La palabra “terrorismo” suena hueca en boca de Putin

La palabra “terrorismo” suena hueca en boca de Putin

La palabra “terrorismo” suena hueca en boca de Putin
25 Marzo 2024

Carlos Duguech

Analista internacional

En la noche del 23 de octubre de 2002 -con casi 1.000 personas- el teatro Dubrovka de Moscú fue tomado en asalto por un grupo terrorista. Pertenecían al movimiento separatista que gestionaba la retirada del ejército ruso de Chechenia. Un operativo planeado en casi todos los detalles.

En el edificio del teatro instalaron trampas explosivas, distribuyéndose distintos componentes del grupo en el amplio local, incluso armados y amenazantes entre los rehenes de la sala. El tiempo de ocupación, tres días, daba la pauta de que sus intenciones eran a todo o nada.

Hubo negociaciones con una comisión de crisis conformada por el Servicio Federal de Seguridad de Rusia. Esta “célula de crisis” diagramó los operativos para el rescate de los rehenes implementando a la vez todo lo que se suponía necesario para la atención de heridos, enfermos o personas afectadas por tanta presión de los terroristas, luego de tres días de encierro.

En su transcurso los terroristas admitieron el acceso de funcionarios públicos y hasta de algunos periodistas, iniciándose negociaciones. Algunos rehenes fueron liberados. No obstante se mantenían firmes en sus reclamos al gobierno de Valdimir Putin sobre el retiro de las tropas rusas de Chechenia. Algunos rehenes fueron asesinados, sin que pueda precisarse si fue porque se resistieron a la acción terrorista o estos supusieron que eran agentes rusos infiltrados entre el público.

El día 26 de octubre, y ante la imposibilidad de acceder al salón del teatro donde estaban los rehenes -dada la arquitectura del edificio- idearon introducir en el sistema de ventilación un gas que se cuidaron de no identificar. La consecuencia esperada fue que rehenes y terroristas -todos ellos- sufrieron los efectos del gas narcótico que los durmió profundamente. Conseguida esa consecuencia irrumpieron en el lugar y asesinaron a todos los terroristas chechenos mientras estaban dormidos.

Además -vaya precio pagado para el rescate- murieron 130 rehenes. A ninguno de ellos se los pudo salvar de los efectos del gas tóxico empleado porque el gobierno se negó a revelar su nombre, lo que hubiera podido salvar muchas vidas con antídotos. Los médicos asistentes de los rehenes hicieron conocer su protesta por esta actitud.

Criminal de guerra

Llegado hasta aquí, este columnista ratifica sus escritos publicados en ese tiempo, en los que calificaba por este procedimiento al presidente Putin como criminal de guerra. Transgredió brutalmente los Convenios de Ginebra (1949) al ordenar el asesinato de todos y cada uno de los terroristas mientras estaban dormidos por efectos del gas. No se los pudo ni requerir por sus mandantes, ni juzgarlos por su accionar. Todos asesinados de un tiro en la cabeza.

En una columna en LA GACETA del 21 de octubre de 2022 -20 años despues del episodio con los terroristas chechenos- y en plena guerra contra Ucrania, además de “criminal de guerra” desde esta columna calificamos titulamos “Putin, síndrome de conquistador”. No otro le corresponde, además, por sus reiteradas referencias petulantes a su capacidad ofensiva nuclear.

Vuelve el drama

Otro teatro, esta vez el complejo de salas de concierto Crocus City Hall, cerca de Moscú, y 133 personas asesinadas. Consecuencia del accionar de terroristas sedicentes islámicos. Los cuatro que entraron al lugar disparando a los asistentes fueron detenidos junto a otras siete personas. El propio Putin anuncio en los medios rusos el hecho y lo calificó como “acto terrorista salvaje”. Y, por supuesto, anunció castigo a los responsables.

