La recuperación será lenta. La clase media argentina ha quedado más como una expresión de deseo de lo que fueron nuestros antepasados más que un estrato de la sociedad que puede tener la capacidad económica suficiente para surfear por encima de la coyuntura. El problema es que en la Argentina el agua la fue tapando porque el ingreso no se recuperó al ritmo que se movieron los precios. La inflación es un estigma que ha golpeado con fuerza la capa social más tradicional. Una referencia de cuánto dinero se necesita para ser considerado de clase media es la medición del organismo estadístico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Según su informe, con una Canasta Básica Total calculada en $ 1 millón, una familia tipo requiere no menos de $ 1,7 millones para no ser considerada de clase media. Si se aplica ese valor promedio en Tucumán, podría inferirse que, el umbral de ingresos para estar en ese status social no debería ser inferior a $ 1,5 millones. Y el cálculo podría quedarse corto, porque la medición no tomaría todo el peso que, en la realidad, se aplica a los servicios que la modernidad ha puesto sobre la mesa en el marco del bienestar familiar.
Ahora bien, tomando como referencia el comportamiento de la Distribución del Ingreso para el tercer trimestre del año pasado (último dato disponible) puede arrojar una primera conclusión: el 25% de la población tucumana es de clase media tradicional. Claro que en el camino hay otro 20% de familias que transitan la delgada línea de los ingresos que un trimestre pueden bordear la ruta de la pobreza y al trimestre siguiente transitar por la avenida de la clase media trabajadora, que debe remar más que otras veces para llegar a fines de mes.
Si se toma en cuenta que en el aglomerado urbano del Gran Tucumán-Tafí Viejo hay una población estimada en un millón de personas; unas 250.000 constituyen la clase media tradicional. Y aquí radica el otro problema que se ha convertido prácticamente en un karma por la sustentabilidad que tiene la economía informal: el incremento de la población laboral no registrada. De acuerdo con los índices oficiales, el 51,4% de los asalariados del distrito no fueron inscriptos por sus empleadores. La primera consecuencia de esa situación no sólo es la imposibilidad de negociar un salario acorde con su tarea, sino que no tiene cobertura de salud, porque no goza de una obra social. El efecto posterior, el más prolongado en el tiempo, es que, cumplido su ciclo de actividad, no podrá gozar de una jubilación. Los empresarios se escudan en que la informalidad es producto de las legislaciones vigentes que encarecen la contratación de empleados. De hecho, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha puesto como una de las condicionalidades para el Programa de Facilidades Extendidas firmado con la Argentina, una revisión integral del sistema previsional, además de la readecuación de la legislación laboral para permitir el ingreso de más personas al mercado. El ministro de Desregulación y de Transformación del Estado, Federico Sturzenegger, viene preparando una batería de medidas para que, a más tardar en agosto, el Congreso tenga en sus manos los proyectos para sancionar el nuevo marco legal de trabajo. La resistencia está en los gremios, que perderían poder y capital político con las nuevas regulaciones.
Informalidad laboral
Mientras eso no suceda, el principal aglomerado urbano será una de las jurisdicciones con mayor tasa de informalidad laboral de la Argentina. En la actualidad, alrededor de 149.000 tucumanos se encuentran en esa situación. Se los condena a la pobreza. Los trabajadores en negro se han consolidado como la segunda fuerza laboral más importante de Tucumán, sólo superada en casi 20.000 casos por la cantidad de empleados en el sector privado registrado, pero superando en la misma cifra a la cantidad de agentes de la administración pública provincial.
Pero el fenómeno de la frazada corta, en la que se tapan algunos gastos con la tarjeta de crédito (estiramiento del ahogo financiero) para cubrir las necesidades coyunturales, afecta a todos por igual. Por esa razón, Tucumán muestra además uno de los índices más elevados de la Argentina en cuanto a los ocupados que buscan activamente otro puesto para llegar a fines de mes. Al cierre de 2024, la tasa fue del 29,1%. En otros términos, tres de cada 10 trabajadores están requiriendo otro sueldo porque sólo con el que tiene no le alcanza para dejar de ser de clase media. Están condenados a ser pobres, desde el punto de vista de sus ingresos.
Guillermo Oliveto, uno de los consultores que más ha estudiado los estratos socioeconómicos argentinos y los hábitos de consumo, define que, tradicionalmente, la pertenencia de los argentinos a la clase media tradicional se construía sobre un sistema de valores heredados. El experto los enumera como si repasara un altar familiar: esfuerzo, mérito, educación, sacrificio, abnegación. El ascenso social no era un golpe de suerte sino un camino trazado. El objetivo no era volverse rico, sino ser alguien. Tener cultura, tener casa, tener palabra. Había una ética de la decencia. Había orgullo.
Al presentar su libro ”Clase media. Mito, realidad o nostalgia”, Oliveto advierte que en la Argentina la sociedad está mucho más partida que en otros períodos de la historia, con un consumo que también es dual. “Por un lado, tenés un crecimiento muy fuerte en la venta de autos o electrodomésticos, pero con los alimentos cayendo en el primer trimestre de este año un 8,5% y las bebidas con una merma del 20%”. Lo aspiracional no está perdido, pero el sistema de valores materiales se trastoca porque, en los últimos años, los argentinos miraron cómo cubrirse más de las crisis a través del dólar.
La pirámide socioeconómica está en pleno movimiento en una Argentina que trata de encarrilar su economía. La paz cambiaria, en cierta medida, contribuye a la reconstrucción de la confianza, pero no termina de tranquilizar la mejora del ingreso. La inflación sigue rondando con el consecuente daño en el bolsillo de la sociedad. De allí que el Gobierno apuesta a mejorar las expectativas, en un país acostumbrado a cubrirse antes de que llegue la próxima crisis.
La pobreza es la consecuencia de tantas políticas económicas erradas. Al cierre del año pasado, en el principal aglomerado urbano de la provincia se registró un 40,8% de ciudadanos en esa condición. Hubo una mejora de poco más de 10 puntos porcentuales de lo que fue el escenario de 2023, cuando el presidente Javier Milei aplicó una fuerte devaluación que derivó, además, en una actualización de los precios de la economía, con bajo impacto en el salario. Más allá de que esos indicadores están en franca mejoría, hay un factor estructural que envuelve a no menos del 30% de la población que seguirá teniendo carencias para escalar socialmente. El milagro estadístico de otros años ha causado un espejismo que no puede tapar a la realidad nuestra de cada día. Llegar a una tasa de pobreza no será una tarea sencilla. Pero, de sostener al país en la senda del crecimiento, en 20 años puede haber pleno empleo y pobreza de un dígito. Mientras tanto, hay que reconstruir un país que, en sus mejores tiempos, pudo exhibir que más de la mitad de su población pertenecía a la bendita clase media tradicional.










