La vida después de la pandemia: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”

La vida después de la pandemia: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”

Los tiempos del confinamiento constituyen un recuerdo reciente y complejo, pero más allá de aquellas vivencias la sociedad se modificó para siempre. Tecnología, política, economía, salud, educación, trabajo, familia, espiritualidad, ocio, deportes... En todos los ámbitos ya nada volvió a ser igual.

Era lindo vivir en Pandemia. El chico del segundo que era vecino de la señora del noveno subía por la escalera -con barbijo, claro- y retiraba el pedido para comprarle las cosas que la mujer necesitaba.

Nos sentíamos importantes durante la Pandemia. El gobierno pensaba en nosotros, sólo en nosotros. Se preocupaba por dónde íbamos y qué hacíamos. Nos daba consejos. Nos enseñaba.

La Pandemia nos invitaba a la solidaridad. Nunca faltó alguien que hiciera algo gratis o que donara al menos una hora de su trabajo con tal de colaborar o de entregarle algo al otro. Otro no era una palabra fría, corta y hasta cacofónica. Como nunca antes, se había convertido en algo de carne y hueso que se respetaba y se valoraba.

Era emotivo vivir en Pandemia. Las familias compartían más tiempo y hasta hablaban de lo que nunca antes habían hablado.

Era creativo compartir aquellos días pandémicos. Unos encontraban habilidades escondidas; otros recurrían al ingenio y se convertían en emprendedores de fuste. No faltaban aquellos que incluso generaban incipientes empresas para salir del paso.

Era impactante la vida en Pandemia. Nos parábamos a aplaudir el trabajo del otro.

Era desafiante la casa de la Pandemia. La oficina y el gimnasio encontraban un lugarcito para pasarla mejor y poder cumplir con las obligaciones de siempre.

Era horrible vivir en Pandemia. Dejamos de darnos la mano. Desconfiamos del vecino. El otro era una mala palabra capaz de traernos la muerte. Los besos escaseaban y hasta se rechazaban. La impaciencia empezó a perder la paciencia. Alguien escondió la pelota. Jugar no era ningún juego. A la solidaridad le inocularon el veneno de la envidia. Algunos hombres del Poder Judicial pusieron empeño en desequilibrar la balanza de la Justicia. Otros se preocuparon de hacer fiestas y vacunatorios especiales para los amigos del poder. Más que nunca “todos éramos iguales a los otros, pero unos eran más iguales a los otros”, tal cual nos había enseñado George Orwell en su simple pero fantástica novela “Rebelión en la granja”. Palabras heladas como aislami ento, distanciamiento y pantallas eran las más usadas, pero también las más deshumanizadas.

Pero no sólo se vivió en Pandemia. También se murió. Hubo quienes ni siquiera pudieron decir adiós. También están aquellos que nunca se despertaron, pero también están los que un día sí se despertaron después de meses de estar intubados, otra palabreja de mala reputación.

En menos de un año el coronavirus nos tomó examen de vida y de muerte. El virus sabrá si aprobamos o no. Pero como en todo examen, lo importante no es la nota. Puede servir para dar un paso adelante o para atrás, pero lo central es el aprendizaje y las enseñanzas que nos quedan. Lo aprendido.

Cinco años después hay una nueva forma de trabajar, de educar, de pensar y de compartir. La sociedad, aunque se haga la tonta y muchas veces mire para otro lado, ha madurado. Sentimos y amamos distinto. Escuchamos de otra forma y nos divertimos diferente. No se perdieron los miedos ni los vicios. “Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos” nos recitaría, desde su Isla Negra, el vate chileno.

La Pandemia fue linda y horrible, como la vida misma, como la muerte misma. Hay quienes no quieren volver a hablar de ella ni recordarla. Otros creemos que como ante cualquier hito de la historia es bueno detenerse para pensar en ella, para reflexionar y para rescatar cosas tan simples y maravillosas como volver a mirarnos a los ojos.

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