Azarosa historia del colegio escolapio

Azarosa historia del colegio escolapio

Sacerdotes de las Escuelas Pías llegaron a Tucumán en 1875, con un director de turbulenta trayectoria posterior.

-PADRE FERMÍN MOLINA. Alejados los escolapios de Tucumán, pasó al clero secular y fue admirado profesor del Colegio Nacional. -PADRE FERMÍN MOLINA. Alejados los escolapios de Tucumán, pasó al clero secular y fue admirado profesor del Colegio Nacional.
Una casa educativa de importancia que funcionó en Tucumán en las últimas décadas del siglo XIX, fue el Colegio “San José de Calasanz”. Pertenecía a los sacerdotes de las Escuelas Pías, más conocidos como “Padres Escolapios”. La falta de una investigación profunda sobre la historia educativa de la provincia, hace que no se cuente con muchos datos sobre esa experiencia.

En Tucumán

El santo de Calasanz fundó la orden en 1597. Dedicados a la educación, pronto los escolapios se expandirían por el mundo. En 1870 dos de ellos llegaron a Buenos Aires, en forma un tanto irregular, ya que no contaban con todos los permisos para fundar colegios. Instalaron uno en la ciudad y otro en el pueblo bonaerense de San Martín: ambas casas fracasaron y serían rematadas por deudas. Corría 1875 cuando llegaron a Tucumán.

En el diario local “La Razón”, del 29 de enero de ese año, aparecía un aviso que anunciaba la próxima apertura del Colegio de los Escolapios. Lo dirigirían el padre Bartolomé Gabarró y el doctor Conrado Gabarró, ambos españoles y bachilleres en Filosofía y Letras. Funcionaría, se informaba, en una casa de la calle Entre Ríos (Crisóstomo Álvarez actual) entre las hoy 9 de Julio y Congreso.

El padre Gabarró

El padre Gabarró, cuyo apellido completo era Gabarró y Borrás, tenía 30 años en esa época. Lo evocaría José R. Fierro en las “Reminiscencias” que publicó en la revista “La Cumbre” muchos años después, en setiembre de 1926.

Cuenta que era “un distinguido educador escolapio y de altivo carácter”, con “fama de malo por el rigor de la disciplina y por las penitencias que imponía”. Sus alumnos se destacaban en las exposiciones con trabajos de caligrafía: eran tan buenos que, en rueda de amigos, Fierro comentó un día que acaso eran obra de Gabarró y no de los alumnos. De pronto, apareció el aludido. “Me miró fijamente y me dio un grito imperativo que me obligó a escapar, y nunca más volví, ni de cerca”, recordaba Fierro.

Feroz anticlerical

Un estallido repentino convulsionó el alma del presbítero Gabarró hacia 1880. De pronto, abandonó Tucumán y regresó a su Barcelona natal. Allí no solamente dejó los hábitos, se casó y tuvo un hijo. Se afilió también a una logia masónica y se transformó en un tremendo y militante anticlerical, con ribetes anarquistas. Proclamaba sus encendidas ideas en dos periódicos que fundó, “La Tronada Anticlerical” y “El Primero de Mayo”.

Defendía con ferocidad el libre pensamiento y presidió la ”Unión Española de la Liga Anticlerical de Librepensadores”. Numerosas escuelas laicas de Cataluña nacieron por su impulso. Escribió libros de pedagogía, varios textos escolares y libelos como “La Milicia Negra” o “Las ciencias laicas, o la piqueta y el compás”. En la bibliografía anticlerical española, hay decenas de títulos de Gabarró, quien actuó un tiempo con Francisco Ferrer y Guardia, célebre adalid de esas ideas.

Mientras tanto, el Colegio de los Escolapios de Tucumán seguía funcionando, aunque no dejaron de afectar su prestigio la conducta y actividades de Gabarró en España, sobre las cuales informaban puntualmente diarios y revistas.

Las dificultades

A fines de 1888, el plantel se reforzaba con nuevos escolapios llegados de España: los padres Pedro José Díaz, quien iba a dirigir el colegio tucumano; Francisco Sánchez Taboada y Manuel Sánchez, este último “poeta y naturalista”. Así lo informaba “El Orden” del 4 de diciembre.

Según una carta firmada con seudónimo en ese diario, el 28 de noviembre, el establecimiento tropezaba con muchas dificultades para erigir su edificio, a pesar de la ayuda que le arrimaban algunos empresarios, en especial los industriales azucareros Juan Manuel y Juan Crisóstomo Méndez. La nota decía que el local “no tiene de colegio más que el nombre”.

