Milei vs la prensa no obsecuente: la libertad, el odio y la mentira

Milei vs la prensa no obsecuente: la libertad, el odio y la mentira

03 Mayo 2025

Por Hugo E.Grimaldi

Alberto Fernández mostraba el índice levantado cuando quería imponer una idea, en cambio Javier Milei ha cambiado de método y usa sus dedos para teclear en las redes sociales. En esa postura del sí o sí, él cree -y así lo ha dicho más de una vez- que nunca es suficiente el “odio” que se le debe tener a los periodistas. Por estas horas, esa misma deriva la acometen quienes son los líderes que se van perfilando en el mundo, tanto por izquierda como por derecha y no vale la pena discurrir sobre lo asquerosa que resulta ser esa palabra para la convivencia humana.

Hoy, es el Día Mundial de la Libertad de Prensa y por eso también vale la pena enhebrar algunos pensamientos sobre lo que le está pasando al periodismo y no solamente en la Argentina. Quizás Milei no lo advierta, pero todas las energías negativas que él desparrama a la hora de denostar a la prensa se le vuelven en contra y en sentido directo, ya que de esa forma sus logros –que son muchos- terminan empañándose. Es más, a muchos ciudadanos su actitud le genera directamente tristeza porque él es el Presidente de todos los argentinos y de esa forma se muestra en una actitud más que sectaria.

Quienes habitualmente adoptan posturas cerradas de imposición, suelen defender sus creencias de manera rígida y excluyente, sin admitir cuestionamientos ni considerar la posibilidad de matices o diálogo con quienes piensan distinto. Históricamente, el sectarismo ha estado vinculado a conflictos religiosos, políticos e ideológicos, en los que la lealtad a una causa ha prevalecido sobre la apertura y el respeto por la diversidad de opiniones. Mentalidad cerrada, obstinación y negación a tomar en cuenta otros puntos de vista es algo más cercano a corrientes populistas que al credo más liberal.

La defensa de la libertad de expresión y del debate abierto, argumentando que incluso las ideas erróneas tienen valor, ya que ayudan a reforzar el pensamiento crítico y permiten que la verdad se depure mediante la confrontación de distintas perspectivas es un clásico del pensamiento liberal. Escuchar lo que tienen para decir los demás no sólo implica un acto de tolerancia, sino una necesidad para el progreso intelectual y social, ya que la supresión de opiniones, incluso cuando parecen incorrectas o peligrosas, “priva a la sociedad de la oportunidad de reconsiderar sus propias creencias y fortalecerlas racionalmente”, decía John Stuart Mill, liberal si los hubo.

Más allá de que si el juego es el de mostrarse como paladín de la disrupción, algo que lo termina degradándo a él y a su investidura, y ver si finalmente es algo que prende o no en la gente, si se hurga en el meollo es evidente que hasta se puede llegar a pensar que el Presidente está desnudo, como el relato de aquel rey descubierto por la inocencia de un niño y que tiene un hueco de inseguridad bastante grande en el discurso que aparentemente no sabe cómo conjurar sin esa dosis de agresión.

Milei no se refiere desde ya a todos los periodistas, sino a quienes se le paran de manos al gobierno nacional frente a algunas irracionalidades que a veces ejecuta la Casa Rosada. En su populismo, el Presidente se muestra como un cruzado que embiste contra la que él cree que puede ser una campaña de desinformación para deteriorar su andar y trata de victimizarse para aunar voluntades y apichonar a los críticos. La fórmula de ir al frente con un buen ataque sigue siendo válida como buena defensa, pero el insulto la devalúa.

El procedimiento remite al viejo truco de Cristina Fernández para regimentar a la opinión pública, poniéndose en contra de un pilar básico de la democracia como es la prensa. Y como el propio Milei generaliza en todos sus mensajes (“los periodistas”), no se sabe muy bien si él se refiere también a los amanuenses que le juegan a favor y los mete en la misma bolsa. “Mire, Doña Rosa, a estos no los odie que son míos”, podría decir.

Igualmente, aquellos que están en la vereda del “sí bwana” permanente hacia el poder deberían saber que, debido a dicha generalización, la onda expansiva fatalmente los va a alcanzar a la hora de la crucifixión popular si el Presidente tiene éxito en su prédica o, al revés, si alguna vez se da vuelta la tortilla. Una cosa son las redes sociales y otra la venta del alma: “6,7,8…” hubo uno solo y allí están hoy aquellos pobres repetidores de consignas. Quizás llenos de plata, pero fuera de juego o bastante desacreditados.     

