

“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos se parecerá a 10 doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas...”
Nos acercamos al final del Año Litúrgico y la liturgia enfoca nuestra mirada sobre la venida definitiva del Señor al final de los tiempos. Dirigir nuestra vista al horizonte del camino no significa quedarnos contemplando este acontecimiento como si de un cuadro apocalíptico se tratase; significa mirar y vivir nuestro presente a la luz de dicho acontecimiento.
Quien vive con un poco de sensatez, de sentido común, se interesa por acertar en la vida, en la valoración de los sucesos, en la visión de la realidad, en el desenlace final... Esto es lo que suele decirse tener una filosofía de la vida. El Evangelio nos da una teología de la vida. La diferencia estriba en que, en el primer caso, el sujeto pensante es el hombre, y en el segundo, Dios para el hombre.
Esta parábola es una llamada a enfocar nuestra vida como una preparación para el encuentro definitivo con Jesucristo, que no sabemos cuándo se producirá y que, por tanto, debemos aguardar con vigilante conciencia. “Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora”. Estas 10 jóvenes representan a la humanidad que se compone de quienes viven pendientes de Dios y de sus indicaciones, y de quienes, lamentablemente, viven con la lámpara del aceite -la fe y el amor- apagada. La parábola se centra en la llegada del Señor: el momento de la muerte. Quienes están preparadas a la llegada del esposo entran en el banquete eterno, una fiesta preparada por el mismo Dios.
Esta celebración podría ser un buen momento para detenernos a considerar qué sentido estamos imprimiendo a nuestros días, al trato con quienes nos rodean, al trabajo, al descanso, a fin de rectificar lo que en nuestra vida no está iluminado por la luz de las enseñanzas de Jesucristo. “Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor”.
“Velad”, dice Jesús. No es una tarea negativa que sitúe la lucha interior en la frontera del pecado, es un saber orientar todo hacia el Señor con el deseo de agradarle. “Vela con el corazón, dice S. Agustín, vela con la fe, con la caridad, con las obras... Adereza las lámparas procurando que no se apaguen; cébalas con el aceite de una conciencia recta... para que Él te introduzca en el festín, donde ya nunca se extinguirá tu lámpara” (Serm 94).







