Fue refugiado de la guerra civil libanesa, se hizo sacerdote maronita y, desde Tucumán, mantuvo una amistad con el papa Francisco

Fue refugiado de la guerra civil libanesa, se hizo sacerdote maronita y, desde Tucumán, mantuvo una amistad con el papa Francisco

Charbel El Alam, sacerdote maronita nacido en Líbano y hoy radicado en Tucumán, se emocionó al recordar a Jorge Mario Bergoglio, con quien mantuvo una relación de más de veinte cartas intercambiadas.

En 2014, Charbel visitó al papa Francisco. Gentileza Charbel El Alam.

Es la madrugada del 21 de abril. Charbel El Alam duerme, tranquilo, como si nada pudiera romper su sueño. La noche es serena y silenciosa. Demasiada quietud. El día anterior había sido la celebración de Pascuas, y el sacerdote maronita, de 46 años, se había rendido al cansancio de las tareas. El celular vibra. Mira la pantalla: es Miryam, su madre adoptiva francesa. El mensaje es breve, pero lo desarma: el papa Francisco ha muerto. Intenta contener las lágrimas, pero no puede. Se quiebra por completo. No quiere aceptar la partida de su “amigo epistolar”, con quien había intercambiado más de veinte cartas desde 2023. Incluso, días atrás, uno de sus secretarios le había respondido en nombre del Papa. Sabía que su salud era frágil, pero no esperaba que su partida fuera tan repentina.

Revisa los informativos a través de su celular para encontrar respuestas, pero los canales argentinos apenas comienzan a murmurar la noticia. El silencio lo envuelve. Con los ojos anegados, mira el suelo. No sabe cómo reaccionar. Abatido, parpadea, y el dolor lo arrastra al pasado.

La niñez

Charbel es un niño libanés de diez años. Es inquieto, feliz y curioso. Vive en Rmeich, un pueblo del sur del Líbano que limita con Israel, y ya sabe hablar tres idiomas: árabe, inglés y francés. Sus padres, agricultores y practicantes maronitas, miran con angustia el futuro de su hijo: el país está inmerso en una guerra civil que parece no tener fin, provocada por las disputas de poder entre las distintas comunidades religiosas.

El sistema político reparte los cargos entre musulmanes y cristianos: los maronitas retienen la presidencia, mientras que sunitas y chiítas se quedan con el primer ministro y la jefatura del parlamento. El aumento de la población musulmana —sobre todo de sunitas desplazados por el conflicto israelí-palestino— avivó una lucha por la identidad nacional. Los cristianos quieren acercarse a Occidente; los musulmanes, hacia el mundo árabe.

La confrontación lleva catorce años, hay más de 100.000 muertos y cada vez es más difícil moverse libremente, decidir qué hacer y, sobre todo, vivir en paz. Es más, la calma parece una utopía inalcanzable. Charbel entiende poco sobre el tema: todavía no está interiorizado sobre su religión y casi no le presta atención. Piensa que su vida tomará un rumbo lejano.

Sus padres analizan la posibilidad de enviarlo a Francia, para que viva con una familia tradicional francesa. Quieren mantenerlo a salvo, sin que pierda sus raíces. Es un sacrificio enorme, pero están dispuestos a cargar con él con tal de darle un futuro. Charbel tiene miedo, pero parpadea e imagina que podría tratarse de una aventura diferente.

DIEGO ARÁOZ/LA GACETA

El despertar espiritual

Charbel tiene 19 años y ha alternado su vida entre Francia y el Líbano. Ahora, por tercera vez, se instala junto a su familia adoptiva en el país europeo. Ya se adaptó a la cultura occidental: incorporó los modales y entiende el acento francés, aunque mantiene intacta su tonada libanesa. Es de noche y algo en su interior ha cambiado: nunca antes había estado tan reflexivo.

El silencio lo asusta, lo incomoda y lo perturba. La soledad es una presencia molesta. Sus pensamientos le impiden dormir. De repente, una voz se abre paso entre la oscuridad: “Aquí estoy”, escucha.

Las palabras quedan impregnadas en su mente. Busca darles un significado lógico, pero no lo encuentra. No es un creyente acérrimo —más de una vez renegó de las costumbres religiosas de sus padres—, pero esta vez sólo una idea le atraviesa la mente: “Es Dios”, se dice. No está seguro de lo que pasó, pero siente que algo cambió en su cosmovisión.

