Códigos y espíritu

Códigos y espíritu

Unos hablan de "códigos". Otros de "espíritu". Hablar de "códigos", dicen los que prefieren hablar de "espíritu", es la más clara señal de que el rugby se ha "futbolizado" y de que el profesionalismo ha derrotado al "espíritu". Fue Santiago Phelan, jugador en tiempos amateurs y entrenador en tiempos profesionales, quien usó la palabra "códigos" al justificar su renuncia como técnico de Los Pumas. Lo hizo a 20 días de una difícil gira por Europa que cerrará un año que resultó mucho más complejo de lo que se anunciaba para el rugby argentino, una serie que comenzará el 9 de noviembre y comprende visitas a Inglaterra, Gales e Italia. "No se respetaron los códigos del rugby", señaló Phelan, decepcionado porque se filtraron públicamente diferencias que, supuestamente, debían permanecer puertas adentro. "Comparto que se han roto códigos", apoyó el ex capitán Puma Agustín Pichot, hoy "hombre fuerte" del rugby.

Que "los trapos sucios se lavan en casa" no es algo privativo del rugby. Y "trapos sucios", hay que decirlo, hubo siempre en el rugby. En los tiempos de puro amateurismo y en estos nuevos tiempos en los que vemos a profesionales Pumas o Jaguares en competencias internacionales y a amateurs locales en los campeonatos internos. Tener "códigos", además, es algo que excede al rugby y que, bien entendido, forma parte de conductas en la vida, no solo dentro de un deporte. Sucede que "tener códigos" implicó muchas veces guardar silencios corporativos, cómplices en caso de situaciones vergonzosas. Por eso, la palabra "códigos" pasó a ser sospechosa. Se la asoció más de una vez a la llamada ley mafiosa de la "omertá", el silencio.

"La omertá -dicen las letras de una canzonetta que interpretaba Fred Scotti, hasta que fue asesinado en 1971 porque se enamoró de la mujer de un mafioso- es un mandamiento/ Una ley sabia y justa/ Y quien quiera que la quiebre/ Conoce el precio que tiene que pagar". "Por eso -sigue la canzonetta- que se sepa/ que aquel que se hace el sordo, ciego y mudo/ vivirá por 100 años en paz". Entendida inicialmente como una "lealtad", una posición ética de no darle información al invasor extranjero, la "omertá" pasó a ser con los años la ley del silencio que imponía la mafia en su territorio para quienes amagaran denunciar sus delitos. Mejor entonces era hacerse sordo, ciego y mudo para así vivir 100 años en paz.

Se pueden entender algunas analogías, pero en general, quien usa la palabra "códigos" en el deporte, sea fútbol o rugby, no es un mafioso que está amenazando de muerte a quien hable. Y el que habla tampoco debería ser entonces etiquetado como un "traidor". Es cierto que ventilar "internas" tiene la mayoría de las veces connotaciones de deslealtad al grupo de pertenencia. Pero también es cierto que, algunas veces, el grupo se ha cerrado de tal modo, entronizando poderes que impiden disidencias, que quienes deciden hablar afuera lo hacen porque ya no quedan recursos. Sienten que seguir manteniendo el silencio significa complicidad. Y deciden no ser cómplices.

El poder que sumó Pichot en su rol de dirigente nacional e internacional, de rugby y también de todo el deporte, con roles empresariales y vinculados con medios de comunicación, dificultó muchas veces el análisis. También lo dificultó el hecho de que muchos de sus críticos simplemente añoran viejos tiempos del amateurismo y en los que el poder les era más amigo. A eso se sumó que muchos de los que más aman el rugby han creído muchas veces que pertenecen a un deporte privilegiado y sienten aires de superioridad moral ante el resto de los deportes. El desfalco que investiga la justicia dentro de la Unión Argentina de Rugby (UAR) confirmó, simplemente, que en todos lados se cuecen habas. Como contrapartida, muchos de los que saben poco del rugby creen que solo es un deporte de "chetos" y "nenes de papá" y desconocen que el juego se ha expandido mucho más allá de algún barrio supuestamente elitista. Y desconocen también que el rugby, por sus características de juego y disciplina colectiva, es un deporte formativo como pocos.