Los terroristas se identificaron como pertenecientes a una organización derivada de Al Qaeda en 2014. Ninguna célula terrorista sedicente islámica alcanzó la extrema brutalidad de los medios de que se valen los que -en su empeño por imponerse- alcanzaron su primera victoria mundial a poco de nacer: instalar un nombre que la prensa toda mundial acogió como valedero.

Fundaron en el aire un “estado”. Y esa fue su primera victoria. Pretendían (pretenden) crear un califato emulando de algún modo en su extensión al Imperio Otomano, desmembrado tras la primera guerra mundial.

Victoria, la de los terroristas brutales, que se corporiza en que la prensa mundial se hace eco del nombre “estado” con el que pretenden identificarse. Menos por quien escribe estas líneas, quizás por una exhaustiva pretensión crítica. Desde un periodismo libre de condicionantes impuestos por los despiadados fundamentalismos violentos y excluyentes.

Putin y la retaguardia

Iniciado ya el tercer año de “su” guerra con Ucrania, por segunda vez Putin vive un acontecimiento impensado en Moscú. Primero fue el abortado avance de las fuerzas contratadas del grupo Wagner sobre la capital rusa de junio de 2023. Y, ahora, la matanza de civiles en una sala de conciertos en los alrededores de la capital a manos de terroristas de un islamismo extremo, excluyente, sanguinario y feroz.

En el aire flotaban contradictorias interpretaciones sobre las intenciones y el origen de la decisión de provocar semejante tragedia humana. A la tradicional expresión francesa ¡cherchez la femme!, Putin la pretende imaginar “cherchez l’Ukraine”.

No existe a la vista ninguna pista que señale responsabilidades ucranianas. Sí, vale pensar que el objetivo de los terroristas del perverso fundamentalismo pseudoislámico, atacando a rusos cristianos, es una señal de su enfermiza gestión excluyente. Lo hace en Moscú porque la estrategia es golpear donde menos se lo espera. Y donde más trasciende el acto por el protagonismo de Rusia y su reelecto presidente de hace unos días. Y por estar centrada toda su atención en Ucrania y no ya en lo interno, debilitado de custodias y protección. Además, un terrorismo brutal adquiere más notoriedad -que es lo que se busca- golpeando a un grande como Rusia.

Netanyahu sabe

Si, cada vez que se bombardea o se ametralla en Gaza, en el norte, en el sur, o en los campos de refugiados, el primer ministro israelí sabe bien que puede contabilizar las bajas gazaties: de cada 100 muertos, por lo menos 70 son mujeres, niños, ancianos, enfermos u hombres no activistas de Hamas.

Sabe también Netanyahu que se demuelen viviendas y se destruyen infraestructuras. Y sabe, también, que si traba los accesos de convoyes con medicinas y alimentos -como lo viene haciendo- habrá muertes por falta de atención. Y niños que mueren de hambre. Lo sabe bien Netanyahu como que sabe que esta es “su” guerra. Para salvarse de juicios que le esperan cuando deje el cargo y para que aquello de “los dos estados” caiga definitivamente en el pozo de lo imposible.

¿Qué no sabe Netanyahu? Que está llevando a su país a una muy peligrosa meseta rodeada de precipicios en todas sus fronteras, las legítimas y las dibujadas a plomo y sangre. Israel está en riesgo. Actúa con grave riesgo para su país.

¿Y Emmanuel Macron? Francia le queda grande al presidente. Ambicioso de liderar hasta la propia Unión Europea y la OTAN, incursiona temerariamente en un terreno que supone le dará prestigio y gloria. Desde aquí, en varias ediciones de la columna, se lo tildó de irresponsable, con esa pretensión de abogar por el envío de tropas a Ucrania. Sea por la OTAN o hasta por una coalición de entrecasa que pretende armar con otros países de la UE.

Este tipo de “líderes” no paran en mientes respecto de la situación de riesgo nuclear de Europa. Del mundo. Líderes con vocación superlativa de protagonismo a como sea. De extrema peligrosidad. Ojalá los franceses lo adviertan a tiempo. Y que a tiempo renuncie, obligado.

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