El viejo almacén de ramos generales, una especie del interior en extinción

En Monteagudo, departamento de Simoca, funciona uno de los pocos locales de ramos generales que quedan en la provincia.

 DE TODO UN POCO. Juan César Daruich vende desde productos de primera necesidad, telas, artículos de bazar y de belleza hasta cocinas y heladeras. LA GACETA / FOTOS DE OSVALDO RIPOLL DE TODO UN POCO. Juan César Daruich vende desde productos de primera necesidad, telas, artículos de bazar y de belleza hasta cocinas y heladeras. LA GACETA / FOTOS DE OSVALDO RIPOLL
Alberto Horacio Elsinger
Por Alberto Horacio Elsinger 08 Mayo 2013

Las puertas se abren en horario comercial. Pero la atención es casi continua. Durante el día la gente del lugar frecuenta el negocio. Al entrar la noche las persianas bajan pero su propietario atiende las urgencias. A veces son los pescadores quienes interrumpen el descanso nocturno de don Juan César Daruich. Otras, es algún parroquiano con mucha sed, a lo mejor un fumador empedernido que se quedó sin puchos o un despistado que se olvidó de comprar sal para que su patrona cocine temprano. Y el hombre no sólo se levanta: también los atiende.

"Así fue siempre mi vida. Antes solía expender combustible y cuando alguien se quedaba en la ruta venía hasta aquí. Mi padre, que nació en Damasco, tenía otro negocio de ramos generales en la Belgrano. Acá, a la vuelta de la plaza. Era inmenso y vendía de todo. Desde un alfiler hasta artículos del hogar. Pero un día se incendió y no quedó nada", describió Daruich, soltero, padre de un varón y próximo a cumplir 80 años.

El polirrubro -como lo califica el argot moderno- se ubica en la calle San Martín sin número. Frente a la plaza Juan Luis Nougués -según Daruich- o Mitre -como consigna Octavio Cejas- o Monteagudo -como dicen algunos vecinos- del principal paseo público de la comuna que, en tiempos del nacimiento del ferrocarril, se denominó Villa Télfener.

Verborrágico
Con casi ocho décadas de existencia, don Juan duerme poco. Pero habla mucho y se jacta de su condición de almacenero de ramos generales. "Tengo mucha plata en la calle. Porque prescindir de las libretas es imposible. Es un uso arcaico. Aunque en este lugar no se la puede abolir. Mi padre Jando Daruich y mi madre Celestina Aguilar de Daruich me enseñaron a ser solidario y a creer en la palabra empeñada. A pesar de que para muchos eso sea cosa del pasado y ahora no valga nada, no cambio y sigo creyendo", contó con cierta resignación.

Mientras la tarde asoma calma y pletórica de sol en Monteagudo, sólo un ciclista se anima a pedalear por la Belgrano. Una de las laterales de la plaza del pueblo que nació primero como estación cuando se construyeron los tendidos de la línea del troncal CC, que unió Recreo con San Miguel de Tucumán, en 1876. A escasos metros de la esquina que conforman la San Martín y la arteria que lleva el nombre del creador de la Bandera argentina, el turco Daruich atiende, conversa y se entretiene en su negocio de ramos generales. Ese que está pegado a la iglesia. Sobre el lateral este del más que centenario templo de Nuestra Señora del Rosario.

Las ventas
"Antes solían pasar por aquí tropas de carros cañeros con familias íntegras de zafreros santiagueños. Volvían cargando camas, bicicletas, heladeras y con plata en el bolsillo. Me compraban de todo", destacó nostálgico.

Daruich comparó el ayer con el presente. Contó que ahora no pasa ni un carro. Tampoco lo hace el tren. Ni siquiera un jinete cabalgando en busca de trabajo. Asimismo, los cargaderos ya no existen. "Por supuesto -añadió- me bajaron las ventas. Pero aparecieron los pescadores que van hacia la cola del Frontal. Se llegan hasta mi negocio, porque me conocen y saben que los voy a atender a cualquier hora. Eso, más la gente que se fue sumando a este pueblo porque los lugares donde vivían se inundaban, me favorecieron".

De todo
El boliche, como lo denomina su propietario, vende de todo. No tiene nombre, pero los pobladores de Monteagudo lo identifican como el almacén de ramos generales de don Juan, del turco o de Daruich. Y a su locuaz y simpático dueño eso le importa poco. Con el mismo buen humor con que atiende a quien le viene a comprar un paquetito de bicabornato lo hace con quien le solicita una cocina, una heladera, materiales para la construcción, una caja de fósforos o un kilo de algún producto de almacén de primera necesidad. "Acá compran el que tiene y el que no tiene plata. Y no es culpa de la gente. Es mía, yo los acostumbré así. Porque mi padre también era de la misma forma. Acá nos conocemos todos y a pesar de que la generación actual es distinta a la de antes corro con los riesgos. Mientras Tata Dios me dé vida y salud, el dinero va y viene", subrayó el comerciante nacido y criado en Monteagudo. Julio César "Pascual" Daruich ayuda a su padre en el almacén. El lo acompaña a Concepción a reaprovisionarse. "En los comienzos traía la mercadería por ferrocarril y después ya lo hice en una camioneta. Ibamos y volvíamos a San Miguel de Tucumán. Pero ahora vamos a la Perla del Sur", explicó.

