El verdadero cónclave acaba de comenzar

La lista de “papábiles” se agranda, en el marco de una renovada pugna entre sectores opuestos de la Iglesia.

TERCER DÍA. Feligreses llegados desde todo el mundo asisten a Roma para despedir al papa Francisco. TERCER DÍA. Feligreses llegados desde todo el mundo asisten a Roma para despedir al papa Francisco. FOTO TOMADA DE CNNESPANOL.CNN.COM

Íntima, solemne, austera, la ceremonia de sepultura del Papa se completó en un puñado de minutos. El campanario medieval más alto de Roma, uno de los magníficos signos distintivos de la Basílica de Santa María la Mayor, amplificaba su mensaje al compás de los tañidos. La sencilla sepultura, apenas identificada con el nombre Franciscus, será otro atractivo para los visitantes. Pero apenas concluyó el ritual, terminada ya la transmisión televisiva, otra historia alzó vuelo. El verdadero cónclave acaba de comenzar, por más que los votos se cuenten dentro de algunos días en la Capilla Sixtina.
Los cardenales se reunirán allí entre el 5 y el 10 de mayo. Esa es la ventana temporal que marca el protocolo para la convocatoria. Y si bien las tertulias, las reuniones secretas, los mensajes de wasap y todos los condimentos de una movida política se habían iniciado cuando ya se proyectaba el final de Francisco, será en los próximos días cuando se intensifique el movimiento. La semana que comienza será crucial.
Quienes no están contentos son los cardenales que integran las listas de “papábiles”. Se sabe que esos favoritismos que difunde la prensa, muchas veces desde fuentes interesadas pero no del todo bien informadas, son los que menos gustan en el seno del cónclave. De allí las críticas solapadas que recibe el filipino Luis Tagle, a quien muchos parecen ver como “el nuevo Francisco”. O sea, un reformista abanderado del sector progresista, opuesto a la vieja guardia conservadora. Los tradicionalistas fruncen el ceño ante la sobre exposición de Tagle, pero no dejan de agradecerlo.
Esa clase de boomerangs, como el que podría caerle al filipino, tumbó varios candidatos en el pasado. Nadie olvida el papelón que hicieron en el entorno del italiano Angelo Scola en 2013: apenas salió el humo blanco filtraron que el arzobispo de Milán había sido el elegido y algunos medios “compraron”. La realidad era que el Papa ya se llamaba Jorge Bergoglio.
Claro que lo que sobra son matices. No todos los conservadores son ultramontanos; no todos los progresistas son revolucionarios. En la búsqueda de esos equilibrios van las charlas que están manteniendo los 133 cardenales en condiciones de votar (dos ya anunciaron que no asistirán al cónclave). Viene reiterándose que a la mayoría de esos prelados los eligió Francisco, en su afán de moldear una Iglesia de los pobres y para los pobres. En otras palabras: hombres comprometidos y de perfil misionero-pastoral. Pero no se trata de una cuestión de números, sino de acuerdos. Nada garantiza que un satélite del Papa saliente vaya a ser el elegido.
A fin de cuentas, nadie quisiera repetir la experiencia de un Papa 100% teólogo como Joseph Ratzinger, quien le dejó a la Curia -personificada en el cuestionadísmo Tarcisio Bertone- el Gobierno de la Iglesia, lo que derivó en una crisis. La profundidad intelectual de un Benedicto XVI pudo haber servido en otra época, no en el siglo XXI. El Papa alemán naufragó y tuvo que aparecer una figura fuerte como la de Bergoglio para enderezar el barco.
No obstante, el clan de enemigos de Francisco nunca se tomó descanso. Apenas bajaron el perfil durante algunos pasajes de los 12 años de Pontificado, pero tras la pandemia, con el Papa ya físicamente debilitado, hicieron públicos numerosos cuestionamientos. En este grupo destaca el alemán Gerhard Müller, punta de lanza de la ofensiva. Müller consideró a Bergoglio como un extremista de izquierda que llevó a la Iglesia al límite de un colapso moral. Y de cara al cónclave expresó al diario inglés The Times: “la cuestión no es entre conservadores y liberales, sino entre ortodoxia y herejía”.
No faltan las consideraciones sobre la cuestión geográfica. En ese caso, se habla de un Papa africano (el profetizado “Papa negro”) o asiático, ya que sería muy difícil (¿imposible?) mantener un americano en el Trono de Pedro. “Pero eso es un error -advierten los vaticanistas-. Los Papas no se eligen por su procedencia ni por el color de la piel. Tiene que ver con la capacidad, con lo que tiene para ofrecer en un determinado tiempo histórico y en la condición de liderazgo. Y en la cintura política, por supuesto”.
Los especialistas rastrean minuciosamente la historia de cada cardenal, en procura de acciones o declaraciones que puedan restarle chances. Así salieron a la luz consideraciones contra los homosexuales del congoleño Fridolin Ambongo, o contra las mujeres del neerlandés William Eijk. El húngaro Peter Erdo, un conservador que podría alcanzar algún consenso si se traban las discusiones, también viene siendo centro de estas campañas, en las que destacan posiciones retrógradas lanzadas en su juventud.
A fin de cuentas, no deja de ser un juego de nombres. El dogma indica que es el Espíritu Santo el que actúa durante el cónclave y conduce a los allí reunidos hacia la persona indicada. Encontrar a quien unifique posiciones suele ser complejo, siempre habrá algo que negociar y que ceder. El que está en disputa es un cargo vitalicio, por lo que el margen de error debe ser ínfimo. Y aún así, como quedó demostrado, las cosas pueden salir mal.

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