En todo caso, los hoy difusores más radicalizados de la ideología libertaria se asientan en varias falacias combinadas con un discurso que busca deslegitimar la crítica y establecer categorías diferenciadas entre "víctimas" y "agresores". En la prédica oficialista está presente lo que se conoce en sicología (y en comunicación también) como “falso dilema”, ya que se plantea la situación como si únicamente hubiese dos opciones extremas: o el periodismo es completamente corrupto y manipulador o se dice que los que se sienten "víctimas" no tienen ningún derecho a defenderse. Se omiten matices y posibilidades intermedias, como el derecho legítimo a la crítica y la respuesta proporcional.

Desde el Gobierno y los múltiples y regimentados actores de redes sociales que maneja, también se exagera o se distorsiona la función de informar para hacerla más fácil de atacar. Por ejemplo, se afirma que los periodistas "creen que tienen derecho a mentir y acosar" y esa simplificación es tan burda que ignora las responsabilidades éticas y legales del oficio. Se toman también comportamientos individuales y se los extrapola al periodismo en su conjunto, lo que lleva a elaborar un argumento que ignora la diversidad de enfoques que naturalmente hay entre los medios.

El Gobierno asume como cierto que la prensa opera bajo una lógica de manipulación sin aportar pruebas, utilizándolo como premisa para justificar sus ataques y tiende a destacar únicamente los casos que apoyan su idea de que hay mala fe, ignorando muchísimos ejemplos en que los periodistas han hecho un trabajo más que riguroso. Lo cierto es que todo este tipo de argumentos funcionan muy bien en discursos polarizados porque las emociones representan más que un análisis racional y refuerzan las identidades de grupo. Si lo que se está haciendo hoy con la palabra “odio” es sembrar para regimentar después es apenas una hipótesis, pero no por ello hay que dejarla de lado.

Es muy común encontrar ejemplos de esta deriva de acusaciones al periodismo que hoy parece seguir el gobierno nacional en la propaganda nazi, pero no es necesario ofender con un recuerdo tan extremo. En medio de la Revolución Francesa, por ejemplo, las partes en pugna para hacerse del gobierno buscaron desacreditarse mutuamente y los jacobinos acusaban a la prensa moderada de defender los intereses de la aristocracia, mientras que los girondinos denunciaban a los medios de los otros como extremistas. Desde ya que, tal como ahora, se exageraban los argumentos para hacer parecer al oponente como irracional o peligroso.

Durante la década del ‘50, en pleno macartismo, los periodistas críticos de la persecución anticomunista en EE.UU. eran tildados de “cómplices” de la Unión Soviética y se utilizaba una generalización que llevaba a decir que cualquiera que cuestionara las acusaciones del senador Joseph McCarthy era necesariamente comunista o traidor. Esta falacia justificaba el acoso y la censura de voces disidentes. En tiempos de Juan Perón en la Argentina, se argumentaba que toda la prensa crítica estaba alineada con la "oligarquía", ignorando denuncias legítimas sobre corrupción o abusos de poder.

Hoy en día, los discursos polarizados en diversos países usan éstas y otras trampas argumentativas, presentando al periodismo como enemigo de tal o cual movimiento político y se refuerzan sesgos donde se asume que el periodista miente o manipula sin pruebas, usando esta suposición como base del argumento. El presidente argentino dispara a diario munición gruesa por las redes sociales y ya no puede parar ni hasta sus malas copias que, por adulones, también lo degradan: el Gordo Dan pidió “cárcel” para el periodismo y hasta su ministro de Economía, Luis Caputo predijo que la profesión está en vías de “desaparición”. Poco y nada para festejar este 3/5 en la Argentina.///

Al respecto, hacer una auto-referencia en un análisis político de carácter profesional no es común, pero en esta ocasión es algo necesario aquí mismo, al principio de la columna: este cronista siente más tristeza porque Milei mismo desvirtúa el rol de ser el presidente de todos que temor por sus derrapes acalorados e innecesarios en relación al rol de la prensa. De allí, que el comentario apunte a la reflexión 

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