Una dupla que hace agua
Entrar al hospital Padilla es como ingresar a una zona de guerra: personas enfermas, heridas, atacadas y accidentadas están en salas y consultorios y sus parientes deambulan por los pasillos. Hay escombros visibles en varios sectores; del lado este se ha trabajado para evitar que la torre de la más que centenaria capilla no se caiga encima del pasillo central y por todas partes se escucha el ruido de los martillos en las alturas, donde se está construyendo un techo (en el ala norte) y un gigantesco tinglado de 611 m2 en el ala sur, justo encima de la terapia intensiva que se llovió encima de los pacientes hace diez días.

No es un hospital abandonado. Como bien se vanagloria el gobernador José Alperovich, que acaba de decir que “hoy en Tucumán el estándar de la salud lo pone el sector público”, en estos 10 años se hicieron obras en los hospitales, que en 2003 estaban destruidos. Primero, entre 2004 y 2007, se usó dinero de la Minera Alumbrera para reparar la infraestructura de, entre otros, el Padilla, y luego, a partir de 2007, se usaron fondos nacionales y se empleó como caballito de batalla a la polémica Dirección de Arquitectura y Urbanismo, que a su vez contrataba empresas del medio para hacer obras. Lo hizo por licitaciones privadas, que significa que el Estado invita a cinco empresas a ofertar precios y luego contrata a la que se le da la gana. Así, la DAU hizo dupla con la empresa Gama, cuyo representante técnico es Jorge Garber, para hacer obras en los hospitales Avellaneda y Padilla. La DAU se encargó también, con otras empresas, de muchas otras obras, como la del hospital del Este o la de los techos del Registro Civil (que se llovieron en 2010), por un total de unos 500 millones de pesos.

En el hospital Padilla se hizo una remodelación de 20 millones de pesos: un área de guardia y emergencias a la que llegan diariamente 240 pacientes en emergencia de la provincia y también del NOA. El trabajo era difícil, porque había que arreglar el hospital con los pacientes adentro. Comenzó en 2008. Se habilitó la sala de guardia nueva a fines de 2010 y en septiembre de 2011 se habilitó la terapia intensiva. “Con la primera tormenta el agua entró a raudales en la sala de espera. Cayó también sobre el tomógrafo y lo inutilizó. Estuvimos sin tomógrafo durante todo 2012”, dice Carlos Marcelo Monteros, director del hospital, que aclara que hubo que informar al Tribunal de Cuentas no sólo de filtraciones de la obra nueva, sino de la necesidad de impermeabilizar. “Los desagües no se habían conectado; los baños no habían sido conectados; caía agua en el shock room”, relata.

A fines de 2012 la obra, así como se cuenta, había sido aprobada por la DAU y el Tribunal de Cuentas. La empresa Gama cobró todos los fondos nacionales y dio por terminada su participación, hasta que los ingenieros del TC descubrieron que faltaban trabajos. El entonces titular de la DAU, el hoy defenestrado Miguel Brito, revocó el certificado final y trató de arreglar la mala impermeabilización del techo pero el TC no se lo permitió, aduciendo que debía ser Gama la que hiciese el arreglo. Pero esta habría retrucado que siguió el plano realizado por Recursos Físicos del Siprosa, y como había cobrado por su trabajo, sólo se podría obligar a Gama mediante juicio a arreglar el desaguisado.

Los directores del hospital, desesperados porque tuvieron que cerrar el segundo piso de la obra nueva, amontonar a 14 de los 22 pacientes en el primer piso transformado en terapia intensiva provisoria y derivar a ocho pacientes a otros hospitales y a sanatorios privados, pidieron autorización para hacer la impermeabilización y el gigantesco tinglado. El Siprosa contrató a la empresa Daniels. Alguien que no sabe del clima los autorizó a que hagan la obra en el lluvioso enero. Y los culpan a ellos del enchastre.

¿Así se habrán hecho las remodelaciones en la provincia en estos diez años? ¿Quién controla si hay riesgos de que haya obras que colapsen, como ocurrió con el anfiteatro de la Facultad de Filosofía y Letras?

Mientras tanto, las emergencias del Padilla siguen siendo zona de guerra. Al cabo de una década de obras en el hospital, hoy los médicos y los heridos deambulan por las salas colapsadas, como los personajes de “La estatua de sal”, de Leopoldo Lugones: “Pasaban los días orando y meditando. De aquellas grutas surgían columnas de plegarias, que contenían con su esfuerzo la vacilante bóveda de los cielos próxima a desplomarse sobre los pecados del mundo”. Sólo que médicos y enfermos no son los que pecaron en esta obra.

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