Su mamá vendía tortas fritas para verlo jugar y él le dedicó su doblete con la camiseta de San Martín

Los goles de Juan Cruz Esquivel fueron un gesto de amor para sus padres, que hicieron todo por verlo llegar. Mañana, desde las 16, buscará repetir contra All Boys.

CON ALEGRÍA. Juan Cruz Esquivel asegura que vivió una semana distinta. CON ALEGRÍA. Juan Cruz Esquivel asegura que vivió una semana distinta. Foto de Gonzalo Cabrera Terrazas/LA GACETA.

En Mar del Plata, Juan Cruz Esquivel tuvo su partido consagratorio. Marcó dos goles contra Alvarado y fue figura en el triunfo que le permitió a San Martín de Tucumán volver a lo más alto de la tabla. Mañana, desde las 16, en La Ciudadela, el extremo buscará repetir ese desempeño contra All Boys, en el cierre de una semana que para él fue distinta, más feliz, más suelta. Porque cuando la pelota entra, todo cambia.

Nacido en la localidad santafesina de Cañada Rosquín, el extremo de 24 años empezó a transitar este camino con una meta clara: ser futbolista profesional para ayudar a su familia. Con apenas 14 se probó en Atlético de Rafaela y no paró más. Hijo de un vendedor ambulante y de una ama de casa, hace tiempo que “Juanchi”, como lo llaman los que lo conocen de siempre, asumió un compromiso silencioso: que en su casa no falte nada. Mientras tanto, su madre hacía tortas fritas, pizzas, limpiaba casas y viajaba los 95 kilómetros que separan su pueblo de Rafaela para poder verlo jugar.

“Cambia totalmente la semana. Ya lo tomás de otra manera. Vos mismo te sentís más suelto, con más confianza”, contó Esquivel en diálogo con LA GACETA. Para el delantero, el camino a ese desahogo fue largo, de golpes, de aprendizaje, de charlas con su familia, con su representante y hasta con Ariel Martos. “Yo sabía que las cosas no venían saliendo, charlé con mi representante, le conté cómo me sentía, Ariel también sabía. Y la única manera de cambiar era ir y fallar. El fin de semana salió y se hizo un cambio rotundo, total”, aseguró.

LA CHARLA QUE CAMBIÓ TODO. Juan Cruz Esquivel recorre el complejo Natalio Mirkin junto a su representante Jordan Rubén. LA CHARLA QUE CAMBIÓ TODO. Juan Cruz Esquivel recorre el complejo Natalio Mirkin junto a su representante Jordan Rubén.

Después del segundo gol en el  José María Minella, el abrazo con el DT fue inevitable. “Ariel me dijo: ‘¿viste que las cosas pueden cambiar de un día para el otro?’”. Esa frase lo acompaña todavía, como una guía en medio del ruido. Porque Esquivel también recibió críticas. Muchas. Pero eligió no quedarse con eso. “Trato de no leer nada, de mantenerme en lo mío. A veces las cosas salen, a veces no. Pero la única forma de cambiar es seguir”, agregó.

En su familia también encontró contención. En sus padres, María Emilia Jiménez y Juan Carlos Esquivel, y en sus hermanos. El más chico, Brandon, de 10 años, le manda mensajes antes de cada partido. “Mi vieja es de seguir haciendo esfuerzos para venir a verme, aunque ahora hayan cambiado algunas cosas. En la semana hacía pan casero, tortas fritas, para juntar una moneda y verme jugar el fin de semana. Mi viejo vendía flores, ropa. Todo ese sacrificio fue clave para que yo pudiera mantenerme en Buenos Aires desde los 15 años. Quería hacer un gol y dedicárselo a ellos”, recordó.

El entorno, en su caso, fue salvavidas y motor. “Charlo todos los días con mi mamá. Si digo que me duele la cabeza, ella me dice que ya lo sentía. Son madres. Siempre están”, dijo entre risas al hablar de su madre que aún lo cuida como si se tratara de un pequeño.

EN FAMILIA. Juan Cruz Esquivel posa junto a los suyos. EN FAMILIA. Juan Cruz Esquivel posa junto a los suyos.

Lo vive con alegría

El presente de Esquivel, a 767 kilómetros de Cañada Rosquín, se forja entre la paz tucumana y la intensidad de la Primera Nacional. “Acá es muy tranquilo, todo está cerca. Venís de Buenos Aires y te encontrás con otro ritmo de vida. Estás a diez minutos de tu casa. En una tarde aburrida, tenés media hora y te vas a tomar unos mates”, aseguró.

Claro; los goles del sábado pasado son una muestra de que la confianza también se entrena. En el primero, se jugó el tiro directo al arco pese a que Juan Cuevas estaba solo por izquierda. “Sabía que si enfrentaba al arco y le pegaba bien, iba a ser gol. Tomé el riesgo y por suerte entró”. El segundo fue casi un acto reflejo. “Ni lo dudé. Me la tira Martín (Pino), me la devuelve y le pego enseguida. Si salía bien, era un golazo como fue; si no, son cosas que pasan”, reflexionó.

Hoy, contra All Boys, Esquivel quiere seguir en esa sintonía. “Si te relajás, después ves los resultados y te arrepentís”, sentenció Esquivel que confesó que La Ciudadela también lo marcó. “Una cosa es enfrentarlos y otra tenerlos a favor. Nunca me había pasado algo así”, agregó.

Esquivel peleó, insistió, falló y volvió a intentar. Ahora, cuando las cosas por fin están saliendo, no quiere soltar esa sensación porque sabe lo que le costó llegar.

Comentarios