“Desde el altillo” recupera la experiencia infantil del exilio

Carolina Vaca Narvaja evoca su pasado personal y familiar en una obra aiuutobiográfica con objetos que presenta en La Sodería. Un relato íntimo que tiene una proyección colectiva.

CON OBJETOS RECUPERADOS. Carolina Vaca Narvaja protagoniza “Desde el altillo, historia de un exilio”. CON OBJETOS RECUPERADOS. Carolina Vaca Narvaja protagoniza “Desde el altillo, historia de un exilio”.

En la mañana del 23 de marzo de 1976, a menos de 24 horas del golpe de Estado, 26 miembros de la familia Vaca Narvaja ingresaron al Consulado de México en Buenos Aires para pedir asilo político. Eran 13 adultos y 13 niños (de entre nueve años y cinco meses). Desde allí los llevaron a la Embajada de ese país, y luego al exterior hasta el fin de la dictadura.

En el grupo estaba Carolina Vaca Narvaja, quien tenía cinco años. Su vida de entonces y su evolución después es narrada en “Desde el altillo, historia de un exilio”, que se presentará hoy a las 22 y mañana a las 21 en La Sodería (Juan Posse 1.141), en una creación del grupo cordobés Tres Tigres Teatro.

“En el transcurrir de mi vida, mi adolescencia, mi juventud y mi adultez, me he encontrado con mucha gente que ha transitado el exilio político, el tener que irse del país para salvar la vida. Mi caso fue la experiencia de una familia grande, conocida y con importante implicancia política. Generalmente son historias que se cuentan desde el adulto, el que lo vivió y tuvo que tomar ciertas decisiones, pero esta obra lo hace desde la niña que fui”, adelanta la protagonista para LA GACETA.

La base fue el libro “Cono Sur” de su tío, Gustavo Vaca Narvaja, “que lo escribió pensando en sus sobrinos y en sus hijos”. A partir de él, la actriz construyó la obra en formato de teatro de objetos documental autobiográfico junto a la directora María Nella Ferréz, estética elegida para desarrollar “una poética especial que nos posibilita contar lo que pasó”.

- ¿Cómo encararon el proceso creativo?

- Fue un proceso largo que empezó a dar vuelta sobre la idea de contar el exilio en general, hasta que me cayó la ficha de que lo que quería contar era la experiencia familiar y cómo había repercutido en mi vida. Entonces tomamos las cosas que había guardado durante más de 40 años, entre las que estaba la muñeca de una negrita con la cual me fui al exilio. Solo nos podíamos llevar un juguete y me acompañó del 76 al 83. Volví con una caja llena. Dramáticamente trabajamos con algunos de esos objetos tratando de hacer memoria con la directora, reconstruyendo y recordando distintos juegos, muñecas, lugares... fue un trabajo de reconstrucción muy interesante porque de no acordarme casi nada, empezaron a brotar distintos recuerdos, precisos o bastante fragmentados.

- ¿El teatro de objetos te permite un distanciamiento?

- De alguna manera sí, porque trabajar con los muñecos de la infancia implica, sin darnos cuenta, volver a ese tiempo pero desde la adulta que soy. Cobran un sentido simbólico metafórico dentro del contexto en el que se cuenta la historia. No trabajamos desde la victimización, sino para poder entender qué implica para las infancias y las familias haber vivido lo que vivimos. Cuanto una experiencia personal, pero que no solamente me ha pasado a mí.

- ¿A qué refiere el altillo del título?

- Tiene que ver con el espacio donde vivimos en la Embajada durante 12 días los 26 miembros de mi familia, hasta poder salir del país. Tiene el significado de ese espacio que nos albergó, nos resguardó y nos salvó la vida. Es desde ahí que se empieza a evocar lo ocurrido.

- ¿Cuál es el desafío de hacer un biodrama documental?

- - A diferencia de otros proyectos, trabajar con lo personal es diferente. En Tres Tigres venimos creando desde hace 30 años sobre la memoria y la identidad como ejes, y esta obra es diferente al resto, con una proyección sobre lo colectivo. Nos permitimos hablar de lo que pasó y pasa en América Latina, no sólo en la Argentina. Yo iba en México al Colegio Madrid, fundado por exiliados españoles que escaparon del franquismo. Entre mis compañeros había chilenos, uruguayos, paraguayos, estaba toda Latinoamérica representada, mezclados con niños y niñas mexicanos. Fue una experiencia muy rica poder conocer esa diversidad cultural.

- Dentro de los objetos recuperados, ¿cuál atesorás especialmente?

- Hay un material súper valioso, que es un cassette que grabamos cuando éramos chicos, primero en el hotel donde estábamos exiliados en México y después en el primer departamento que fuimos a vivir con mi abuela. Están nuestras voces, las cosas que nos pasaban e íbamos transitando. Fue muy emocionante recuperar esas cintas y volver a escucharlas para seleccionar qué material íbamos a usar en esta puesta en escena.

- ¿Qué implica ser una Vaca Narvaja?

- Obviamente mi apellido nunca pasa desapercibido; ha ayudado a mirar de otra manera la historia, narrada desde las voces y desde el enfoque de la infancia, con lo que cobra otro significado. El estigma del apellido queda en otro plano.

- La obra llega en un momento histórico político especial...

- Es importante poder resistir los discursos negacionistas con trabajos para recuperar la memoria, mirarnos a los ojos, poder reflexionar y generarnos cuestionamientos. Si bien fue algo que pasó hace 40 años, y ha seguido sucediendo, sucede y va a seguir sucediendo la situación de niños y niñas desprotegidos, exiliados, asilados políticos que se tienen que ir por distintos motivos. Nuestro país es un ejemplo por los juicios de lesa humanidad y no se puede creer que hoy estemos dentro de un negacionismo que propugna una vuelta atrás de una historia que ya estaba legitimada.

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