Al sector que podría etiquetarse como "Pichot-Phelan" respondió en las últimas horas Patricio Albacete, señalado justamente como líder del grupo supuestamente disidente. "Nadie lo traicionó... cuando renunciás es demasiado fácil decir que la culpa es de los otros", dijo Albacete, que hace ya meses atrás lideró reclamos de dinero que la UAR, dejando que se filtraran cifras (es decir, acaso "violando códigos"), consideró abusivos. Y el capitán Juan Fernández Lobbe, por su rol, en una más que difícil tarea de equidistancia, avaló en cierto modo la denuncia de Phelan al considerar "inadmisible" e "inaceptable" que "se haya filtrado información privada". El problema, suele suceder, ocurre cuando lo "privado" pasa a ser público. En el deporte de alto nivel, lo "privado", es decir las diferencias internas del grupo, suelen hacerse "públicas" con los malos resultados. Está lleno de casos de equipos con fuertes diferencias internas que supieron mantenerse puertas adentro y que ganaron aún en medio de la discusión.

El Boca del "Virrey" Bianchi que ganó todo con Palermo por un lado y Riquelme por otro, separados fuera de la cancha, pero juntos dentro, es uno de los ejemplos más claros. En los equipos no están obligados a ser amigos. Menos aún están obligados a ser socios. Las diferencias saltan casi siempre cuando los malos resultados desnudan otras grietas, por lo abultado o porque ni siquiera se combatió como se esperaba. La durísima derrota contra los Springboks, en Sudáfrica, en el inicio del Championship y el cierre también duro contra Australia, en Rosario, parecieron indicar que algo de lo que sucedía afuera se estaba trasladando cada vez más hacia dentro de la cancha. Tan duro fue el cierre que muchos pensaron que Phelan concretaría allí mismo su anunciada renuncia. Que finalmente lo haya hecho a solo días de la gira europea sorprendió a casi todos.

Siempre sucede. Cuanto más se habla de "internas", reales o supuestas, menos se habla de juego. Y lo cierto es que Los Pumas de Phelan fueron muy irregulares y estaban en caída. Sería un facilismo recurrir a los números: 45 partidos en seis años, con 31 derrotas, 1 empate y 13 triunfos. Habría que decir que la cuenta se hace así de dura porque incluye 11 derrotas y apenas un empate (16-16 con los Springboks, en Mendoza) en dos ediciones de Rugby Championship. Un ciclo que inició en 2008 con un buen éxito ante Escocia (21-15, en Rosario), que en 2009 incluyó victoria ante Inglaterra (24-22, en Salta) y en 2010 una goleada a Francia (41-13, en Vélez) y que en 2011 renovó aire con un dramático triunfo 13-12 ante Escocia que dio el boleto a cuartos de final del Mundial de Nueva Zelanda y garantizó la invitación al Rugby Championship.

El problema de los resultados se agravó porque en 2013 no fueron sólo las derrotas señaladas del Championship, sino también caídas durísimas ante Inglaterra (32-3, en Salta y 51-26, en Buenos Aires). En realidad, fueron el aviso de las seis derrotas que sucederían luego en el Championship. Un equipo que perdió variantes de ataque, desnudó limitaciones técnicas que se creían superadas y apenas recuperó sobre final de año algo de su capacidad en formaciones fijas. Que por momentos tambaleó hasta en la tradición de su garra con reiteradas fallas en el tackle y al que no le bastó seguir cantando el himno, una postal emotiva, y que se encargaron de agrandar algunos de los poderosos patrocinadores que suele tener el rugby.

Es cierto, hoy son tiempos distintos. En el rugby y también en la vida. En el amateurismo y en el profesionalismo. De lo que se trata ahora es de recuperar un equipo. De volver a hablar de rugby. De volver a ser más profesionales, dirigentes, cuerpo técnico y jugadores.

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