Nunca les había pasado nada. Pero el 8 de agosto de 2008 -el ocho del ocho del ocho, como dice Daruich- lo asaltaron a las tres de la madrugada, pero en su propio negocio y vivienda. "Aunque contraté a un abogado, que me sacó $4.000, no descubrieron nada hasta el día de hoy", aseveró.

Una singular descripción del otrora supermercado rural

Una parte del piso -que fue de ladrillos- es hoy de cerámicos rústicos y otra de madera. Hay de todo, como en botica, pero en este caso es un almacén de ramos generales, el otrora hipermercado del interior.

El almacén en sí tiene dos mostradores. Uno desgastado, que es también heladera, donde su único dueño y despachante atiende a la clientela. El otro es de madera con vitrinas en la parte superior.

De colección
Los dos atraviesan el salón principal, al fondo del cual una abertura señala el camino a los depósitos. Allí hay desde ollas de hierro, rastrillos, bolsas de harina, fideos y maíz ,y también bolsas de cemento, cal y pegamento para cerámicos. Entre fardos de gaseosas y de vinos en envase tetrabrik (blanco, tinto y rosado, el clarete ya no se fabrica más) y de cajones de cervezas, se observan embaladas cocinas, heladeras y garrafas de gas de 10 y 15 kg. Una estantería de madera que alguna vez fue lustrada luce sobre la pared del fondo. En ese paisaje de polirrubro, donde el desorden es común denominador, se descubren mechas para faroles, cordones para zapatos, hilo de coser que sirve también para atar o armar chorizos, o el sisal, de usos múltiples; jabones de tocador o de lavar, limpiadores, cuchillos, bombillas, mates... y una interminable cantidad de artículos de uso diario.

En la parte inferior aún están los cajones con tapas deslizantes que se destinaban para el azúcar en terrones y fideos varios, que en otros tiempos se expendían en paquetes armados con papel de estraza. La yerba, en cambio, venía en bolsas de arpillera de 5 kg.

La balanza de platos
En el extremo izquierdo del mostrador aún se encuentra la balanza de platos y en el derecho, la pila de quesos, protegidos por una especie de campana de vidrio, y la fiambrera. Pero en la parte alta se divisan cocinas de mesa a gas y a kerosén. Hay televisores de 21 y 26 pulgadas en sus cajas, mezclados entre pomos de pegamentos instantáneos. El anverso de la pared frontal lo ocupan aperos y herramientas (pecheras, cinchas, pretales, serruchos, martillos, grandes tronzadores, morsas, leznas) y todo lo necesario para las tareas rurales. En otros estantes se observan lámparas a querosén, garrafas de dos kg para lámparas a camisa, cañas de pescar, reels, tanzas, boyas y hasta carnadas.

En el lateral derecho se localiza el anaquel de los cigarrillos. Marcas diversas, inclusive algunas que en la capital desaparecieron. Dos o tres cajas de fósforos Ranchera aparecen en la parte de abajo como testigos de una época donde los carros y los caballos invadían Monteagudo.

Una vitrina con productos de tienda donde, sobre un mostrador mucho más decoroso y pequeño que el otro, se apilan bombachas, camperas, camisas, fajas negras y multicolores y las célebres alpargatas de yute marca "Rueda Luna".

El escritorio
En la trastienda funciona el "escritorio". Allí don Juan controla las libretas -ya no existen pero hay fiado que se anota en cuadernos tapa dura-, precursoras de las actuales cuentas corrientes, que saldan los lugareños no más de una o dos veces al año.

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DESDE EL MOSTRADOR

- PESCADOR.- "Todos los sábados pasa por aquí un pescador rumbo a la cola del Frontal. Ni sé cómo se llama. Pero me compra quince cajas de vino, cuatro cervezas y tres gaseosas de tres litros. Como ese señor tengo varios clientes".

- AGRADECIDO.- "Hace poco una clienta que me había llevado materiales de construcción hace como un año, me abonó $15.000 de la deuda que tenía conmigo. Como ella hay mucha gente que se demora en pagar pero lo hacen. A veces no puedo negarme a dar fiado. A la gente le hace falta y si se puede le damos una mano".

- EL ASALTO.- "Tres tipos ingresaron una noche a casa. Saltaron por la puerta del costado que está junto a la iglesia y se metieron en mi dormitorio. Uno era morrudo y bajito, pero muy bravo. Fue en 2008 pero hasta ahora no pudieron encontrarlo a ninguno".

- EL BOTÍN.- "Los ladrones se llevaron $60.000, una cantidad que no recuerdo de dólares, todos los cigarrillos, tres fardos de gaseosas, algunos artículos del hogar, una garrafa, un poco de mercadería como harina, maíz. Tenían un vehículo esperándolos en la puerta. Fue una entregada. Pero lo importante es que salvé la vida y sigo trabajando."

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