Cielos e infiernos
CONTRACARA. Diego Maradona y Edgardo Andrada, con distinto destino. CONTRACARA. Diego Maradona y Edgardo Andrada, con distinto destino.

Una de las principales contracaras en la historia de nuestro fútbol cumplió cuarenta años. Y el aniversario se produce cuando uno de sus protagonistas centrales, Diego Maradona, inicia su enésima vida. El aniversario del que hablamos es el cuadragésimo cumpleaños de la conquista del Mundial Sub 20 de Japón 1979. La brillante selección dirigida por César Menotti y comandada por Diego y el “Pelado” Díaz que el 7 de sePtiembre de 1979 venció 3-1 a la Unión Soviética y ganó el Mundial juvenil. Un año antes, la selección mayor había ganado el Mundial de la FIFA de 1978. El fútbol argentino estaba en la cumbre. Campeón mundial en mayores y juveniles. Y, si en 1978 se celebraban goles en el Monumental a sólo setecientos metros de la Esma, centro de tortura y detención, aquel 7 de septiembre de 1979 el contraste no fue menor.

La dictadura dictó asueto escolar para celebrar la conquista de Japón y envió estudiantes a la Plaza de Mayo para que vivaran al dictador Jorge Videla, que salió a saludarlos al balcón de la Casa Rosada. A sólo metros de allí, cientos y cientos de personas denunciaban la desaparición de sus familiares ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA. Y los secuestrados de la Esma eran trasladados de modo clandestino a una isla en el Tigre para que la Comisión no los viera. Porque “los argentinos -decía el eslogan de esas horas- somos derechos y humanos”. Suele decirse siempre que sólo los gobiernos llamados “populistas” usan al deporte. Y que los no populistas, dictaduras incluídas, aborrecen en cambio de esas prácticas. La historia demuestra sin embargo que eso es mentira.

Mucha agua, por supuesto, corrió debajo del puente desde aquella mezcla de fiesta y horror de 1979. Bien lo sabe Maradona. Diego vivió de todo. Hasta fue dado por muerto. Pero allí está hoy el fútbol argentino celebrando su vuelta, aunque Diego haya asumido un desafío más que complejo como nuevo DT de un Gimnasia y Esgrima La Plata complicadísimo con el descenso. Maradona, nuestro “dios sucio”, el más humano de nuestros dioses, como alguna vez lo definió el escritor uruguayo Eduardo Galeano, sabe como pocos de cielos y de infiernos. Paradójico, su nueva vuelta se produce no sólo cuando se cumplen los cuarenta años de Japón 79. Se produce también cuando se informa la muerte a los 80 años de edad de uno de los mejores arqueros que ha tenido el fútbol argentino, Edgardo Norberto Andrada, él también protagonista de una historia que nos traslada a los oscuros años ’70.

“El Gato” Andrada, como se lo conoció históricamente, es también una gran contradicción en sí mismo. Tanto que, más que sus grandes atajadas, la memoria, incómoda, nos recuerda que Andrada fue un espía de la dictadura en Rosario. Aunque resulte difícil de aceptar, el 1 de marzo de 1982, apenas tres días antes de atajar para el equipo de Renato Cesarini que goleaba 5-1 a Racing Club por el Campeonato Nacional de Primera división, Andrada, que tenía 43 años, juraba “lealtad y fidelidad a la patria y guardar el secreto más absoluto en el desempeño de sus funciones”. El legajo dice que “trabaja con dedicación exclusiva”. Reflotado en estos días por el periodista Nicolás Lovaisa, el que mejor investigó el caso, ese legajo dice claramente que el pasado de Andrada como gran arquero de Central “concita adhesiones y confianza especialmente en los barrios de trabajadores, lo cual facilita su penetración al objetivo impuesto”. El objetivo de espiar mejor.

Andrada ya iba armado al vestuario cuando jugaba en Colón, una vez sacó la pistola a los barras, “chapeaba” con su poder y, en otra ocasión, advirtió a una persona que la iba a “borrar”, según cuentan testimonios recogidos por Lovaisa. Para perfeccionarse como “espía”, Andrada aprendió a manejar explosivos, rindió materias como “Subversión y Contrasubversión” y terminó 17 entre 40 entre sus compañeros de estudio, con el nuevo nombre de “Eduardo Néstor Antelo”, categoría C3 a cargo de “tareas operativas subrepticias de inteligencia y contrainteligencia”, agente de calle que se infiltraba en organizaciones sociales y políticas, según permitió ver la desclasificación de archivos del Batallón 601. Lovaisa cita los análisis de sus superiores, la mayoría de ellos condenados. Todos lo elogian.

Andrada sufrió escrache de agrupaciones de derechos humanos. Debió dejar su trabajo como coordinador en Central. Gendarmería encontró en su casa pistolas, fusiles y carabinas, todo en regla. Y la justicia terminó absolviéndolo de alguno de los delitos más graves de los que era acusado, como participar en el asesinato en 1983 de los militantes montoneros Osvaldo Cambiasso y Eduardo Pereyra Rossi. A la hora de la muerte, ni siquiera le queda ya haber sido el arquero que sufrió el famoso gol número mil de Pelé. Fue el 19 de noviembre de 1969 ante 65 mil personas en el Maracaná y Andrada atajaba para Vasco da Gama. El “Gato” acertó de lado, pero Pelé le marcó el penal y se desató la fiesta del número mil. Ya ni eso. El diario Folha afirmó esta semana una revisión de la cuenta. Un gol omitido en un Sudamericano Militar (4-1 a Paraguay en 1959) establece entonces que Pelé había anotado su gol número mil cinco días antes en un amistoso contra Botafogo de Paraíba. También de penal. Pero al arquero Lula. No al “Gato” Andrada. La historia que lo persiguió hasta el final.

Comentarios