
Viajar en casa propia ya no es una rareza: es una tendencia en ascenso. Cada vez más familias eligen subirse a su motorhome y lanzarse a recorrer el país. Esta Semana Santa, Tafí del Valle fue uno de los destinos favoritos para quienes combinan aventura, comodidad y fe.
Llevar la casa sobre ruedas, detenerse donde se antoje, dormir con vista a los cerros y compartir cada momento en familia. El viaje en motorhome ya no es solo para unos pocos. En Argentina, transformar una combi o una van en una vivienda rodante se volvió una opción cada vez más popular, sobre todo entre parejas y grupos que buscan reconectar con la ruta sin resignar la intimidad de lo cotidiano. Este fin de semana largo, Tafí del Valle se llenó de visitantes que llegaron así, sobre cuatro ruedas, a vivir la tradición de la Pasión en medio de la naturaleza. LA GACETA subió a los valles, conversó con viajeros, cuyo espíritu aventurero y su vida familiar se cruzaron en la ruta.
“Arrancamos la vida”
Una pareja tucumana convirtió una camioneta en su casa rodante y viaja con su nieta y su perro por diferentes lugares. Esta Semana Santa eligieron Tafí del Valle para ver la Pasión y disfrutar en familia frente al dique.
Tafí del Valle, abril. La postal se repite cada vez con más frecuencia: una casa sobre ruedas estacionada frente al dique La Angostura, reposeras al sol y una niña con su perro salchicha, Teo, corriendo sobre el pasto. Es Semana Santa y la familia Salek, de San Miguel de Tucumán, eligió el motorhome para desconectar de la ciudad y reconectar entre ellos.
“Nosotros somos tres… y el perrito”, dice Daniel. Silvia, su compañera desde hace 33 años, le sonríe y corrige: “Cuatro, con la Traffic”. No es una broma. El vehículo es parte de la familia. Daniel lo armó desde cero, con sus propias manos, durante dos años. “Yo tengo cuerpos de guía”, dice con orgullo. “Chapa, pintura, electricidad, todo lo hice yo. Me armé una ‘coffee’, como dicen ahora, y de a poco la fui equipando”.
El proceso fue largo: se asesoró con un ingeniero, homologó los papeles, buscó piezas por internet. “La heladera es lo único que me falta”, confiesa entre risas. “La compré por AliExpress y nunca llegó”. Hoy, en la tarjeta verde del vehículo figura: “Casa Rodante”. Una camioneta blanca que hace dos años se convirtió en su refugio.
Qué pasa en la casa
Allí cocinan, duermen, viajan, ven películas y comparten rutas, recuerdos y sueños. Silvia escucha, atenta, mientras su nieta Emily, de 12 años, juega con Teo. No es la primera vez que salen a la ruta así. Ya viajaron a Chile, recorrieron Brasil y, cuando se puede, cargan la camioneta, llenan el tanque y salen. “No viajamos de noche, por seguridad. Nos gusta ir tranquilos, parando donde se pueda”, cuenta Daniel.
“Siempre nos gustó viajar, pero antes era caro: hotel, comida, todo suma”, dice Silvia. “Con esto tenemos libertad. Vamos donde queremos, dormimos donde podemos y comemos lo que conseguimos en cada lugar”. Emily, que ahora está más callada, agrega: “A veces se abren los cajones cuando manejamos, pero me gusta ir adelante y acompañarlo al abuelo. En los viajes largos veo películas y lo molesto a Teo”.
Mientras se pueda
“Yo trabajé toda mi vida”, dice Daniel. “Ahora tengo un ahorro y, mientras se pueda, viajamos. Es la forma que encontramos para estar juntos y seguir andando”. El objetivo es claro: recorrer el sur argentino y, algún día, Machu Picchu. “Pero para eso falta. Tenemos que equipar un poco más la camioneta y juntar tiempo”.
A veces los acompaña otra nieta, de la misma edad. Esta vez no pudo venir. “Se nota”, dice Silvia. “Emily se aburre un poco más sola, pero igual disfruta”. La rutina de estos días es simple: desayunan frente al dique, dan una vuelta por El Mollar, pasean al perro, cocinan, se sientan a contemplar el paisaje. No necesitan mucho más.
Viajar acompañados
Tienen tres hijos y siete nietos. Al contarles lo que hacen, siempre reciben la misma respuesta: sorpresa y alegría. “Sí, están muy contentos. Es nuestra forma de disfrutar”. Para Silvia, esta forma de viajar es una forma de vivir: “Nunca soñé con esto, pero si no me lo hubiera propuesto, no conocería todos los lugares que ya conocimos”.
Mientras tanto, eligen volver a Tafí del Valle. “Nos gusta venir en estas fechas para ver la Pasión, es tranquilo, la gente es buena y es un lugar que siempre tiene algo nuevo que mostrar”, dice Daniel, mientras se acomoda en su silla bajo el sol, contemplando el dique como una postal solamente para él.
Cocina casera y fe: Liliana y una promesa cumplida en Tafí
Liliana Basán es de Concepción y cada Semana Santa cumple una promesa: traer a su hija Julieta, a su amiga Agustina y a su esposo Oscar a Tafí del Valle. “Trabajo como empleada municipal, así que organizamos todo con anticipación. Salimos 7.30 y llegamos antes de las 10”, cuenta. Este año preparó todo ella misma: pan amasado y humitas caseras. “Mi mamá me enseñó a cocinar. Hice 35 humitas con 50 choclos. Es solo para compartir en familia”, dice con orgullo. También llevó mesa, sillas y todo lo necesario para pasar el día, ver la representación de la Pasión y disfrutar del paisaje. Aunque destacó la organización, lamentó la falta de baños públicos y merenderos. Liliana es creyente y asegura que estos encuentros la conectan con lo esencial. “Hay que volver a creer. Dios es lomás grande”.