¡Buen día! "Desde que el mundo es mundo existe la alfarería... Dios fue el primer alfarero. Las manos del Señor amasaron con barro el primer hombre, y dieron principio al linaje humano, al llanto, a la canción, a la música de la sangre. La tierra siempre invitó a todos los seres a dejar en ella el rastro de sus viajes y de sus luchas, la historia de sus pasos". Lo dice una bella página de Carlos Castro Saavedra, que puede ayudarnos en el reencuentro de esa arte tan antigua y tan humana. ¿Seguimos leyendo?
"Naciente alfarería fueron las huellas de los pies y de los cascos en el polvo de los caminos; los huecos que dejaban en la tierra mojada las rodillas que se hincaban para rezar; las figuras que formaba el agua de los ríos crecidos, al golpearse contra los barrancos y los montes.
Todos somos un poco alfareros, porque somos de tierra y barro, y esta circunstancia nos impulsa a buscar en la materia de que estamos hechos nuestro sonido y nuestra propia imagen. Desde la infancia tratamos de materializar nuestros sueños y hundimos las manos en los arenales. Y más tarde, cuando llega la muerte, buscamos la greda más profunda, para ahuecarla con nuestros cuerpos.
Pero los alfareros auténticos son los que se enamoran del barro y se pasan la vida acariciándolo con los dedos; convirtiéndolo, con las caricias, en obras de arte, en testimonio humano, en objeto que conserva siempre el calor de la sangre. Los alfareros, como los amantes, vencen la resistencia de la tierra amada y sacan de ella el hijo de sus sueños. Tal vez la alfarería es el más amoroso de los oficios.
El más antiguo de los oficios, el más acariciado de los trabajos humanos sobrevive y espera nuevas manos activas, nuevas formas morenas y misteriosas".