Repasos históricos: la fortaleza tucumana de San Martín que pocos conocen

Repasos históricos: la fortaleza tucumana de San Martín que pocos conocen

La construyó en 1814, durante su breve paso por la provincia. Ocupaba cuatro manzanas del actual barrio Sur. En el mismo predio erigieron los “santos” su primer estadio en 1924.

RECONSTRUCCIÓN. El esquema pertenece Dante Rizzoli y estaría basado en el plano que legó Felipe Bertrés. Es una clásica fortaleza europea. RECONSTRUCCIÓN. El esquema pertenece Dante Rizzoli y estaría basado en el plano que legó Felipe Bertrés. Es una clásica fortaleza europea.

Hasta no hace mucho, el barrio Sur era un vecindario de casas bajas, muchas decididas a resistir el paso del tiempo conservando sus galerías, verjas bajas y baldosas acanaladas, siempre al cobijo de los naranjos y el envolvente aroma de los azahares. Justo allí -por ejemplo en la ochava de Bolívar y Jujuy- se erigían los muros de la fortaleza pensada y construida por José de San Martín durante su breve pero intenso paso por Tucumán.

Hay que usar la imaginación para configurar cómo era la fosa que rodeaba aquella fortaleza hace más de 200 años, cuando la zona era apenas un suburbio alejado de la ciudad colonial. Porque no quedan rastros de esa histórica creación sanmartiniana; sólo documentos y el legado narrativo de la época.

Claro que hay hilos conductores. Por caso, el calor que con certeza fustigaba Tucumán el 29 de enero de 1814, cuando el futuro Libertador de América llegó a la ciudad para asumir la conducción del Ejército Auxiliar del Perú, conocido hoy como Ejército del Norte. Se trataba de una milicia diezmada y desmoralizada tras las derrotas sufridas en las batallas de Vilcapugio y Ayohuma. San Martín tenía la misión de reemplazar en el cargo nada menos que a Manuel Belgrano.

Pasar a la acción

San Martín debía instruir y profesionalizar al abatido ejército, el mismo que años antes, con decisión y coraje, había salvado la causa de la Revolución al mando de Belgrano. Y para eso instrumentó un plan, iniciado con la construcción de la fortaleza de La Ciudadela. Esta se extendía a lo largo de cuatro manzanas, delimitadas hoy por las calles Jujuy (al este), Alberdi (al oeste), Bolívar (al norte) y avenida Roca (al sur). La entrada principal se ubicaba en la esquina que en la actualidad forman La Rioja y Bolívar.

La Ciudadela era un fuerte atrincherado, con forma de estrella de cinco puntas. Estaba rodeada por una fosa de dos metros de profundidad. La diseñaron San Martín y el ingeniero francés Enrique Paillardelle. Ambos se habían educado y formado militarmente en Europa, de donde importaron las técnicas.

PLANIFICANDO LA FORTALEZA. El dibujo de Ricardo Saravia se publicó en LA GACETA el 2 de marzo de 1938. PLANIFICANDO LA FORTALEZA. El dibujo de Ricardo Saravia se publicó en LA GACETA el 2 de marzo de 1938.

No obstante, las cosas no funcionaban en armonía, al punto que poco después San Martín expulsó de la fuerza a Paillardelle. ¿El motivo? “Por no saber hacer el más pequeño sacrificio de rango... poniendo sus intereses por delante de la Patria”. Fue otro francés, Felipe Bertrés, quien asumió la responsabilidad de terminar de construir La Ciudadela. Con los años, Bertrés fue designado primer Agrimensor General de la Provincia y dibujó el primer plano de la capital con el título “Ejidos de la Ciudad de San Miguel de Tucumán”. Gracias a esto se conoce la ubicación exacta de La Ciudadela.

En detalle

Los planos indican que el cuartel para reclutas y la cárcel para desertores se encontraban hacia el sureste de la fortaleza. San Martín era consciente de que un ejército competente necesitaba disciplina. Era su obsesión y fue inflexible. Por ejemplo, dispuso que Belgrano fuera jefe del Regimiento N°1, hasta que de Buenos Aires lo llamaron para que explicara las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma.

