Caos, Cosmos y ciencia
08 Febrero 2016

Juan María Segura - Columnista invitado

Mientras el calendario comienza a recorrer los primeros pasos de un 2016 lleno de expectativas, encuentro oportuno hacer un pequeño balance de lo vivido en 2015. En materia educativa, y específicamente en educación pública, el año concluido será recordado probCablemente como el período en el que más hablamos y nos ocupamos del tema, y donde menos revolucionamos su concepción filosófico-pedagógica y su didáctica de aula, y donde menos audaces y más conservadores nos mostramos en materia de normativa.

En la Argentina es la primera vez en la historia que los candidatos a presidente se ocupan tan abiertamente del tema en campaña, a punto tal que los referentes educativos de cada espacio político han debatido públicamente entre ellos por primera vez en su historia. Toda una originalidad. En Chile, por su parte, las tapas de los diarios y la actividad parlamentaria siguen alimentando la discusión sobre la gratuidad en la educación, bandera de campaña de la actual máxima mandataria. En Colombia, a pesar de las tensiones que se viven con Venezuela y de las dificultades del líder del Ejecutivo para llevar adelante su misión de pacificar el país, el presupuesto público agregado del gobierno muestra una gran novedad: es la primera vez en su historia en donde se asignan más recursos a la educación que a las actividades y planes de defensa. En México el gobierno sostiene una dura disputa con los gremios docentes por la cuestión de las evaluaciones docentes, situación que incluye paros, movilizaciones masivas y líderes sindicales presos. Y lo mismo podríamos decir de Uruguay, Brasil o Ecuador.

Como se puede ver, todos discutiendo más a menos de lo mismo (aprendizajes, docentes, calidad educativa, escolarización, tasa de graduación, abandono escolar), pero sin grandes originalidades ni innovaciones, mucho menos revoluciones. Ese tsunami educativo que se anticipaba ya por el año 2010 aún sigue sin aparecer en la práctica educativa de los países de la región, a pesar de que se siguen acumulando evidencias sobre los malos resultados arrojados por los sistemas actuales.

Que nadie se anime, literalmente, a “patear el tablero” es, sin dudas, una curiosidad antropológica regional. Mientras Japón abandona la educación del nacionalismo y se apresta a formar ciudadanos globales que hablen cuatro idiomas y comprendan cuatro religiones, y Finlandia desdibuja los límites disciplinares de las materias y reorganiza sus planes de estudio bajo un abordaje basado en proyectos, los funcionarios públicos de la región continúan mostrando una inexplicable preferencia por el conservadurismo, cargándose con los costos políticos del funcionamiento de un sistema educativo que, tal como está dispuesto y diseñado, solo puede fracasar o sub rendir.

La educación, gracias a las evidencias provistas por las ciencias del cerebro, está reinterpretando o al menos enriqueciendo el significado del juego, la espontaneidad, las preferencias, el horario en donde mejor aprendemos y fijamos conceptos, o el rol de las emociones, entre tantas otras cuestiones. De pronto, no queda claro desde el punto de visto científico si el stress psicológico que produce un examen desencadena consecuencias fisiológicas positivas o negativas en el sujeto de aprendizaje al momento de rendir. O si los aprendizajes que se producen en el cerebro a través de imágenes son de calidad, durabilidad y recuperabilidad superior a aquellos que se producen a través de la lectura. O si, siguiendo toda la línea de investigación y experimentación de Sugata Mitra y de su teoría de los aprendizajes mínimamente intervenidos, los docentes son realmente necesarios para que los niños aprendan. Sólo vea el proyecto SOLE (Self-Organised Learning Environments) y saque su conclusión.

En respuesta a las evidencias de la neurociencia que sugieren que los aprendices explotan mejor su potencial en entornos amigables, des intermediados, multisensoriales, en donde se pueda mantener el control en el uso de su tiempo, la política continúa empecinada en construir más ladrillos, normativas y cursos de capacitación docente en la misma dirección del fracaso. Es como si, habitando en una vieja casona colonial de paredes corroídas y de cimientos debilitados, al reclamo de construir un nuevo edificio inteligente respondemos cambiando los vidrios de las ventanas o reemplazando los postigos de madera por cortinas automáticas de material. Lamentablemente, a veces hay que demoler y volver a construir sobre nuevos cimientos para retomar la funcionalidad, aprovechando aquello que el nuevo entorno de ideas y herramientas tiene para ofrecernos.

Siendo la evidencia tan contundente y los resultados tan negativos, no encuentro recomendable enfrentar un 2016 bajo el mismo esquema de sistema. La política debe patear el tablero, y amigarse con la idea de la incertidumbre que produce el caos, al menos durante un tiempo.

El caos, en una de sus definiciones, es el estado en que se encontraba la materia previamente a la creación del Cosmos. Debemos pensar al sistema educativo como ese nuevo Cosmos al que debemos dar forma, para aprovechar tecnologías, teorías e instrumentos que hoy disponemos, pero que no existían antes de los ordenadores e internet. El mundo interconectado de la cultura digital, con todos sus vicios, ha dado forma a un córtex de miles de millones de seres humanos en conexión permanente. Ese entramado de relaciones, conversaciones y transacciones solo se volverá más denso, complejo e indescifrable. Por lo tanto, afirmar un modelo educativo de cohortes etarios, pizarras y docentes enseñadores es algo que, mal que nos pese, será masivamente rechazado por los nuevos aprendices, por más dinero y fierros que echemos al sistema.

Entiendo que no sea sencillo para los profesionales de la educación amigarse con una idea que sugiere una pérdida de control de ellos sobre las palancas del sistema. También acepto que se sientan amenazados grupos de actores que, amparados en normativas anticuadas o en leyes redactadas al calor de la política o el lobby parlamentario, fagocitan impunemente el sistema. Me pregunto si ellos dimensionan verdaderamente lo que está en juego. Cualquiera sea el caso, es evidente que ahora toca pensar más en los aprendices que en los administradores del sistema.

Si el objetivo de la clase directiva y de la dirigencia política de una Nación es pensar un nuevo sistema para revolucionar la educación y así habilitar la emergencia del nuevo Cosmos, amigarnos con la idea de convivir durante un tiempo con esta nueva situación de caos nos puede llenar de nuevas ideas, curiosidad, diálogo, debate conducente y, en última instancia, aprendizaje. Si logramos cambiar nuestras cabezas de reguladores del ritmo de algo que no funciona para convertirnos en gestores del aprendizaje en novedosos espacios, tanto formales como informales, habremos dado un importante primer paso.

Días pasados participé como panelista de un Congreso en donde debíamos hablar de la universalización del uso de la tecnología en la educación. La última pregunta que debí responder del moderador estuvo referida a los docentes: ¿Qué debe hacer un docente hoy frente a este panorama tan cambiante, provocado en parte por las tecnologías de la información y las comunicaciones? Muy sencillo -dije- sólo debe convertirse en un científico del aprendizaje.

Caos, Cosmos y ciencia nos muestran el cambio del que nos debemos valer para crear un sistema nuevo que revolucione las prácticas educativas, y que redunde en aprendizajes significativos. Todo lo demás es pérdida de tiempo.

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