La realidad ya no está en veda

“Quienes vieron los ojos de la Gorgona no regresaron. O regresaron sin palabras”, le dice el escritor Primo Levi al historiador Eric Hobsbawn, cuando hace un balance de la centuria pasada, publicada en el inicio de “Historia del Siglo XX”. El miércoles, cuando Morena Domínguez, de 11 años, fue asaltada camino a su escuela, en Lanús, y murió por los golpes que le dieron dos delincuentes que le robaron el teléfono para cambiarlo por “paco”, la “Medusa” del narcotráfico mostró el más horrendo de sus rostros. Y la política ya no retornó a la campaña. O retornó sin palabras.

Es llamativa, sin embargo, la interpretación anómala que la dirigencia política argentina ensayó respecto de la nefasta noticia bonaerense que enlutó a toda la Argentina. La reacción general fue comunicar la resolución de suspender los actos de cierre. Pero en ningún caso se trató de una decisión de los precandidatos: fue una determinación de la realidad. La realidad clausuró todo proselitismo. Porque todo el proselitismo al que se asistió tuvo poco y nada que ver con la realidad.

La muerte de esa niña es el límite de todo discurso. Ese oprobio representa la derrota de la palabra pública porque encarna el fracaso de las políticas sociales, económicas, judiciales y de seguridad. Es el triunfo del narcotráfico, de la marginalidad y de la miseria. Es la abolición del progreso.

Por caso, y para no mencionar postulantes dada la inminencia de los comicios, las autoridades de la Nación y de la Provincia de Buenos Aires han enmudecido frente al asesinato de Morena. O han usado las palabras equivocadas. El Presidente de la Nación, Alberto Fernández, nada ha dicho. La Vicepresidenta, Cristina Kirchner, más nada todavía. “No tengo por qué meterme en este tema”, ha declarado el ministro de Seguridad de la Nación, Aníbal Fernández, aduciendo una cuestión de “jurisdicciones”. Igual que con la violencia mapuche en la Patagonia. O, en Rosario, con la violencia narco. Su par bonaerense, Sergio Berni, ha sostenido que “es la crónica de una muerte anunciada”. Y agregó: “Esto se resuelve fácil, pero tiene que haber voluntad de todos los factores”.

La muerte de una niña víctima de la inseguridad que provoca el narcotráfico, en definitiva, todo lo expone. Los que gobiernan, cuando no callan se equivocan. Cuando no están deslindando responsabilidades actúan como comentaristas de lo que ocurre. Nadie se hace cargo.

La dirigencia política había cubierto lo real con el velo de su ficción: los juegos de poder para disputar gobiernos en los que, en rigor, nadie está gobernando.

Ahora, justo cuando la veda electoral comienza, acaba de terminar la veda en que la política había sumido a la realidad.

Peronismo vs. peronismo

En Tucumán, la realidad dejó de estar en veda también durante el miércoles. Fue, afortunadamente, por motivos mucho menos gravosos que los acontecidos en la provincia de Buenos Aires. Pero la contundencia de los hechos terminaron por bajar las persianas proselitistas por una situación incontrastable: la protesta de los educadores provinciales fue infinitamente más masiva que cualquier acto de cierre de campaña que cualquier fuerza política intentase organizar.

El hecho es inédito. Porque si pudiera bocetarse un identikit del perfil del peronismo, se podría dibujar, en términos históricos, la silueta de un trabajador asalariado, urbano y sindicalizado. Con lo cual, al Gobierno peronista de Tucumán, tributario del gobierno peronista nacional, acaba de estallarle un conflicto sindical por cuestiones salariales, en vísperas de elecciones federales, con estatales entre los que hay peronistas de a millares. Difícil conseguir más desaciertos.

Lo multitudinario de la manifestación, además, confirma que no se trata de un problema entre la conducción del mayoritario gremio de ATEP y autoridades del Ejecutivo provincial. El problema es con “las bases”: es con los maestros. Ellos están diciendo que no les alcanza para vivir.

Por cierto, a los estatales tucumanos, así como a sus gremios, les asiste cuanto menos el principio de reciprocidad para pedir una recomposición salarial acorde con la realidad. El Gobierno tucumano, tan identificado con el Gobierno nacional, encaró las paritarias a comienzos de este año con el libreto de la Casa Rosada. Decía allí que, durante este 2023, la inflación iba a caer. El Ministerio de Economía de la Nación “aspiraba” a que el índice de abril “comenzara con un 3”. Entonces se buscó ponerles un techo a las paritarias estatales. El número no declarado, pero machacado, era el 60%. Consecuentemente, los gremios de los empleados públicos tucumanos cerraron en marzo un aumento salarial del 33,5% por los primeros siete meses del año: el acuerdo era hasta julio inclusive.

Los pronósticos inflacionarios oficiales, sin embargo, estaban largamente equivocados. La inflación de abril comenzó con un 8. Según el Indec, la inflación acumulada de enero a junio es del 50,7%. Resta agregar la de julio, que se conocerá la semana pasada.