Además, el Libertador nombró como su oficial de campo al joven tucumano Gregorio Aráoz de La Madrid, quien cuenta en sus memorias que todos los jefes debían asistir por las noches a la casa de San Martín. En una de esas ocasiones, al comenzar a hablar Belgrano, el comandante de Cazadores, Manuel Dorrego, comenzó a reírse y a burlase de él. “San Martín tomó un candelabro golpeándolo fuertemente contra la mesa y en alta voz dijo: Señor Comandante, hemos venido aquí a uniformar las voces de mando, y no a reír. Al día siguiente, Dorrego fue destinado a Santiago del Estero”, escribe La Madrid. Vicisitudes del destino: un pasaje lleva el nombre del insolente comandante, rodeando en un extremo la plaza Belgrano.

San Martín tenía entonces buenas relaciones con el poder central y las usó para conseguir fondos destinados a vestimenta, alimentación y pago de salarios de los reclutas. Pese a la resistencia de algunos de sus oficiales, decidió intervenir en cuestiones de importancia social. Aumentó sustancialmente las plazas en el Regimiento de Infantería N°7, compuesto por libertos, negros y mulatos, haciéndolos sentir protagonistas del proceso revolucionario.

En tanto, ordenó construir una academia para que se dictaran cursos de aritmética y de geometría. Es factible que esa dependencia funcionara en los terrenos que ocupa hoy la escuela Nicolás Avellaneda. Hay allí otro hilo conductor, el de la educación.

Protagonistas

Martín Miguel de Güemes sostenía la guerra de guerrillas en Salta y Jujuy, pero si era vencido San Martín debía detener al enemigo en Tucumán, tal como había hecho Belgrano en 1812. El General se sabía observado, por lo que ordenaba a un grupo de soldados abandonar por la noche La Ciudadela y volver, a plena luz del día y por la puerta principal, con nuevos reclutas. Así, los espías realistas informaban erróneamente sobre la cantidad de hombres que componían el ejército.

LA PIRÁMIDE EN 1872. No existía la plaza Belgrano (foto de A. Paganelli). LA PIRÁMIDE EN 1872. No existía la plaza Belgrano (foto de A. Paganelli).

El entorno estricto y belicoso de tropas marchando por barrio Sur puede ser fácilmente vislumbrado en un juego imaginario. La esquina en la que hoy convergen Rondeau y La Rioja era el centro de la fortaleza, donde resuena el eco espectral de las palabras del General al dirigirse a los más de 3.000 hombres que los muros contenían.

“Valientes tucumanos: los lances de la guerra han traído de nuevo a vuestro seno los soldados de la Patria, con quienes os inmortalizásteis el año anterior. Tucumán es el teatro de los héroes. Yo los felicito ya por los triunfos memorables que nos esperan. El enemigo humillado en vuestro recinto recuerda con horror el nombre tucumano... Haced conocer al mundo que en vuestros hogares está fijado el dique que debe contener su irrupción. Constancia, unión, tucumanos, y apareceremos invencibles. Yo vengo a trabajar entre vosotros. Fijad en mis deseos y en los esfuerzos que os prometo las esperanzas que os da un compañero. Unido al ejército de mi mando con vosotros ¿tendrá la Patria a quién temer? (A. Pérez Amuchástegui, San Martín y el Alto Perú)

Todo cambia

El General enfermó gravemente el 25 de abril. “Tuvimos la desgracia de que se enfermara de vómito de sangre, le fue preciso mudar de clima y pasar a la provincia de Mendoza. El día de su partida me regaló una hermosa espada de su uso, con guarnición y vaina de acero”, apunta La Madrid en sus memorias. San Martín se trasladó a una hacienda en La Ramada, donde a los pocos días restableció su salud y se marchó a Cuyo. El mando del Ejército del Norte fue cambiando, hasta que Belgrano volvió a hacerse cargo en 1816. Pero el panorama político había comenzado a cambiar a nivel nacional y provincial. Las estrategias de la Revolución también. Las fuerzas se mantuvieron acantonadas en La Ciudadela, y tras los éxitos del Ejército de los Andes, se abandonaron los planes de llegar a Lima -centro del poder realista- desde el norte.

En 1819, desde Buenos Aires el Directorio convocó a los Ejércitos del Norte y de Los Andes para reforzar su causa en los conflictos internos. San Martin no obedeció porque no quería participar en una guerra fratricida. Belgrano cumplió con la orden y movilizó la fuerza que quedaba en Tucumán. Así, el Ejército del Norte dejó finalmente la provincia.

