Sólo faltan los peces de colores

Sólo faltan los peces de colores

06 Marzo 2016
HUGO FERULLO
DOCTOR EN ECONOMÍA (UNT)

El preacuerdo entre funcionarios del gobierno argentino y los representantes de buena parte de los fondos buitres, que habían sido favorecidos de manera harto exótica por el fallo del juez Thomas Griesa convalidado por la justicia norteamericana, es interpretado por algunos como un mal necesario, análogo al que aducimos cuando decimos que lo mejor (lo menos malo) que podemos ante el hecho de encontrarnos con ladrones en nuestra casa, es entregarles rápida y mansamente nuestro dinero. Esta interpretación se apoya en supuestos que pueden defenderse con cierto grado de razonabilidad, pero que son a la vez por demás discutibles. Uno de estos supuestos consiste en concederle a estos fondos buitres, cuyo accionar fue hace muy poco condenado de manera casi unánime en el seno de las Naciones Unidas (en un proceso iniciado por nuestro país), una dudosamente alta capacidad de hacernos daño. Se supone, además, que el hecho de pagarles a estos fondos buitres nos abre necesariamente las puertas del progreso, al que sólo podemos aspirar, y éste es otro supuesto, si nos endeudamos de nuevo fuertemente con el resto del mundo. Se supone también, en esta misma línea de razonamiento, que todos quienes pueden prestarnos dinero desde el exterior estaban condicionando estos créditos, en contradicción flagrante con la reciente condena expresada de manera aplastante por las Naciones Unidas, a un “arreglo” con estos buitres que consistiría, se presume, en pagarles la exorbitancia de lo que, fuera de toda justicia conmutativa, están a punto de cobrar de parte de la Argentina. Con este “arreglo” se asume, finalmente, que se terminan los riesgos de nuevos juicios por parte de todos los tenedores de bonos que la Argentina dejó en default en 2002.

Debate abierto

Todos estos supuestos son objeto de un abierto debate en el mundo académico de la economía. Pretender cerrar las discusiones buscando respuestas certeras donde no las hay y aduciendo una situación de “imperiosa necesidad” en cuestiones que son en realidad contingentes, no es, para nada, respetar una exigencia de la ciencia económica; es, por el contrario, asumir una posición política cerrada. Peor aún, tratar a los fondos buitres como justos acreedores que no hacen más que cobrar, por fin, lo que siempre merecieron, es lisa y llanamente intentar naturalizar una enorme inmoralidad. Ninguno de estos “acreedores” prestó nunca al Estado argentino uno solo de los dólares que reclaman y que finalmente están a punto de conseguir, multiplicando el monto “invertido” por un extravagante número que va de 10 a 15, lo que les permite jactarse de en un claro triunfo “empresarial”. Lo que hicieron estos fondos buitres, aquí y en otros lugares, es explotar a su favor, sin ninguna contraprestación, una situación desesperada de un país en severa crisis, contribuyendo de manera directa a generar una situación económica mundial que, al decir del papa Francisco, directamente “mata”.

El gobierno argentino parece tener pensado colocar bonos en los mercados financieros (deuda pública externa) por unos U$S 15.000 millones para saldar a todos sus “acreedores” que no entraron en las ofertas de canje de 2005 y 2010 (el 93% que sí aceptó la oferta recibió bonos por unos U$S 30.000 millones, lo que marca una enorme desproporción). Estos nuevos bonos tendrán como sede administrativa-judicial a Nueva York (ahí donde Griesa es juez) y Londres, y contendrán una cláusula que pretende ilusamente evitar para el futuro todo tipo de interpretación estrafalaria de la cláusula pari-passu, como la que hizo el juez Griesa y convalidó la justicia norteamericana. Y se pretende ahora que el Congreso Nacional se someta a la imposición de un juez distrital como Griesa, derogando leyes anteriores que impiden el cumplimiento del preacuerdo. Y se difunde esto como una necesidad imperiosa para volvernos a insertar en el mundo de la economía (que se confunde con el mundo financiero), a través de un endeudamiento creciente. Y se confía en que esta vez, en contra de lo que muestra buena parte de toda nuestra historia económica nacional, el endeudamiento externo aportará fondos que, sin imposiciones y alejados de toda pretensión especulativa, se traducirán en inversiones productivas de largo plazo. Sólo faltan los peces de colores.

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