13 Julio 2006 Seguir en 


BUENOS AIRES.- Si donde cabe lo más, cabe lo menos, hasta parece razonable que haya sido dejado sin efecto el límite reglamentario de los discursos para fundamentar, en el Senado, el proyecto oficial sobre superpoderes permanentes para el jefe del Gabinete. Con eso se evita -pensó el vicepresidente y titular de la Cámara, Daniel Scioli- que vuelvan a reprochar a la senadora Cristina Fernández por extenderse de los 40 minutos máximos a las dos horas y media que necesitó para defender los decretos ley presidenciales (DNU) hace una semana. Sólo por única vez, se aclaró, como reconociendo que es posible someter la horma al zapato y no al revés, aunque con el tiempo se termine dañando el pie. Usualmente, el remedio para el reloj reglamentario suele ser la concesión extra de breves minutos, con autorización de la mayoría, pero eso es ya demasiado formalista en una realidad donde, cuando se hace necesario, manda la emergencia. Días atrás, el alcalde bonaerense, Gustavo Posse, radical y kirchnerista, llegó a sostener después de una reunión en el despacho presidencial que una emergencia como la que atraviesa el Presidente lo autoriza a posponer requerimientos constitucionales. Esa tesitura no ha provocado hasta el momento reacción alguna de cuestionamiento formal; lo mismo que los senadores no beneficiados por aquella decisión la aceptaron resignadamente, como un estilo vigente de condicionar lo normativo.