

Celebramos la cumbre del misterio de nuestra Salvación. La verdad nuclear del Cristianismo. El triunfo de Cristo sobre la muerte y el comienzo de una Vida Nueva para Jesús y para nosotros. La consumación del proyecto salvador de Dios. “Nosotros somos testigos”, dirán los Apóstoles en su primera predicación (1ª lect).
Es la Pascua de la resurrección de Jesús, el Mesías, un llamado a resucitar nuestras vidas personales y sociales. No debe quedar la celebración en la dimensión individual espiritual, sino repercutir en el proceso de resucitar con la verdad en cada ambiente que vivimos.
La alegría será la virtud más propia de este tiempo, que se une a la esperanza de la confianza en Dios a pesar de las dificultades que afrontamos. Vivir con espíritu fuerte y animoso, generando la esperanza de que ser buenos cristianos: es el mejor aporte de vida que podemos dar a la sociedad.
La Resurrección de Jesús es no sólo un hecho histórico sino absolutamente único. Un suceso que los discípulos del Señor comprendieron que estaba llamado a cambiar la vida humana. Jesús no regresó a nuestro tiempo y condición terrestre actual como Lázaro. Entró corporalmente en la eternidad y abrió las puertas a todo el que crea en Él y viva su vida. Su Resurrección no es un retroceso a nuestra forma de vida, es una promoción hacia adelante y ya irreversible: Pascua de la Vida
Cristo Resucitado ya no muere, vive glorioso en el Cielo y nos acompaña en la historia.
Su Resurrección es la prueba más clara de que Él es la Vida. Nos recuerda que el amor puede más que el odio; la verdad que la mentira; la entrega y el servicio desinteresado a los demás que el egoísmo; el bien y la buena conciencia que los que extorsionan a los demás. Con esta convicción debemos afrontar el cambio de nuestra nación, de nuestra provincia, de cada lugar que transitamos.
Felices Pascuas será el saludo, para desearnos el bien de la Vida humana y eterna. A no desanimarse. Dios vive entre nosotros, Jesucristo ha resucitado y es nuestra esperanza que no defrauda.




