ellas?
“El color es vibración, y la vibración influye en la energía que nos rodea”, explica Silvia Costas, terapeuta holística y especialista en cromoterapia. “Cuando encendemos una vela, no solo se activa el fuego: también se moviliza un mensaje. Y el color es la clave de ese mensaje”.
El código de los colores
Cada color tiene una simbología y un propósito. Aunque las interpretaciones pueden variar según la tradición (espiritualidad afroamericana, wicca, cristianismo popular, entre otras), hay consensos bastante generalizados:
Blanco: pureza, paz, protección. Se usa para limpieza energética, comienzos o en momentos de duelo.
Rojo: pasión, energía, fuerza. Ideal para potenciar el deseo, el coraje o resolver conflictos emocionales.
Rosa: amor romántico, dulzura, reconciliación. Suele encenderse para armonizar vínculos o atraer parejas.
Verde: salud, prosperidad, crecimiento. Popular en rituales de abundancia o curación física.
Amarillo: claridad mental, éxito, concentración. Elegido para exámenes, entrevistas o decisiones importantes.
Azul: calma, comunicación, espiritualidad. Promueve el diálogo y la introspección.
Violeta: transformación, conexión espiritual, transmutación. Muy usada en prácticas de meditación profunda.
Negro: protección, absorción de energías negativas, cierre de ciclos. Aunque tiene mala fama, muchos la consideran una vela de defensa.
Naranja: entusiasmo, motivación, creatividad. Se enciende cuando se busca inspiración o dinamismo.
Entre la fe y la estética
El uso de velas coloreadas no se limita al ámbito esotérico. También se integró al diseño de interiores, la aromaterapia y hasta al marketing de bienestar. “Hoy las velas se venden como objetos decorativos, pero muchos clientes me preguntan por el color ideal según lo que están atravesando”, comenta Lara Alonso, dueña de una tienda de velas artesanales en Palermo. “Hay una búsqueda espiritual que sigue vigente”.
Una práctica ancestral que persiste
Desde las iglesias católicas hasta los altares personales de quienes siguen corrientes como el reiki o el tarot, las velas coloreadas siguen ardiendo. “No es superstición, es intención”, resume Costas. “Cada vez que alguien prende una vela con conciencia, está haciendo una declaración: le está diciendo al universo lo que desea”.
Quizás por eso, en un mundo saturado de pantallas y estímulos, el acto simple de encender una vela —elegida con cuidado por su color— funciona como un ancla. Un ritual íntimo y silencioso. Un momento de pausa donde la luz no solo se ve, sino que también se siente.







