“Mis alumnos me salvaron la vida”, dice Gladys Águeda Coviello, de 91 años, mientras merienda con quienes fueron sus alumnas de la Escuela 10 de la localidad de Hurlingham, Buenos Aires.
Fue maestra, profesora e investigadora en Letras. A lo largo de su vida tuvo una inmensa trayectoria en el universo de las palabras y recorrió el mundo para profundizar sus estudios. “Cuando enseñaba en la escuela, los chicos me hacían olvidar los problemas que tenía en mi casa y en mi matrimonio”, recuerda la maestra.
Una merienda
Un grupo de cuatro ex alumnas llegaron ayer a Tucumán para visitar a su “señorita” Gladys. Todas ellas mayores de 60 años, decidieron venir desde Rosario (Santa Fe) e Italia para rememorar momentos de la primaria y reafirmar el cariño que sienten mutuamente. Se reunieron en su departamento de Corrientes al 600 para merendar.
Una de ellas es Norma Mlot y dijo al respecto: “La influencia de Gladys ha sido muy importante y muchos de sus alumnos decidimos qué hacer con nuestras vidas gracias a ella. Esto se debe a la particular forma de enseñar que tuvo con ellos la docente, afirmó.
La maestra empleaba un particular método de enseñanza. “Enseñaba con poemas, juegos y canciones y no tomaba exámenes”, explicó. También recordó que eso le acarreó diferencias importantes que culminaron con reclamos ante sus directivos porque creían que los niños no podían aprender los contenidos de esa forma. “Me hicieron un sumario”, contó con ironía.
Veo, veo, ¿qué ves?
Coviello hacía que los chicos elaboren sus propios libros. “Al comenzar el año, sugería a los alumnos trabajar en un libro individual como regalo para el Día de la Madre. Cada niño elaboraría su poemario. Solicitaba permiso a la dirección y a los padres para permanecer en el aula, desde las 12 hasta las 13. Siempre recibía el apoyo y la ayuda de ellos”, explica la investigadora en su libro “Diez”, que cuenta su paso por la emblemática escuela. La motivación para escribir eran los juegos como el “Veo, veo, ¿qué ves?” y otro juego que consistía en que cada uno escribiera el nombre de un animal para formular oraciones donde los disparates y el humor se hacían presentes.
Una anécdota ocurrió en la Escuela Bernardino Rivadavia de El Palomar y Gladys la contó así: “Les hice jurar a mis estudiantes que no contaran a nadie que yo llevaba mi gato al aula. Así, quien terminara antes la tarea, podía acariciarlo”, dijo. Al gato, un persa de nombre Clarense Cotingham, lo hacía entrar por la ventana que daba hacia la calle para que no se enteren los otros profesores y lo recibía un alumno.
Trayectoria
La docente fue investigadora de las universidades de Tokio, Maryland y Barcelona, pero fue en Buenos Aires donde ejerció la docencia hasta 1977, en la escuela Pablo Pizzurno (la histórica Escuela 10). “Fue una docente innovadora para la época”, afirmó Patricia Deandrea.Y agregó: “Mi maestra me enseñó muchos valores. Gracias a ella aprendimos a compartir y a valorar el reencuentro con el otro”. A su lado, Miriam Seva apoyó estas palabras.
Sabrina Cardelli recorrió más de 10.000 kilómetros desde Italia para compartir scones y café con leche en la casa de su “seño”. “Siempre estuvimos en contacto pero luego de dos años intentando venir a Tucumán pude por fin visitarla”. Además, afirma que a pesar de haber hecho su vida en Italia, el amor por su país sigue intacto.
Máquina del tiempo
Las mujeres recordaron que todos los niños, en el último año de la primaria, le juraron construir una máquina del tiempo para reencontrarse con su maestra después. La máquina del tiempo todavía no se inventó, pero sus ex alumnos viajan igual desde distintas partes del mundo sólo para compartir un par de horas junto a la “señorita Coviello”.
Luego de pasar por distintos rincones del mundo como Barcelona, Estados Unidos y Japón, volvió a su natal Tucumán hace seis años, después de vender todas sus pertenencias. “Volví con mi baúl de recuerdos”, concluyó.
(Producción periodística Celeste Toledo)