El costo de vida -diría Perón- va por ascensor, mientras los salarios van por escalera. El contraste no sólo es costoso para los trabajadores del Estado: es oneroso para la conducción de sus gremios. El miércoles pasado celebró sus elecciones la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE). Y en Tucumán perdió el oficialismo: el opositor Jorge Flores duplicó en votos a la de Marcelo Sánchez.

Ya es agosto: el mes está fuera del “paraguas” de las paritarias. Con semejante contexto, el Gobierno provincial no podía el Gobierno provincial esperar otra cosa que un conflicto. Ahora bien, que estallase en la semana previa a las PASO es un capítulo aparte.

Suena inverosímil, pero lo cierto es que el propio frente de gremios docente que hoy protesta le ofreció al Ejecutivo provincial reanudar las paritarias durante el receso de julio, para que el retorno a las escuelas se produjese ya con el acuerdo salarial firmado. Es decir, los sindicatos propiciaban que las tratativas se reabrieran en condiciones inmejorables para el Estado: negociar salarios con las escuelas cerradas ponía en una desventaja inequiparable a los sindicatos docentes. ¿Con qué iban a amenazar en la negociación: con un paro durante las vacaciones de invierno?

Hay algo aún más increíble: el oficialismo tucumano rehuyó esa posibilidad. Dispuso, unilateralmente, el pago de un bono de $ 20.000 para los empleados públicos para agosto por toda compensación salarial. Para completar el desmadre, ese adicional sólo es pleno para los docentes con un escalafón de 181 puntos. Para los que tienen un puntaje inferior, el pago es proporcional.

Contradicciones

Hay una madeja dentro del ovillo de la protesta docente del miércoles. El frente de gremios docentes ya había concretado un paro el viernes. El lunes se reanudaron las conversaciones y, ante la falta de un acuerdo, se convocó a otro paro, esta vez de 48 horas, a partir del miércoles. Ante este cuadro, la Casa de Gobierno dictó el martes al mediodía la conciliación obligatoria. Pero ATEP había cerrado temprano la sede y no se dieron por notificados. El miércoles hubo huelga y movilización.

Semejante desautorización tiene una metáfora conocida en los pasillos del poder: hacia el final del mandato, en los despachos de Casa de Gobierno piden café y lo sirven frío.

Esto es parte de la lógica del poder: los anglosajones acuñaron hace años el fenómeno del “pato rengo”. El Gobierno que está de salida pierde el paso firme. El problema, en el caso tucumano, es que todavía faltan más de dos meses y medio para el cambio de autoridades. Esta es una de las consecuencias de haber anticipado las elecciones provinciales, sólo intereses de coyuntura y sin que importase la salud de las instituciones. Lo trágico es que cuando el elenco estable de la burocracia tucumana concretó la última reforma constitucional, en 2006, resolvió este problema. Redujo la transición entre el gobierno saliente y el entrante a 60 días. Antes era el doble y ese lapso era un desgastante limbo entre los que no terminaban de irse y los que no acababan por llegar. Pero resultó que ese acierto constitucional fue fulminado en Tribunales. Aquí, en términos institucionales, todo el bien que se hace, se hace mal. Y todo el mal que se concreta, se concreta bien. Tal vez Armand-Jean du Plessis, en verdad, ha sido enterrado en algún lugar de estas subtropicalidades…

La reacción oficial frente a la afrenta sindical ha sido destemplada. Y despechada. La amenaza de sanciones y de descuentos salariales contra los docentes termina configurando una señal confusa. Por caso, cada vez que UTA Tucumán plantea un paro de colectivos, porque las empresas privadas no pagan sueldos en nombre de que la Nación demora los subsidios, el Gobierno provincial aporta los recursos para evitar la protesta. Es decir, los tucumanos pagan con su dinero el boleto; pagan con los impuestos nacionales los subsidios al sector; y también pagan con los impuestos provinciales los aportes que cubren la mora federal. Todo ello para que una actividad particular no se detenga. A los choferes, por cierto, no les descuentan los días de paro cuando hacen huelga.

Pero con los educadores provinciales, que son empleados del Estado, la vara es otra: si no aceptan la oferta del Estado, se cancela la negociación, se pasa a la conciliación obligatoria, y se amenaza con sanciones y descuentos. Nadie duda que el transporte público es esencial. Pero los hechos terminan dando a entender que, en Tucumán, resulta más importante que la educación. Eso lleva el debate a un terreno pantanoso para el Gobierno. Para el peronismo. Y para el conflicto.

Por cierto, esta aparente contradicción deriva de otra, mucho más severa. Todos los tucumanos presenciaron el dantesco aluvión de recursos gastado durante las elecciones provinciales del 11 de junio. Tanto para la campaña proselitista como para el día de los comicios. ¿Por qué había tan descomunal montaña de dinero para que el funcionariado invirtiera en su propia continuidad, pero no la hay para que los docentes cobren un sueldo básico en blanco que, aunque más no fuere, supere el valor de la “canasta alimentaria”, que marca la línea de indigencia en la Argentina?

La realidad ya no está en veda. Y exhibe su rostro impiadosamente. De los ojos de esa Gorgona tampoco hay regreso. Cuanto menos, no hay un regreso con palabras.

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