Estaba en obra, y “en el último lienzo que hay construido, no solo es imposible recibir alumnos internos, necesarios en el país por la escasez de centros de educación, sino que tampoco podrán educarse los niños externos, por haber tenido que ocupar (los padres) parte del local destinado a clases”. Las obras no finalizaban “por la apatía de la población” y por la inercia del Gobierno.

Adiós a Tucumán

La construcción referida en este reclamo, se estaba levantando en la ochava noreste de la esquina Salta y 24 de Setiembre. Al cuerpo docente se había agregado, desde 1884, el padre Fermín Molina, ex director de aquel fallido colegio escolapio de San Martín, en la provincia de Buenos Aires.

En 1889, los Escolapios resolvieron dar por cancelada la experiencia de Tucumán. Cerraron el colegio y regresaron a España. El terreno de la calle 24 de Setiembre era propiedad del Obispado que, al alejarse los padres, facilitó el local escolapio a medio construir para cuartel del Cuerpo de Bomberos. En 1901, el Gobierno de la Provincia lo compró: pagó parte en dinero y parte entregando al Obispado un amplio predio sobre la avenida Sarmiento. Luego, dispuso edificar allí el local de la Escuela Rivadavia, que existe hasta hoy y que se inauguró al comenzar la década de 1910.

El padre Molina

Pero el padre Fermín Molina decidió quedarse en Tucumán, donde residían familiares suyos, hasta el fin de sus días. Había logrado de sus superiores la autorización para pasar al clero secular. Ingresó al cuerpo de profesores del Colegio Nacional, y le confiaron las cátedras de Latín y de Gramática. Ganó la franca admiración de discípulos luego muy destacados, como Juan Heller, Juan B. Terán y Jesús H. Paz, entre otros.

Para Heller, tenía Molina “vastísima ilustración”, llevaba la sotana “con rara distinción” y “podía ser maestro no sólo por su saber, sino que era de aquellos que enseñan con su presencia”. Terán lo llamaba “maestro de corazón y de conciencia”, dotado del “amplio y comprensivo espíritu del verdadero educador, sin rutinas y sin ortodoxias, que suscita energías y no almacena lecciones”.

El padre Molina falleció en 1900. Legó su biblioteca de 2.000 volúmenes a los Escolapios de Córdoba. Estos heredaron también la gran imagen de San José de Calasanz, que Molina había hecho tallar en madera para la iglesia que iba a construirse en la luego Villa Mitre, de Tafí Viejo.

Gabarró se retracta

A todo esto, en España, una nueva crisis espiritual, desencadenada por la muerte de su hijo adolescente, cambió el rumbo que había tomado Bartolomé Gabarró y Borrás. Resolvió dar una total marcha atrás, y en Roma, el 12 de setiembre de 1897, abjuró solemnemente de su conducta anterior.

“El Orden” publicó íntegro el texto de la retractación, dos meses más tarde, el 12 de noviembre. Decía: “Yo, Bartolomé Gabarró y Borrás, sacerdote secularizado de las Escuelas Pías”, deseo “reparar en lo posible el gravísimo escándalo y mal ejemplo que durante muchos años de apostasía de mi fe católica y de la violación de las sagradas obligaciones de mi profesión y estado sacerdotal, he dado al pueblo católico, especialmente en la diócesis de Cataluña”.

Informaba que había formulado su abjuración ante la Suprema Congregación del Santo Oficio, y por su intermedio ante el Papa León XIII. Lo hizo el Día de la Virgen María, “a cuya intervención debo mi conversión”. Declaraba su repudio “a todos mis actos, discursos y escritos contrarios a la Iglesia Católica, sus enseñanzas, leyes, cultos y ministros, condenando explícitamente mis escritos impropios y difamatorios, publicados por medio del periódico anticatólico ‘La Tronada Anticlerical’, por mí fundado” y “a varios libros y opúsculos míos”.

Pedía al Pontífice, obispos y clero que “me perdonen y no me olviden en sus oraciones”, y exhortaba “a mis antiguos amigos y secuaces, que dejen el camino de la incredulidad” y vuelvan a la Iglesia, “fuera de la cual no hay verdadera paz para el corazón ni salvación eterna”.

Nuevos datos

El diario glosaba la retractación. “No dudamos –decía- que este documento ha de ser leído con interés entre nosotros, donde el padre Gabarró actuó como educacionista algunos años, y donde toda la juventud que tiene hoy figuración social y política está formada por sus discípulos”.

Haremos notar, finalmente, que la nota que aquí concluye contiene referencias novedosas. La monumental y erudita ”Historia de la Iglesia en la Argentina”, del padre Cayetano Bruno, da al colegio escolapio tucumano como fundado recién en 1884 y por el padre Molina, y no menciona a Gabarró. Son errores que aquí corregimos, tras una investigación en las fuentes.

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