La misa de hoy: el pecado de la hipocresía

05 Noviembre 2023

Las lecturas de hoy son una enérgica llamada a que no exista en nosotros un divorcio entre la fe y la vida, el decir y el hacer. En una palabra: a la sinceridad. Jesús sufrió a lo largo de su vida pública el acoso constante de Tartufo y sus secuaces: la hipocresía, el hablar sibilino, la máscara de ejemplaridad que oculta un interior de abusos y turbios manejos. Un día se enfrentó con este moscardón pegajoso que intentaba desacreditarlo ante el pueblo y estorbaba su actuar noble y limpio con una larga diatriba que recoge el Evangelio.

En ese discurso acusa a sus enemigos de falsos porque “no hacen lo que dicen”. Les llama tiranos que gravan las conciencias con cargas pesadas e insoportables “pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar”. Les acusa de vanidosos e histriones porque “todo lo que hacen es para que los vea la gente”. Ese discurso, largo y terrible, se cierra con estas palabras: “Serpientes, raza de víboras, ¿cómo podréis escapar a la condena del infierno?” Parece como si para el Señor sólo hubiera un pecado imperdonable: la hipocresía y la mentira como modus vivendi. Tanto, que fariseo a venido a ser sinónimo de hipócrita.

Pero hay un peligro en la sinceridad y es entenderla mal, confundirla con un vivir al dictado de los instintos, del capricho, del estado de ánimo, creyendo que sujetarse a la Ley de Dios va contra la espontaneidad del amor. El discurso que meditamos se abre con unas palabras que disipan este error. “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos: haced y cumplid lo que os digan”. Si Jesús no hubiese reconocido la legitimidad de los doctores de Israel y su enseñanza, nunca lo habría dicho. Como se ve, la sinceridad y la espontaneidad no están reñidas con la obediencia a la Ley de Dios.

Hemos de ponernos en guardia contra esa seudo-sinceridad que en nombre de la liberación de complejos y tabúes considera represiva toda norma. “Enfrentémonos con la realidad: el que no tiene ninguna moral y liquida como tabúes todos los principios éticos, hablando con desparpajo y descoco de todas sus fechorías no es un hombre sincero, sino simplemente un primitivo. El que le dice a un amigo que ha perdido a su padre que no lo siente, porque era un pobre hombre antipático, no es sincero, sino un salvaje y un mal amigo; y el católico que declara no ir a Misa los domingos porque no lo siente es un sentimental egocéntrico” (J. B. Torelló, Psicología abierta).

Sinceridad es andar en verdad, moverse en su órbita, que es Dios. Un Dios que nos quiere humildes, esto es: realistas, conocedores de nuestra personal debilidad y que, no se extrañan de ella ni la ocultan con hipocresía sino que la confiesan con sencillez. Quien se conduce así, con veracidad, “será enaltecido”, dice Jesús (pensamientos de Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva).

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