Al llegar a Córdoba, Belgrano decidió regresar a Tucumán e instalarse en su casa, a pocos metros de La Ciudadela. Finalmente el Ejército del Norte se fue disolviendo lentamente luego de sublevarse en Arequito el 8 de enero de 1820 “para no tomar parte en la guerra civil y volver al teatro de la guerra contra el español”.

El derrumbe

A la fortaleza de La Ciudadela la fue ganando el abandono y con los años se convirtió en ruinas, hasta casi no dejar rastros físicos de su existencia. Un joven Juan Bautista Alberdi, quien de niño y gracias a la amistad de su padre con Belgrano solía jugar en esos campos, escribía al volver a su Tucumán natal en 1834:

PRIMER ESTADIO DE SAN MARTÍN (1924-1930). Allí estaba la fortaleza. PRIMER ESTADIO DE SAN MARTÍN (1924-1930). Allí estaba la fortaleza.

“Ya el pasto ha cubierto el lugar donde fue la casa del General Belgrano. Si no fuera por ciertas eminencias que forman los cimientos de las paredes derribadas, no se sabría el lugar preciso donde existió. Inmediato a este sitio está el llamado campo de honor, porque en él se obtuvo en 1812 la victoria que cimentó la independencia de la República. Este campo, una de las preciosidades que encierra Tucumán (…), debe ser conservado como monumento de gloria nacional. Conmueve al que lo pisa aunque no sea argentino. Más de setenta veces se ha oscurecido con el humo de la pólvora (…). Es indudable que en este sitio se agranda el alma y predispone a lo elevado y sublime. A dos cuadras de la antigua casa del General Belgrano está la Ciudadela. Hoy no se oyen músicas ni se ven soldados. Los cuarteles derribados, son rodeados de una eterna y triste soledad”.

El único testigo mudo de aquellos años, y el monumento más antiguo de Tucumán, es la pirámide que se encuentra en la plaza Belgrano. Todavía no se sabe si el creador de la bandera ordenó levantarla tras el triunfo de San Martín en Chacabuco o en Maipú. “ (…) Más bien parece un monumento a la soledad y la muerte. Yo la vi en un tiempo circundada de rosas y alegría; hoy es devorada por una triste soledad”, escribe Alberdi.

En su Memoria Descriptiva, Alberdi también relata que un viejo soldado del General Belgrano no había abandonado las viejas ruinas de La Ciudadela y vivía con su familia en un rancho, en medio de los recuerdos de sus antiguas glorias.

Vuelta de tuerca

Los giros de la historia: ya avanzado el siglo XX, la vieja fortaleza y el barrio Sur volvieron a unirse con el legado sanmartiniano. Hasta no hace mucho los chicos jugaban al fútbol en las calles, por ejemplo en la “canchita” del pasaje Grimau y Gálvez, casi en la esquina de Bolívar. En ese espacio se erigía el primer estadio del Club Atlético San Martín.

“El 6 julio de 1924 el club inauguró su estadio propio, disputando un partido amistoso contra River Plate. Ese estadio funcionó hasta julio de 1930, cuando en asamblea general los dirigentes y socios deciden vender el terreno por las deudas financieras y por los impuestos municipales, que al crecer urbanísticamente la ciudad en esa zona eran cada vez más diversos y onerosos. Con la venta se saldaron deudas y se loteó esa manzana, creándose el pasaje Cayetano Grimau y Gálvez. Los socios querían que el nuevo campo de juego continuara en la zona sur de la ciudad para respetar sus orígenes y es por eso que se compró el terreno del actual estadio en Pellegrini y Bolívar. Para esos años el barrio ya se denominaba Ciudadela”. Esto cuenta Martin Berta, investigador de la historia de la institución.

El fin

San Martín no regresó a la fortaleza que había creado. Su rechazo a intervenir en la guerra contra los caudillos del interior le resultó muy costoso. Fue perseguido por el gobierno de Rivadavia y se vio obligado a exiliarse. A los pocos años volvió para afincarse en Mendoza, pero enterado de la anarquía en la que estaba sumido el país decidió no desembarcar y regresó a Europa.

Mientras esperaba la muerte, mitigaba su pesar mezclando agua con láudano. Por momentos lo asediaban imágenes remotas e inconexas de sus incontables campañas por el continente, entre ellas, la que comentó al escritor Félix Frías: “recordaba con entusiasmo la prodigiosa naturaleza tucumana”.

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