Otro choque cultural

Charbel es un apasionado de los desafíos. Ya se ha ordenado como sacerdote maronita, tras estudiar en la Universidad Pontificia del Espíritu Santo en Kaslik, Líbano, y es un ferviente difusor del cristianismo de Oriente. Explica que el catolicismo no se restringe únicamente al rito apostólico romano, sino que abarca otros veintitrés ritos, entre ellos el de la Iglesia Maronita, que nació a partir de Marón, un santo ermitaño que, retirado en las montañas, dedicó su vida a la oración y al ascetismo obrando milagros entre sus fieles.

El rito maronita guarda ciertas diferencias con el romano. Durante la misa, los sacerdotes visten la Al-Ghaffara —una capa pluvial con símbolos litúrgicos—, el Al-Katune —una túnica blanca—, el Amito —un lienzo que se coloca sobre la espalda— y el Al-Zunnar —un cinturón. La celebración se divide en cuatro momentos clave: el trisagio, la consagración, la epíclesis y el Padre Nuestro, y varios de ellos se rezan en arameo, como un modo de honrar la lengua original de Jesús.

Pero Charbel no quiere quedarse quieto. Está decidido a expandir aún más las fronteras de la fe y del conocimiento. A punto de emprender un viaje hacia México, cambiará el taboulé por los tacos y deberá aprender español desde cero. Será un idioma más en su camino, pero está dispuesto a hacer lo que sea para continuar su formación teológica.

Su próxima casa de estudios será la Universidad Pontificia de México. En principio, se inscribirá en la Licenciatura de Ciencias Religiosas, aunque no descarta seguir estudiando hasta alcanzar un doctorado. Alternando labores académicas y religiosas, en 2014 fue al Vaticano a visitar al Papa Francisco.

El Alam recibió más de 20 cartas del Papa. DIEGO ARÁOZ/LA GACETA

El fundador

Costa Rica es el hogar de Charbel. El sacerdote tiene la tarea de fundar la primera misión de la Orden Libanesa Maronita en el país centroamericano. Ese es el desafío de 2017. El inicio no es fácil: si bien ya tiene una iglesia, todavía tiene que dar a conocer el rito.

Está solo en un pequeño departamento, pero entiende que su presencia es necesaria para extender el rito oriental maronita.

Hace poco, comenzó su faceta periodística: escribe semanalmente para el Eco Católico (periódico de la Conferencia Episcopal de Costa Rica) y da notas para explicar en profundidad de qué se trata la Iglesia Maronita. Quiere poner en práctica todos los años que invirtió para convertirse en doctor en Teología Espiritual. Es difícil, pero su vida se ha vuelto como un dulce de leche espeso: cuesta avanzar, pero tiene remos para seguir remando corriente arriba.

El último recuerdo

El día del entierro, Charbel se viste todo de negro. El funeral del papa Francisco es el adiós de un amigo, un hermano, un referente. Es el fin de un ciclo del que aprendió muchísimas enseñanzas, es el ocaso de una amistad que comenzó en 2023 a través de cartas y se sostuvo hasta la última semana de vida de Jorge Mario Bergoglio. En esa amistad epistolar, Charbel compartió diversos artículos escritos por él sobre la vida de Francisco, en donde el Santo Padre lo acompañó a medida que avanzaba tras las huellas de su vida.

Busca la transmisión oficial en la página oficial de la Santa Sede y se sienta solo en su oficina ubicada en la Iglesia Nuestro Señor del Milagro y San Marón. Escucha la homilía de Giovanni Battista Re y se emociona, pero esta vez contiene sus sentimientos. “No solo deposita un cuerpo mortal en la tierra, sino una vida ofrecida a Cristo y a su Iglesia. Pedro ha dormido, pero Cristo vela. Se cierra una etapa, pero el camino de la Iglesia continúa”, reflexiona.

Junta las manos, completa las oraciones y ve toda la ceremonia. El féretro llega a la basílica de Santa María la Mayor, y Charbel le da el último adiós. Aunque el libanés dice que Francisco cumplió con la premisa de su nombre: “Ya es parte de la historia de Dios”.

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